le monde ne finit pas ici

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Una vez ha devuelto las cosas, sale de la cocina color rosa pastel después de echarle un último vistazo. Echará de menos trabajar ahí; era un lugar pequeño y de ambiente sereno, siempre con un olor dulce que le hacía preguntarse por qué su hogar nunca olió a pan recién hecho o a bizcocho de yogurt, por qué su vida familiar siempre se había limitado a cumplir expectativas, por qué nunca fueron una familia afectuosa.

Si así hubiera sido, Jaehyun tal vez podría decir que el olor de la panadería le hacía sentirse como en casa. Y la verdad es que es algo que nunca tuvo en ella.

Camina por la calle aún mojándose y ganándose un par de miradas curiosas que intenta ignorar. Lo intenta, de verdad lo hace, aún así no puede evitar pensar que a la gente le parece un estúpido que no ha traído paraguas cuando ya han pasado varios días de lluvias incesantes. Hace como que le da igual, intenta no perder la cabeza, pero sabe que no puede huir de lo que siente: le importa mucho lo que la gente piense o diga de él. Y al intentar demostrar lo contrario la había cagado bien.

Casi no se percata de que ya está frente a su portal de no ser porque una voz conocida lo saluda. Es Seulgi, su vecina.

—¡Jaehyun! ¿Cómo se te ocurre salir sin un paraguas?

Tiene razón. ¿Cómo se le ocurría salir sin uno? Quizás porque... no tiene. Se fija en las botas que lleva ella y en las que lleva su hijo, en los chubasqueros, en los bonitos paraguas que sostienen ambos, en los guantes y las bufandas... él no ha salido sin protección porque quisiera. En verdad, no.

La amable mujer abre la puerta y Jaehyun le ayuda con las compras que lleva, más por obligación que por cualquier tipo de bondad que él pudiera poseer.

Antes de darse la vuelta para bajar las escaleras e ir al piso que le corresponde, Seulgi le pregunta si está todo bien.

—Todo está bien —responde sin el más mínimo interés de contarle la verdad. Solo acaban de despedirme, no pueden bajarme más el alquiler, mis padres siguen riéndose en mi cara y aún extraño a Dongs.

Ella quiere creerle pero no puede, hace tiempo que las palabras del joven dejaron de convencerla. Aún así, decide no seguir preguntando, no quiere hacerle daño porque sabe que desde el día en el que aquel conejo partió Jaehyun no se encontraba del todo bien.

—Me alegro, entonces. Sabes que estoy aquí si necesitas cualquier cosa, ¿sí? A Jisung le gusta que vengas a visitarnos.

Entonces desvía su mirada hacia el pequeño que se esconde tras la pierna de su madre y le sonríe. Está seguro de que Seulgi es una excelente y cariñosa madre y por un segundo, algo de envidia se posa sobre sus ojos. El niño sonríe de vuelta y sale corriendo hacia el interior de la casa.

El interior de la suya es algo de lo que no está muy orgulloso. Dos briks de leche sobre la encimera, abiertos y uno desparramado, restos de comida que siempre se olvida de limpiar, ropa mojada que tuvo que recoger hacía unos días por la lluvia y que, seguramente, ya olía mal. Era un asco. Si Dongs hubiera estado con él le habrían dado tres paros cardíacos, por lo menos, aunque la verdad es que Jaehyun piensa que siempre fue muy exagerado respecto a la limpieza.

Tal vez se cansó de su poco aseo y se fue también por eso.

Se sienta en su viejo sofá y abre el sobre para encontrarse una mensualidad completa. Le agradece a Youngjae su generosidad, pero el resentimiento es mucho mayor. De todas formas, no le alcanzará para pagar los meses que lleva de retraso y otra advertencia llega a su mente, igual que la de su jefe hacía una media hora.

"Tienes que pagarme lo que me debes. Es el último mes, Jung. De lo contrario, tendrás que irte". Y odia como todos intentan ser suaves con él y decirle que es una molestia de las formas más delicadas posibles, sabe que le tienen lástima porque de una forma u otra él siempre acaba agradándole a la gente, gente que creía conocer lo que le ocurría pero que no tenía ni idea.

La que más sabía era Seulgi. Y ella solo sabía una parte.

La mano le duele y le tiembla cuando coge su teléfono y marca el número que debería haber olvidado y aún así se sabe de memoria. No pasa demasiado hasta que la voz que más lo atormenta vuelve a penetrarse en sus oídos con rudeza, venenosa.

—Sabía que llamarías —burla la mujer.

—Volveré —con pesar, le informa—, volveré a casa, mamá.

—Sabes lo que eso implica, ¿no es así? —pregunta buscando hacerle aún más daño, destruir más su dignidad.

—Sí.

Corta la llamada porque no cree aguantar escucharla un segundo más sin echarse a llorar. No quiere que ella lo escuche así, no quiere que piense que le ha afectado en absoluto esa llamada. Sabe que su madre es consciente de su vergüenza, pero no quiere mostrarse aún más débil.

Con la fuerza que le queda, se abriga y mete su guitarra en una funda, seguidamente sale a la calle y las finas gotas que ahora caen atacan su rostro y ropa con timidez. Miedosas de hacerle aún más daño porque saben que su presencia lo hiere, conocen su fragilidad ante los días lluviosos e incluso ellas se ponen tristes porque su intención nunca fue hacerlo sentir mal.

Intentan acariciarlo y guardarlo del frío pero por más que lo intentan solo consiguen empaparlo y azotarlo con fuerza mientras disimula su llanto con ellas, mezcla las gotas saladas que caen de sus ojos con la lluvia esperando que nadie se dé cuenta de lo mucho que está llorando.

Se coloca una mascara típica de Corea en cualquier estación del año y se sienta en un banquito situado en una de las plazas más concurridas de allí.

Y canta mientras toca. Porque es lo único que le ha salido bien alguna vez. Se siente libre, se olvida de todo. De repente ya no llueve y hay un sol que le quema, no tiene frío, Dongs nunca lo dejó.

Watching my life passing right in front of mine eyes.
Hell of a story, isn't it boring?
Can't claim to care, never been reluctant to share.
Passing out pieces of me, don't you know nothing comes free?

Esta vez nadie se para a escucharlo. No hoy, porque todos buscan resguardarse de la lluvia que él, momentáneamente, no está sintiendo. Sin embargo, eso no lo detiene. Sigue cantando.

What mom don't know has taken it's toll on me.
It's all I've seen that can't be wiped clean.
It's hard to believe what it's made of me.

Vuelve a la realidad cuando no siente más las gotas. Alguien le tiende un paraguas. No puede verle el rostro porque lo tiene cubierto y además es muy alto, no le da tiempo a rechazar el paraguas porque el hombre lo arregla entre su brazo y la guitarra y se va después de decir algo sobre que el mundo no se acababa ahí. Tal vez porque lo vio llorando, pero no lo conoce, no tiene derecho a opinar.

Genial. Otra persona teniéndole lástima. Lo que menos necesita y lo que más rabia le da. Él no necesita la caridad ni las sobras de nadie.

Recoge su guitarra y se dirige de nuevo hacia casa, algo mosqueado y sin usar el paraguas que el desconocido le ha ofrendado. Mira al cielo sin estrellas de aquella ciudad que tanto odia y su mandíbula castañea, sus ojos se cristalizan de nuevo y aprieta el agarre de su mano con las asas de la funda de su guitarra.

Él solo quiere ser el artista favorito de alguien. Quiere ser cantante.

sur des rêves et des bisousWhere stories live. Discover now