3. Dreikov

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Naudur despertó muy temprano, dejó preparado el desayuno y se fue a su trabajo. No regresaría hasta muy tarde porque, como siempre, iría a audicionar a alguna compañía Encinel. Kimiosea, después de disfrutar el desayuno, se hizo su larga trenza que siempre portaba y partió hacia la pequeña cafetería que estaba casi enfrente de su departamento.

Aquella mañana estuvo recordando a sus amigas. No había tenido muchos ánimos para escribir a sus amigas, o al menos eso creía ella, pero la realidad yacía en el hecho de que a Kimiosea no hacía gracia la idea de relatar a sus compañeras el cómo no había podido escribir ningún poema aún.

Su mala suerte pasaba por su mente cuando la pequeña campanilla que yacía sobre la puerta de la cafetería sonó. Kimiosea no volteó, fue hasta que tomó su libreta y se plantó frente a la mesa del nuevo comensal que todo su ser se estremeció.

Era él, era justamente él. Aquel chico que le había dejado una nota el día que la acompañaba Esmeralda.

La muchacha se quedó un momento pasmada, no lo podía creer, ahí estaba el apuesto muchacho de ojos verdes, tez blanca y cabello castaño mirándola extrañado. Portaba un elegante atuendo y traía consigo un cuaderno que ya había abierto sobre la mesa. Parecía extraído de algún palacio, no había finura que se le comparara.

—¿Se encuentra usted bien? —preguntó de pronto a la chica que simplemente parpadeó varias veces y sonrió tímidamente—. ¿Nos conocemos? —inquirió el joven admirando con más detalle el rostro de la muchacha.

—No... bueno... algo... Algo parecido —respondió torpemente Kimiosea que tiró su libreta debido a los nervios, y con ella, todas las notas de las órdenes de los clientes. El joven se levantó rápidamente y ayudó a la muchacha a recoger todo con agilidad—. Lo siento —dijo avergonzada la chica cuando el joven le entregó las últimas notas y ella las acomodó en su libreta.

—Mi nombre es Dreikov —se presentó cordialmente el chico soltando una risita al tiempo que estiraba su mano.

—Yo soy Kimiosea —respondió la muchacha estrechando su mano con miedo—. Sólo nos hemos visto una vez —dijo tímidamente y el chico sólo miró hacia arriba recordando y después sonrió.

—Claro, claro, ahora lo recuerdo. Eras la hermosa chica rubia que me sonrió desde una mesa hace un tiempo ya —afirmó el joven asintiendo con la cabeza—. Fue un día muy triste para mí. Gracias, de nuevo, por la sonrisa.

—¿Qué sucedió? —preguntó con genuina preocupación la muchacha, pero para ese momento ya todos los ojos estaban fijos en ellos, y Dreikov se dio cuenta.

—Esperaré a que termines tu turno y platicaremos, ¿de acuerdo? —propuso el chico y Kimiosea asintió con la cabeza.

No lo hizo a propósito, pero la muchacha comenzó a trabajar el doble de rápido, aunque sabía que eso no provocaría que saliera más temprano. Cuando faltaban unos cuantos minutos para que acabara su turno, Kimiosea ya estaba muy ansiosa por irse a platicar con Dreikov, el cual, estaba sentado en una mesa del fondo con una taza de chocolate espumoso que había estado tomando a pequeños sorbos.

El turno de Kimiosea terminó y la chica no tardó ni medio segundo en irse a sentar junto a Dreikov en la mesa del fondo que era alumbrada tenuemente por una vela.

—Realmente no creí que te acordaras de mí —expresó Kimiosea mirándolo llena de curiosidad.

—Más bien yo me sorprendo de que tú te acuerdes de mí, Kimiosea —contestó el muchacho con ese tono sumamente cautivador.

—¿A qué te dedicas? —preguntó la chica. Tenía muchas ganas de saber todo sobre el hombre misterioso, pero siempre había sido muy tímida y le costaba trabajo formular preguntas más profundas.

—Soy escritor —respondió Dreikov con distinción—. ¿Y tú?

—Pues... trabajo aquí en las mañanas, y en las tardes me dedico a practicar mi poesía —explicó la muchacha.

—Con que poeta, Kimiosea. Es muy hermoso —comentó el joven causando que su compañera se sonrojara—. ¿Vives aquí sola o con tu familia?

—Yo... vivo con mi novio en un pequeño departamento —dijo la chica encogiéndose de hombros y causando que el chico esbozara una pequeña sonrisa.

—Es una verdadera lástima —expresó Dreikov y Kimiosea se quedó un momento en silencio.

—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió la rubia temerosa.

—Adelante —accedió el hombre sin preocupaciones.

—¿Qué es lo que pasó aquel día? —preguntó finalmente después de haber estado buscando valor.

—Claro, sí, por poco olvido que iba a contártelo —dijo el joven y Kimiosea sonrió—. Bueno, como recordarás, soy escritor —remarcó moviendo su dedo por el filo de la taza de chocolate—. Había estado trabajando en una de mis obras más trascendentes, a mi parecer, todo para que sucediera aquello ese día... aquel día — repitió Dreikov recargando su frente en el puño y soltando un pequeño sollozo—. Lo siento —expresó cuando una pequeña lágrima salió de sus ojos—. Mi madre... mi madre falleció el día en el que lo había terminado. Yo sé que tú me entenderás Kimiosea, como artista que eres, igual que yo —continuó Dreikov tomando las manos de la muchacha con delicadeza, causándole un sonrojo—. Terminé quemando todo lo que había escrito. Fue el día más terrible de mi vida. Pero... Aquella hermosa sonrisa que me brindaste, es justo lo que yo necesitaba, Kimiosea. —El muchacho le dirigió una intensa mirada y acto seguido tomó una servilleta y escribió algo que la rubia no alcanzó a ver.

La muchacha se estremeció, no sabía por qué, pero amaba que Dreikov dijera su nombre. Pasaron horas y horas charlando en aquel café. Los comensales iban y venían, pero aquella mirada entre los jóvenes seguía ahí, permanente. Kimiosea admiraba la manera en la que revolvía su chocolate a cada rato, y su particular forma de mover majestuosamente la muñeca al mencionar algo importante.

El café se comenzaba a vaciar y los jóvenes seguían charlando; fue hasta que un mesero les avisó que ya procederían a cerrar cuando por fin se despidieron. Dreikov besó la mano de Kimiosea ceremoniosamente y dobló la servilleta sobre la que escribió para después entregársela a la chica y susurrarle en el oído: "No la abras hasta que estés sola.". Después hizo una pequeña reverencia y dirigió una sonrisa a la muchacha.

La rubia se despidió por pura obligación, y caminó hacia su departamento. Era lo suficientemente tarde como para cerrar el café, pero no lo suficientemente como para que Naudur hubiera llegado.

Saludó a Pirplín, como de costumbre, y caminó hacia su cuarto. Ahí se armó de valor y desdobló la servilleta que decía:

"Dile a tu caballero que duplique la vigía, porque puedo robarte de la torre en cualquier momento."

En cualquier otra circunstancia, Kimiosea se hubiera sentido sumamente ofendida con aquella nota pero, esa única vez, la nota provocó que explotaran un millón de mariposas en su estómago, y, mucho mejor o mucho peor, que soñara esa noche con Dreikov.

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Imperia: La poeta viajera | Segundo libro ✨Where stories live. Discover now