Frenó en seco sus murmuraciones indignadas. Mencionar la biblioteca del barrio y una posible donación le hizo recordar otro libro, uno que debió ser donado hacía mucho tiempo.

No. No podía ser.

Corrió hasta la cocina, abrió el cajón del mueble y comenzó a sacar la pila, esta vez más grande, de facturas de luz, gas y otros servicios. Al fin encontró al libro verde. "Historia de Inglaterra" la saludó con su título apagado por el tiempo y el abandono. Lo abrió y, como una noche de meses atrás, recorrió una a una todas sus páginas, sólo que esta vez buscaba el nombre que estaba en la carta.

Su búsqueda falló, allí no había absolutamente nada que dijera que el libro pertenecía a Rafael Sánchez Carrillo. Sintió que el alma le volvía al cuerpo. No podía demandarla por esto, estaba claro que el libro no tenía dueño. Nadie se enteraría que robó ideas anotadas aquí para el maldito libro que escribió.

Su teléfono sonó, el nombre de Samuel estaba en la pantalla.

–Hola hijo.

–Mamá, ¿me llamaste? Acabo de ver que lo hiciste hace unos minutos.

Maldijo por dentro.

–Ah sí, pero me equivoqué, quería llamar a otra persona.

–¿A quién?

–A...al...sodero. Sí, al sodero. Quería llamarlo porque...hace unos días no viene. Y apreté mal, y te llamé a ti. Ya sabes, sodero y Samuel están agendados uno junto a otro.

–¿Por qué tienes el número del sodero? Es extraño. ¿Mamá estás bien?

–Ya sabes, las viejas anotamos todos los números de teléfono por las dudas. Claro que estoy bien, hijo. ¿Y tú?

–Te noto extraña, como agitada. Además cuando repites muchas veces "ya sabes" es porque estás mintiendo.

–Hijo no digas tonterías, estaré agitada por el calor, ya sabes, hoy está muy...–se detuvo y se maldijo al darse cuenta de otro "ya sabes".

–En un rato estoy allí.

La llamada se cortó.

–¡Maldita sea!

Guardó el libro verde debajo de las facturas y se sentó a esperar la inevitable visita de su hijo.

****

Se sentía mareada. Su cabeza estaba llena de términos jurídicos, de acciones legales, de firmas y sellos que podían pedirse, de las palabras de Samuel y de su amigo abogado Esteban que llegó apurado, hablando sin parar, sacudiendo la carta.

–Este bufete de abogados es muy poderoso, tratan los mejores y más famosos casos, pero también son unos corruptos, por dinero hacen de todo. Pero podemos ganarles, yo sé que...

–Lo haremos mamá, ya verás, y también...

–Señora no se preocupe, sólo haremos un...

–Mi madre podría ir con nosotros a la primera audiencia, y podría decir esto...

Cerró los ojos, ya no quería escuchar más nada.

–¡Mamá! ¡Mamá despierta!

Cuando entreabrió los párpados, Samuel lloraba y su amigo la apantallaba con la carta.

–¿Estás bien, mamá?

–Sí, hijo. ¿Qué pasó?

–Te desmayaste. Creo que debería llevarte al médico.

Hojas AmarillasWhere stories live. Discover now