Capítulo 3. Mala leche

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—¿Qué tal tu primer día de trabajo?—preguntó Milly, mi hermana, cuando por fin tomó una boca de aire dejando de saborear esa mermelada de fresas.

—¡Oh!— exclamó Irina—Háblanos del cerdo arrogante.— sacó una carcajada.

—Dios, tendrías que verlo, Milly— dije mientras bebí un poco de cerveza— Se cree Christian Grey, pero no sabe que yo no tengo ni un pelo de inocente igual a esa Anastasia. ¡Es odioso!— añadí luego de haber acabado todo el contenido de la botella.

—¿Te ha tratado mal?— preguntó algo asustada mi hermana.

—Ese hombre despierta, folla y duerme de mal humor, y honestamente tu hermana tampoco aparenta ser una mujer que desea caerle bien— replicó Irina y agarré otra botella.

—¡Brindó por esto!— sonreí entre dientes.

—Tal vez tiene unos problemas y esto lo hace actuar igual a un capullo.— escuché la voz preocupada de mi hermana.

—¿Problemas?— espetó Irina, irónica—Trabajo con él desde hace dos años y créeme, ese hombre tiene una vida de cuento.

—Tal vez lo que hace es algún tipo de mecanismo de defensa— digo riéndome. Dios sabe por qué. —Quizás está amargando porque la tiene chiquita y esto lo saca de quicio y lo hace desquitarse con todo el mundo por su problemita.— proseguí.

Ya vacié mi tercera botella mientras mis amigas se estaban riendo.

Mi plan era simple: darme una ducha caliente, vestirme cómodo, encender el televisor, el chat para hablar con Irina y andar de floja mientras disfruto de mis cervezas y de la pizza.
Cosa pensada, cosa seguida, cosa fallada.

—¡Mierda!— exclamé en cuanto escuché el timbre de la puerta un par de veces, de manera rápida, irritante y molesta. —Vuelvo en unos minutos— las avisé mientras cerré el chat, mejor ser precavido que cachado en un mal momento.

Durante el camino hacia la puerta me reí. Suponía que era mi jefe quien venía a pedirme a comprarle un nuevo Porche, como si yo tenía su dinero, o su poder, o su belleza, o su amalgam de arrogancia... ¿De qué estoy hablando?

Abrí la puerta y sin mostrarme para nada sorprendida, porque en definitiva no lo era, le sonreí. Era cuestión del tiempo hasta que iba a presentarse todo furioso a mi puerta.

—Mi trabajo acaba a las cinco— le dije antes de cerrarle la puerta en la nariz, pero de repente la empuja molesto, impidiéndome la acción.

—Mi paciencia acabó hace rato— casi me escupió a la vez que entró en mi casa.

—Claro, tu casa—replicé irónica—Siéntete libre en venir cuando quieres.

—¿Se le parece una coincidencia que justo después de su llegada mi coche haya sufrido un desastre?—habló entre dientes.

—No— dije intentando disimular mi estado ebrio y distraído—, me declaro culpable. Fui yo. Pero aun si no lo crea, esto sí que fue sin querer. Tal vez si usted hubiera sido a su lado o detrás de él, las cosas hubieran cambiado, pero en este caso, desafortunadamente, con cuál lidiamos fue sin querer.— levanté mi mano derecha, mostrándome totalmente inocente, hablando como una abogada en pleno juicio.

—¿Fue sin querer o sin querer queriendo, señorita...? — se detuvo y me miró de arriba para abajo mientras mordió su labio inferior «¡Qué sexy!» —Milla.

«Pero de qué manera afrodisíaca se escucha mi nombre cuando sale de su boca.»

«Para, cuerpo. Empieza a funcionar, cerebro.»

—Sin querer— le aclaré mientras lo miré a esos ojos fantásticos que posea el capullo del año, siglo, milenio.

«¿Qué bragas me puse hoy? »

—Si no sabe manejar, no se suba al volante.

—Para una persona con intolerancia a lactosa, tienes demasiada mala leche.— espeté sin pensarlo rodeando los ojos y veo cómo su mirada furiosa sube diez niveles.

Ese comemierda había escogido a la mujer equivocada para complicarle la vida y no tenía ni la mínima intención de dejar que me intimidara.

«¡Mis bragas son blancas!», me acordé.

—Si sigue de atrevida, me aseguraré de cerrarle esa boca jodidamente atractiva y sucia con mi propia mala leche.— me miró pícaro, pero al mismo tiempo conservó su furia.

Me quedé estática ante el doble sentido de sus palabras.

—¿Perdón?— cuestioné levantando una ceja mientras mi mente estaba asediada por imágenes con mi puño golpeándole la cara. Necesité tomar todo mi autocontrol para no saltar encima de él y estrangularlo.

—Menuda gatita furiosa— una sonrisa satisfecha apareció en su rostro. —¿Qué te gustaría que te hiciera Mila?— se me acercó peligrosamente y ahora más que nunca mi estado racional decidió traicionarme.

—Pues me gustaría que dejaras de joderme.— retrocedí un paso.

—Ni siquiera comencé a hacerlo— dio un paso más, jugando con mi estabilidad emocional.

—¿Y el coche?— pregunté brillante, intentando cambiar el tema de la conversación.

—Hasta dentro del coche, si deseas.

—Me refiero a lo que pasará con tu coche.— sentí cómo mi espalda chocó contra la puerta mientras que él depositó las manos al lado de mi cabeza, sosteniéndose en la puerta y bloqueándome la salida.

—Aguantará— replicó con doble sentido.

Mi estómago comenzó jugarme una mala pasada. Las emociones junto a esa pizza y a las cervezas empezaron a mezclarse y de un momento a otro me vi obligada a llevar mi mano a la boca para no vomitarle en la cara.

—¿Qué demonios?— siseó, apartándose de mí de repente y pasé por su lado a toda velocidad, corriendo hacia el baño y encerrándome allá.

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now