SOLO CINCO MINUTOS

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La herida no paraba de sangrar y presionaba fuerte con mi mano sobre ella mientras cruzaba el oscuro prado en dirección a la cabaña, guiándome prácticamente por instinto. De forma casi imperceptible, mis pasos se aceleraban hasta convertirse en un trote torpe, el cual me hizo caer al suelo más de una vez, y cuando eso ocurría giraba presto, cauteloso de ser acechado por aquella bestia, la misma que de un mordisco me había arrancado un pedazo de piel del brazo que en esos momentos debía estar consumiéndose en sus inhumanas entrañas. Pero, al escrutar, solo encontraba esa extraña niebla, una espesa bruma verdosa que se movía con sigilo en la oscuridad, entonces, de forma veloz me incorporaba y continuaba el camino.

Cada paso que daba era un salto de fe. Solo contaba con la luz de la luna, y la niebla me había ocultado el pasaje a casa. Si había herrado en la dirección, si mis pasos me llevaban al bosque, estaría cavando mi propia tumba. Pero no podía pensar en ello, no se trataba solo de mí, Diana me esperaba en casa, el único ser que me había acompañado todo este tiempo y había soportado mi mala conducta. Se trataba de ella, y si no llegaba antes que esa cosa hambrienta que rondaba la niebla, estaría en un terrible peligro.

«Papá», susurraron a mi espalda y sentí como el sonido palideció mi piel al igual que un soplido extingue una vela. El frío poseyó mi cuerpo y desde entonces jamás lo abandonó. Giré sobre mis talones, aterrado, y pude ver a distancia una sombra que oscilaba hacia los lados con suma lentitud.

— ¡Tú no eres mi hijo! —grité, y las palabras se extendieron por la noche en un lamento—, lo sepulté hace un año —agregué en un murmullo que solo yo pude escuchar, como si no estuviera convencido de su muerte.

Luego de unos minutos, un resplandor amarillento se comenzó a ver a través de la espesura de la bruma, formando la silueta curva de una colina no muy alta; detrás de ella estaba la cabaña. Me apresuré para subir por aquella, y cuando por fin divisé el umbral un latido de dolor apuñaló mi herida y me tumbo al suelo. La punzada se extendía por mis venas como un veneno maligno, pero yo solo observaba la cabaña y lo cerca que estaba de llegar a ella. Me mantuve rígido por unos segundos mientras el dolor se atenuaba, fue entonces cuando sus garras se posaron sobre mi pecho.

Los lamidos de Diana, que recorrían desesperadamente cada parte de mi cara, provocaron un estallido de alegría que disminuyó el dolor que sufría, el cual se escondió en algún lugar oscuro y olvidado de mi interior. Cuando logré flexionar las extremidades acaricié su cabeza y teñí de rojo su pelaje. Me levanté y continué la marcha; esta vez sonreía y la hemorragia había cesado. Cuando llegué a la puerta noté que Diana no estaba conmigo, y entonces sus ladridos me hicieron voltear y pude verla en la cima del sendero, con la mirada fija en la oscuridad, y cuando la verdosa niebla comenzó a desenfocar su figura, silbé y se volvió hacia mí.

—Diana, a dentro. —No obedeció, giró de nuevo a la neblina y ladró dos o tres veces más, para entonces ya no pude verla. Di dos pasos hacia afuera y grité de nuevo—: ¡Diana!

El viento envió mi grito a través de un eco por todo el prado y la niebla me devolvió sus ladridos cada vez más bajos, delatando su distancia. No podía creer lo que estaba pasando, que semejante descuido me estuviera arrebatando la vida con cada ladrido. «Dios mío, esa cosa tiene a Diana», pensé, y grité otra vez sin notar lo lejos que estaba de la cabaña, y cuando estaba a punto de derrumbarme sobre la hierba, apareció.

Chillé su nombre y ella corrió hacia mí. Cuando hicimos contacto la tomé fuerte con mi brazo bueno y entramos a la cabaña; ella temblaba en mi regazo así que la mantuve conmigo. Halé la puerta; estiré el brazo hasta el interruptor del poste y un reflejo me hizo voltear hacia la colina, la niebla empezaba a dibujar la silueta que lánguidamente cabeceaba de un lado a otro. Aquella criatura había gozado de mi sabor y ya sabía dónde encontrarme. Apagué la luz del pórtico y cerré la puerta con llave.

«Observatorio Naval Cagigal, Caracas, Venezuela Al oír el tono serán las veintitrés horas, cincuenta y cinco minutos, cero segundos», vociferó el pequeño radio desde la mesa de la cocina y al escucharlo di un salto.

—Faltan solo cinco minutos —susurré, mientras una idea afloraba en mi mente. Recordé la frase que le dije a mi hijo un millón de años atrás, cuando las sombras aún no habían invadido mi vida: «En el momento de crisis sobrevivir es una victoria.»

Atravesé cojeando la sala de la casa hacia el interruptor y dejé él cuarto en total oscuridad. A su vez, la luz azulada de la luna, la cual entraba por la ventanilla de la cocina, se intensificó y una detestable e indomable intriga me impulsó a mirar hacia afuera. Dejé a Diana en el suelo un momento y llegué hasta la ventana; el resplandor lunar contrajo mi pupila. Al asomarme pude ver cómo la niebla danzaba de forma pesada y lúgubre alrededor de la casa. Comencé a observar las sombras de unas personas que se aproximaban, la esperanza comenzó a formar color en mi futuro hasta que noté la pesadumbre y el sigilo de sus andares. Era un grupo grande. Noté a duras penas el ropaje enmarañado que tenían todos. «Cadáveres», concluí en mi mente. Si tan solo tuviera las palabras correctas para expresar el espanto que se apoderó de mí en ese momento, pero antes de poder decir una sola palabra comencé a vomitar.

El ardor en el estómago me había tirado al piso, cuanto terminé, me limpié la boca con la mano, observé bajo el débil resplandor que surgía de la ventana mis dedos manchados de sangre y me fregué horrorizado. Cuando logré enderezarme corrí hasta donde estaba Diana y la cargué conmigo, abrí la puertecita debajo del lavaplatos y cuando comencé a sacar las bolsas negras de adentro un golpe fuerte en la puerta principal nos hizo dar un respingo. Era él, lo sabía. Me introduje con Diana en el pequeño armario debajo del lavavajilla y cerré la puertecita. Ya no podía distinguir quién de los dos titiritaba más, pero era claro que los dos teníamos miedo. Así que para clamarnos comencé a hablar de mi plan a Diana.

—No temas, esas cosas persiguen la luz y en cuestión de segundos el pueblo celebrará el año nuevo, los cohetes llamaran su atención y se alejaran de nosotros. No tengas miedo.

Los golpes de la puesta se habían multiplicado y el estruendo dentro de la casa se convirtió por unos instantes en música de fondo para aquella pesadilla; luego escuché como una de las ventanas se rompía. Mi respiración se volvió tan acelerada que el oxígeno no parecía suficiente para mantenerme con vida; sentí los pies helados y recordé la herida del brazo. Entonces todo tuvo sentido.

—Diana... —susurré, y dejé de respirar.

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⏰ Ostatnio Aktualizowane: Jul 02, 2018 ⏰

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