Capítulo 25. Negación injustificada

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—¡Feliz cumpleaños, papá!—exclamó mi hijo de repente mientras extendía sus manos hacia delante, aplaudiendo.

Nunca festejaba mi cumpleaños. El único que sabía la fecha de mi cumpleaños era mi hijo. En la empresa nadie sabía ya que me había encargado personalmente de borrar ese dato. Trece de septiembre, hasta el número, me fue predestinado.

—Gracias— murmuré entre dientes mientras me acerqué a él. —¿Cómo estás, mi campeón?— le di un abrazo y luego me senté con cautela a su lado pero de inmediato sentí la mirada confusa, afectuosa e impresionada de Milla sobre mi. —¿Cómo llegaste aquí?— cuestioné tranquilo y ella alzó las manos para cubrirse el rostro como si estuviera viendo una película de terror. La incertidumbre de no saber si estaba o no embarazada me obligaba a tratarla bien y al mismo tiempo me limitaba el deseo de follármela.

—A... tartamudeó.

«Inventa algo. Ándale. Tú puedes. Te tengo fe»

—Yo le pedí ayuda, papá—habló mi hijo de repente, mirándola con una sonrisa envuelta en complicidad.

«¿Qué demonios?»

—Esto no contesta mi pregunta. ¿Cómo fue que llegaste aquí?— insistí. Si había algo que me gustaba hacer con ella era torturarla. Y follarla. Mucho. Aplicable en los dos casos.

—Sentí que me iba a marear.— replicó como si preparaba una estrategia sencilla y ridícula frente a mí.

—En este caso deberías haberme llamado o pedirle a una enferma asistencia médica. —le aclaré satisfecho por haberla acorralado contra la pared. Metafóricamente hablando. —Estamos en un hospital.

«Nota mental: La pared, más tarde»

—Sin ti estaría totalmente perdida en este mundo tan complejo. ¿Un hospital, dijiste?

Hizo una cara sorprendida y falsa, fingiendo su irritación. Jodido el sarcasmo de esa mujer.

La recorrí rápidamente con la mirada. Debía admitir que por fin el estilo de Milla había cambiado un tanto. Aún no había renunciado a esas pulseras coloradas visibles desde el avío o a esos pasos de elegante con nula gracia— «a ver cómo le van los nuevos zapatos», y mucho menos a esa mirada de un criminal en seria que ponía cuando me veía, pero con todo esto, por general su imagen había cambiado. Con mucho gusto.

—Pido disculpas— entró una de las enfermeras que atendían a mi hijo—Señor Sinclair, la señora Sinclair—dijo y apreté la mandíbula. Odiaba saber que usaba nombre. —Me dijo que me ponga en contacto con usted para la donación de sangre que se necesita para la cirugía de nuestro paciente Raül— le sonrió a mi hijo, quien la saludó con un gesto alegre que hizo con la mano.

—Está bien— me levanté de la cama, sacándome la chaqueta—¿Su madre donó?— cuestioné, conociendo la porquería con la cual me había casado.

—No—siseó—, pero espero que hasta lunes podamos conseguir otro donante.

—¿Qué grupo de sangre necesita?— cuestionó de repente Milla y la miré al instante.

—Grupo AB— replicó la enferma.

—Ahí está— le echó un vistazo a mi hijo—Voy a donar también.

—¿Qué?— fruncí el ceño soñando ligeramente impresionado. —De ninguna manera— me negué con vehemencia. Si existía la chance de que estuviera embarazada, esto podría afectarla.

—¿Se puede?— me ignoró.

—Claro que sí— sonrió la enfermera.

—Por supuesto que no—escupí entre dientes, sorprendiéndome de mi voz glacial en comparación con las quemaduras que sentía por dentro.

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now