4. Un simple impulso.

447 83 44
                                    


Kimiosea siempre había sido una muchacha de moralidad impecable, pero no podía negar que cada día pensaba un poquito más en Dreikov. Estaba muy consciente de que aquello no era bueno pero es que, aun cuando llevaba tres años y algunos meses de relación con Naudur, las dulces atenciones que éste le brindaba no se comparaban con la sensación que dejaban las largas y placenteras charlas que sostenía con Dreikov después de que terminara su turno en la cafetería.

Él era muy diferente a Naudur, no de mejor o peor manera, sólo diferente. Era más serio y sabía cómo envolverla con sus palabras, aunque sólo hablara del clima o de lo delicioso que estaba el café. Los días eran como trampas mortales, por un lado, la economía de Kimiosea y Naudur comenzaba a irse a pique; los empleos de ambos ya no rendían lo suficiente como para mantenerlos con comodidad y la comida y convivencia comenzaban a escasear; y por otro lado... Bueno, del otro lado estaba Dreikov.

Kimiosea seguía pasando las noches con una vela en el escritorio y la mente anclada en su bloqueo de escritora. En ocasiones, cuando ya era muy tarde, Naudur la cargaba hasta su cama y la cubría con las pocas mantas que tenían.

También había sido muy difícil para él. Las compañías Encinel tenían demasiados candidatos en fila y la oportunidad de fundar una propia requería del dinero y tiempo que el chico no tenía.

Los minutos pasaban desapercibidos y de a poco la rubia empezó a sentirse distinta. Ya no estaba sonriente como siempre, percibía una presión en la boca del estómago y la ansiedad le daba la bienvenida cada mañana.

Los suspiros de cansancio se hacían presentes esa tarde en la que Dreikov, como cualquier otro día, miraba a Kimiosea trabajar sin descanso.

—¿Cómo vas con tu poema? —preguntó Dreikov recargándose en el respaldo de su silla con gracia.

—Pues... no tan bien como desearía —respondió Kimiosea mientras se acercaba a su mesa. Casi no había clientes en ese momento.

—Ese tal... ¿Naudur? —preguntó el joven recibiendo una afirmación por parte de la rubia—. Debería llevarte a un lugar diferente, un lugar en el que puedas inspirarte y desarrollarte como artista.

—¿Cómo cuál? —inquirió Kimiosea sintiendo un suave cosquilleo.

—¿Has escuchado hablar de Vínia? —dijo Dreikov inclinándose hacia la muchacha.

—No, jamás.

—Es una comunidad en Gueza, es preciosa. Si estuvieras ahí, realmente podrías escribir un gran poema —explicó el joven que comenzaba a esbozar una sonrisa.

—Pero... Naudur y yo no podemos mudarnos, ambos tenemos trabajos aquí y no podemos dejarlos así como así.

—Qué lástima, realmente hubiera sido altamente conveniente que fueras —expresó Dreikov adoptando una forma mucho más propia y encantadora—. Aunque...

—¿Qué? —preguntó de inmediato la rubia abriendo los ojos.

—Nada, nada. Es que, existe una opción, pero no creo que quieras —dijo el muchacho con un tono de forzada inocencia.

—Pero... aún no puedo decir si es lo que quiero o no, si no me lo has dicho —respondió y el rostro de Dreikov reflejó satisfacción.

—Kimiosea... ven conmigo. Deja a Naudur y vámonos juntos a Vínia —propuso finalmente el muchacho.

—Yo...

—No me tienes que contestar ahora, Kimiosea, eres realmente la persona más maravillosa que he conocido en mi vida. Dame la oportunidad de hacerte realmente feliz. Yo comprendo tu alma de artista. Piénsalo bien, Kimiosea, mañana me iré. Si has decidido acompañarme, te espero aquí mismo a la hora en la que siempre nos vemos —concluyó el muchacho y volvió a besar la mano de la muchacha para después retirarse del lugar lanzándole una fuerte mirada.

Kimiosea se acostó aquel día con un terrible dolor de cabeza, no podía pensar en otra cosa más que en la propuesta de Dreikov. Dejar a Naudur jamás había estado en sus planes, mucho menos hacerlo por irse con alguien más, pero la mirada de Dreikov no la abandonaba y ponía a prueba sus más fuertes creencias.

A la mañana siguiente la rubia estuvo muy extraña y Naudur lo notó, lucía desanimada y esa fresca sonrisa de siempre, había desaparecido dejando paso a una expresión de profundo pensamiento.

—¿Qué es lo que te pasa, Kimi? —preguntó finalmente el muchacho mientras le servía el desayuno.

—Nada importante —respondió dándole una mordida a uno de los pariquesos que había preparado Naudur.

—Pero mis ojitos ya no brillan como antes, ¿estás triste por algo? —insistió el chico buscando la mirada de su novia.

—No, no —contestó ella evitando a Naudur—. Me siento un poco enferma, es todo.

—Ha de ser porque compré ingredientes diferentes —comentó el muchacho oliendo su pariqueso—. El mercadero me las va a pagar, me aseguró que eran de calidad.

—Está bien, no pasa nada —respondió Kimiosea levantándose de la mesa.

—No has terminado tu desayuno, Kimi, no quiero que te sientas débil en el trabajo. — argumentó Naudur y ella suspiró.

—Estaré bien.

—Disculpa si no te gustó, Kimi, también tuve que comprar frutillas en otro lugar, creo que tendré que buscar otro trabajo. Me dejará menos tiempo para las audiciones, pero está bien, no quiero que te vuelvas a enfermar otra vez —expresó Naudur mirándola con ternura.

—No te preocupes, ya no te preocupes más —respondió Kimiosea con un tono que nunca había usado con Naudur y se dio la media vuelta para salir del departamento.

—¿Tan feo sabía? —preguntó Naudur a Pirplín cuando su novia cerró la puerta de golpe.

Estuvo varias horas atendiendo mesas y también atendiendo sus pensamientos, no sabía qué hacer cuando llegara la hora de terminar su turno. Aquella escena en el desayuno le hizo reflexionar sobre algo: ¿cómo podría mejorar la vida de Naudur si ella se iba?

Es decir, él dejaba el alma en el trabajo todos los días, pero era verdad que los ingresos que aportaba Kimiosea eran significativamente más bajos que los de él. Si ella se iba, la vida de Naudur mejoraría, de igual manera.

No podía decidir tan rápido como los minutos pasaban, la cabeza le dolía y se comenzaba a sentir mareada; y cuando menos se dio cuenta... su turno terminó.

—¡Encontré un mercado diferente! —gritó Naudur al tiempo que entraba al departamento con un costalito de harina cargando en una mano y una botellita de leche en la otra—. También te traje leche a ti, Pirplín —dijo el muchacho mientras dejaba el costalito en la mesa y destapaba la botella para servirla en un plato—. Eres un glotón —expresó Naudur acariciando a Pirplín que ya comía del platito a toda velocidad—. ¡Kimi! —repitió el muchacho recorriendo el departamento—. El panadero me dijo que esta harina que traje es la misma que piden en el castillo de Nitris... bueno, la que piden los trabajadores, pero es casi lo mismo, tiene pedazos de nuez y de... —El chico se detuvo cuando abrió la puerta de la habitación de Kimiosea, y ésta estaba completamente vacía, sólo se admiraban sus cajones abiertos sin nada en su interior. — ¿Kimi?

Ella eligió a Dreikov.

Imperia: La poeta viajera | Segundo libro ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora