Diciembre, 1999

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Tras una larga inspección, me encuentro a mí misma incómoda por vestirme con el mejor de mis kimonos e intentar verme como una chica. Aún con canto del invierno, no hay nada que impida que esta noche Mikiya y yo nos reunamos para ver el final de un milenio e iniciar uno nuevo. Ni siquiera yo misma me permitía negar ese momento, había mucho que agradecer este año.

Mikiya se sorprendió por mi invitación, pero felizmente respondió con un sí. Agradecí que no tuviera la brillante idea de pasar el Año Nuevo con su familia, sería algo que no podría soportar. Shiki Ryougi sigue siendo distante con el mundo que la rodea, a excepción de la persona más importante para ella.

Esa es la clase de pensamientos que hace que me sienta estúpida.

Una vez él y yo nos encontramos, mi mano y la suya se unen, no sin antes asegurarme de alejar mi rostro antes de que él pueda ver mis mejillas salvajemente enrojecidas. Mikiya y yo nos dirigíamos al templo para hacer nuestras oraciones. No era una ferviente creyente, pero, la razón por la que estaba hoy aquí era para agradecer que, sin importar todo lo que había sucedido en Febrero, aún podía tomar la mano de Mikiya Kokutō, el ser humano más tonto y bondadoso que he conocido. Debía agradecer que él siga al lado de una asesina, dispuesto a perdonar y olvidar los pecados que alguna vez cometí. Estaba agradecida por tener la calidez de un abrazo honesto, porque los sentimientos de Mikiya eran iguales a los míos. Teniendo eso, era feliz, era suficiente.

—¿Has terminado, Shiki? —pregunta Mikiya después de un rato.

—Sí.

—Supongo que es hora de regresar entonces. Ha empezado a nevar. Seguramente querrás cenar algo antes de...

—No —respondí, sintiendo mis mejillas calientes—. Si no te importa, me gustaría quedarme un rato más... contigo —añadí, sintiéndome bastante avergonzada. Mikiya no responde nada, sólo sonríe y me rodea con su brazo—. ¡Oye hombre! ¿Qué crees que haces? —pregunté escandalizada.

—Si vamos a quedarnos aquí un rato más, creo que es buena idea darte un poco de calor, Shiki. Al fin y al cabo, hoy has olvidado tú chaqueta —dice, rodeándome ahora con sus dos brazos. Aunque dudé unos segundos, me uní a su abrazo, perdiéndome en aquel momento. La oscuridad seguramente cubriría mi sonrisa.

Estaba agradecida porque podía disfrutar del ahora. Estaba agradecida porque éramos sólo los dos bajo la blanca nieve que cubría Mifune. El milenio podía irse y el nuevo venir, era la menor de nuestras preocupaciones.

DolceWhere stories live. Discover now