Capítulo 28. Sin paquete

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—¿Milla?, ¿Esa Milla?— estaba sudando, sin aliento, mientras mi presión arterial había subido y bajado, llevándome de un extremo al otro.

—No conozco otra Millita—se encogió de hombros.

«¿Millita? «Será Millita la diablita».

—¡Milla!— el grito eufórico de mi hijo me sacó del trance y de inmediato giré la mirada hacia donde miraba.

Mierda. Ella estaba ahí y me miraba con la misma incomodidad. Debí controlarme para no gritarle y exigirle las respuestas y explicaciones que necesitaba. Era un día importante y demasiado estresante como para añadir más gasolina al fuego.

—Hola—me saludó cortante y luego deslizó su mirada de mí y la centro en mi hijo mientras se le acercaba. ¿Estaba enojada conmigo? —Hola, pequeñito.

Tremenda sorpresa me había llevado cuando noté que mi hijo extendió sus manos hacia ella, abrazándola con bastante fuerza por el cuello mientras que ella le acariciaba la cabeza. «¡Mira nada más que si sabe desconectar su carácter de arpía apenas salida de las llamas del infierno»

—¿Cómo te sientes?—se quedó de pies al lado de su cama mientras que Raül la tenía agarrada por la mano. Una mano a ella y la otra a mí. Irónico. Dios. Irónico. ¿Qué hace esta mujer aquí?

—Estoy bien pero tengo un sentimiento de miedo que me hace cositas en el estómago—le dijo y Milla sonrió.

—Lo lindo del miedo es que cuando te atreves a desafiarlo, él sale corriendo.

—¿El miedo también le tiene miedo a algo?—cuestionó Raül.

«¿Qué está pasando aquí?»

—Yo creo que sí—se encogió de hombros.

—¿Tú le tienes miedo a algo?—preguntó mi hijo y mi vigilancia se activó.

«Esto no me lo puedo perder...»

—A los dragones—sacó una risa.

—No existen dragones, Milla— la avisó mi hijo oliendo su broma mientras intentaba domar sus risas.

—Pues...— inclinó la cabeza dedicándome una corta mirada. —Yo conozco a uno.—la comisura de su boca se elevó con una sonrisa diabólica.

«¿Me acaba de comparar con un dragón?¿Será que hoy no tomó las pastillas? Se olvida que sigo siendo su jefe.»

Esta mujer estaba retando su suerte conmigo.

—¿Y echa humo?—preguntó mi hijo siguiéndole el juego y tuve que sacudir la cabeza para asimilar lo que pasaba.

—Tres veces al día—se burló de mí y lo hacía bajo mis narices sin la mínima intención en disimularlo por lo menos.

—Señorita Flow, ¿alguna vez se ha puesto a pensar que tal vez ese humor se le debe a su actitud?—levanté una ceja mirándola con superioridad.

—¡Oh!—exclamó—Lo he pensado. La cosa es que esa persona está amargada desde que él nació.

—Pues se equivoca, señorita Flow— le respondí apresuradamente—Por si acaso, ¿Usted no trabaja hoy?

—Mi jefe me firmó el permiso. Estoy libre hoy.— sonrió dulcemente, de forma manipuladora y creída.

«¿Otra vez me ha hecho firmar algo que en realidad no quería hacerlo o simplemente ni se tomó la molestia y simplemente falsificó mi firma?»

Una vez con las preguntas aparecieron unas respuestas poco agradables. Si ella se atrevía a hacer algo así era porque yo le había permitido. ¿En qué momento las cosas degeneraron de tan forma?

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now