El pelo salvaje y libre apoyado sobre la almohada. De piel blanca y suave, salpicada con alguna traza de color ébano en cada lunar.
Me quedé realmente enamorado cuando el sol entre la persiana, se reflejaba sobre su cuerpo como pequeños óleos de luz. Pintando y despintando a su antojo todos y cada uno de los secretos de su piel. Solo con la luz de la mañana. Casi jugando con lo que veían mis ojos. Y sería de mentiroso decir, la verdad, que por mi cabeza nunca pasó darle un beso en la frente.
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Cuatro días y cien noches
RomanceLa historia que se escribe a través de los sentidos