Se pregunta si las pirañas intentarán devorársela como han hecho con ella. Se pregunta si lo conseguirán con ambas.

Empieza a relajarse y a disfrutar del concierto y respira algo aliviada cuando Olga se aleja un poco para hablar con gente con pinta de ser ejecutivos de la discográfica.

Aitana sabe que su prima no alberga pizca de mala intención. El camino al infierno, oyó decir una vez, está pavimentado con buenas intenciones.

Un par de canciones más y en la semipenumbra de la sala siente que alguien se ha sentado a su lado. Esperando ver a Olga, su estómago dibuja un triple salto mortal cuando a quien encuentra a su lado es a Luis Cepeda.

Mira a su alrededor nerviosa en buscar de fotógrafos y se odia al instante por hacerlo.

Tiene una copa en la mano y una sonrisa en los labios. Puede, solo puede, que esa no sea su primera, ni su segunda bebida.

- Buenas noches señorita Ocaña.

No está borracho. Pero puede que incluso esa bebida no sea ni la tercera. Pero aun así se recrea en el sonido de su voz en directo. Ha escuchado entrevistas, ha visto vídeos en Instagram, pero aún adquiere un timbre especial al dirigirse a ella.

Quizá también al dirigirse a otras personas. A otras mujeres. Pero eso prefiere no pensarlo porque, francamente, no tiene derecho a pensarlo.

- Buenas noches Luis.

Le intuye, más que le ve entre las sombras, llevarse una mano a la altura del pecho. Donde duele.

Le produce una egoísta e infantil satisfacción saber que oír su voz aún le duele. Pero el simple hecho de estar tan cerca de él y no poderle tocar la está matando, así que supone que están a la par.

- No sabía que venías esta noche- siente la absurda necesidad de justificarse.

- Yo sí.

Luis nunca ha sentido esa necesidad de quedar bien o de ocultar sus sentimientos.

Han pasado doce meses desde la última vez que hablaron a solas. Con una estudiada coreografía, sus amigos se preocuparon de que no se quedaran solos durante los dos últimos conciertos. Más que en el escenario. Ahí eran solo ellos dos. Y veinte mil personas observándoles morir un poquito en cada línea de la canción.

Pero desde la última noche que ella le llamó por teléfono se han alimentado de miradas a distancia y en silencio. Y de recuerdos. No es suficiente.

- ¿Cómo te va?

Aitana se siente estúpida por hacer una pregunta tan genérica. Ya sabe cómo le va. Pero no se atreve a hacer las preguntas que realmente quiere hacer: ¿me echas de menos?, ¿aún me quieres?, ¿aún me esperas?

Está sentado tan cerca que, a pesar del aire viciado del local, puede percibir el olor a alcohol y tabaco mezclado con otro que su memoria en seguida reconoce. Luis Cepeda Fernández. No disponible en perfumerías.

Lleva tantas entrevistas y conciertos y actos de promoción en esa sola semana que no recuerda si sabía que compartían hemisferio esos días. Por supuesto sabía que estaba también en Latinoamérica, pero le hacía en Montevideo.

O quizás simplemente le sabía en Buenos Aires y no había contemplado la posibilidad de encontrarle, aunque comparten discográfica y representante. Estúpida, estúpida, Aitana.

- Me va bien- es lacónico, pero no desagradable. Nunca con ella.

- ¿Solo eso?

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