2: La flor de la emperatriz.

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- Te dije que me escucharas. ¿Te han hecho algo?

- Nada salvo llenarme la boca de babas. Que asco.

Einar me miró y sonrió.

- Eres realmente adorable. ¿Lo sabías?

- ¿¡Vas a explicarme de una vez a que viene todo esto!?

- Veamos... Por dónde empiezo... ¿Estás dispuesta a creer todo lo que te diga?

Asentí.

- Existe... Existe un mundo además del tuyo, del que creías conocer. El Subterráneo.

- ¿Está bajo tierra?

- Exacto.

- ¿En las cloacas?

- Ni hablar. Mucho más abajo.

- ¿Y que más?

- En este mundo habitan todo tipo de criaturas.

- ¿Vampiros y hombres lobo?

- No seas ridícula. Esto no es una novela adolescente.

- ¿Qué clase de criatura eres tú?

- Soy un Terbode.

- ¿Y eso que es?

Bajé un segundo la vista, y al volver a levantarla Einar no estaba allí.

- ¿Einar?

Un sonoro moscardón recorrió la habitación, y voló frente a mí.

- ¿Eres... eres tú?

El moscardón comenzó a crecer de forma impresionante y a deformarse envuelto por una luz azul, hasta convertirse en un perro labrador, que ladró alegre. Le acaricié la cabeza. Se deformó de nuevo y volvió a ser Einar.

- ¿¡Puedes transformarte en el animal que quieras!? Es... ¡Es genial!

- Sólo cuando estoy en plena forma.

- ¿Que más sabes hacer?

- Puedo mover cosas sin tocarlas... Influir en la voluntad de las personas... Incluso darles parte de mi poder.

- ¿Eres como un mago?

- Más o menos, pero por delante de todo soy un protector.

- ¿Y a quién proteges?

- A quien lo necesite.

- ¿Y has venido aquí para protegerme a mí de esos bichos?

Él negó con la cabeza.

- Eso sólo ha sido un contratiempo. Esos bichos han venido de sorpresa. Tú no eres mi protegida, sino tu hermano.

- ¿Mi hermano? Soy hija única.

- ¿Qué? ¡No! Debe de haber un error. Si las coordenadas que me dieron estaban bien...

- ¿Sabes en que ciudad estamos?

- En Chicago, ¿verdad?

- Einar, estamos en Nueva York.

Se levantó de golpe.

- ¿¡Que estamos dónde!?

- En Nueva York.

- ¡No! ¡No! ¡Estúpidos monstruos! Sabía que usar el vórtice era arriesgado.

- No... No te entiendo.

- Tranquila. Pronto volverás a entenderlo todo.

Lo vi rebuscar algo en su bolsillo. Sacó algo puntiagudo, aunque no llegué a descifrar lo que era. Puso su mano en mi pecho.

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