—Vin Villanueva—se presenta con voz gruesa y varonil.

 —Vin Villanueva—repite papá algo irritado y en seguida le ofrece su mano—. Robert Valverde.

 El muchacho mira vacilante la mano de papá, pero luego de unos instantes la estrecha. Mamá en seguida se acerca a papá y lo toma por los hombros, a la vez que mira al chico.

 —Debo suponer que ya eres experto en estas cosas...

 —¿Exorcismos?—interrumpe el chico. Mamá hace una mueca—. Por supuesto.

 Me mira y puedo verle bien el rostro. Sus facciones son algo toscas, pero sus ojos almendrados y su cabello castaño corto lo aligeran un poco. Excepto por esa cicatriz que recorre alrededor de su ojo izquierdo. Aunque no es muy grande, le da un aspecto más amenazador.

 —Supongo que habrás traído tu equipo —dice papá al tiempo que se acerca más a la cama de forma protectora.

 —¿Para qué un equipo?—expresa el castaño—. Sólo necesito fe divina y el espíritu de Dios.

 —Me refiero a alguna biblia o algo por el estilo.

 —No será necesario. Me sé la Biblia al derecho y al revés.

 Mamá solo rueda los ojos. Papá guarda silencio y se sienta un la cama. Busca mi mano, pero al recordar que ésta está amarrada a la cama, sujeta el borde mi blusa.

 —¿Estás seguro de que éste es quién Lily recomendó? —susurro para que Vin no escuche. Y estoy segura de que no lo hace ya que mamá se ha puesto a hablar con él.

 —No sé qué pensar —musita papá. Y de hecho, yo tampoco. Su aspecto es absolutamente diferente al de un sacerdote, pero aun así, algo en su mirada me hace pensar que sabe más de lo que aparenta.

 Vin para de charlar con mamá y se encamina la cama. Lanza una mirada a papá y éste inmediatamente se levanta de donde estaba sentado, pero no se aleja. El castaño me examina  el rostro con el ceño fruncido y yo, en acto de rebeldía, saco la lengua. Vin ni se inmuta.

 —Si en verdad quiere que ayude a su hija, lo mejor sería que salga de la habitación —dice a mamá. La señora de la casa se queda inmóvil unos segundos, pero después camina hacia la puerta. Antes de que mamá salga, intercambia una miradas con el chico. Después, Vin mira a papá indiferente—. Usted también, señor Valverde.

 —No me parece correcto dejar a mi hija sola con un desconocido mientras ésta está amarrada a la cama.

 Vin forma una sonrisa ladeada.

 —Ha dejado a su hija a merced de desconocidos por años, y muchos de ellos muy mayores. No creo que esta sea la excepción.

 —No eran desconocidos y jamás la dejamos a solas con los demás sacerdotes—protesta papá.

 —Creo que ha quedado claro que yo no soy como los demás sacerdotes.

 Papá refunfuña, y está a punto de protestar pero yo lo detengo.

 —Lo mejor es que salgas, papá. —Me mira dolido, pero después me obedece y sale de la habitación con un portazo. Vin permanece mirando la puerta. Esperando. Luego clava sus ojos en mí y en mis manos atadas. Frunce los labios y se acerca a la cama. Mete su mano dentro de la chaqueta y saca un cuchillo reluciente de treinta centímetros.

 Corta las cuerdas que sujetan mis manos fácilmente con el cuchillo y al terminar se desliza hasta mis pies y los desata. Yo solo lo miro anonada mientras sobo mis muñecas.

 —Puedo hacerte daño—le digo. Vin suelta una risa irónica.

 —¿Tú?

 —Bueno, no exactamente yo—titubeo—. Pero sí.

 Vin me observa. No es como la otras veces, que pareciera que me mirara pero no lo hace, sino que ésta vez realmente me ve. Casi como si descubriera todos mis secretos. Y yo también le observo.

 No.

 Me sobresalto. Por un instante me había olvidado de que podía escucharla. Me doy cuenta de la magnitud del problema. Puedo escucharla. Eso es demasiado malo.

 —No puedo ayudarte—dice calmado, sin dejar de mirarme—. Pero conozco gente que si puede hacerlo.

 —¿Cómo puedo estar segura de que es verdad lo que dices?

 Vin se encoge de hombros.

 —No lo sabes, pero supongo que ya has de sospechar de que no soy un sacerdote.

 Observo de nuevo su aspecto, desgarbado y en cierta forma sucio.

 —No sé quién seas, pero definitivamente no un sacerdote.

 El chico sonríe, al tiempo que coge una bolsa desgastada del suelo y la lanza a mis brazos, sin esperar que la tome.

 —Bueno quizá no sea tu salvación, pero sí un pasaje a la libertad. Anda, coge tus cosas importantes, comida y todo eso.

 —¿Por qué? ¿Piensas raptarme?

 —No será así a menos que lo pienses de esa forma. 

Princesa de las Tinieblas (Herederos del Infierno #1)Where stories live. Discover now