—Nunca en mi puta vida he hablado más en serio.

A Dave se le secó la boca.

El chico hablaba sin sentimiento ni expresión, como si no significara nada, tan frío que ni siquiera parecía humano; sus ojos verdes, apagados, sobrecogieron tanto a Dave que sintió el mundo desmoronarse sobre él piedra por piedra.

Álvaro dio otro paso hacia él y Dave se echó hacia atrás. Estaban tan cerca que podían sentir la respiración del otro.

—¿Vas a llorar? —preguntó, no con sorna, sino con la inocencia de un niño.

Dave clavó sus ojos aguados en los de su amigo.

No quería llorar, pero la impotencia lo estaba asfixiando, y Álvaro, cansado de esperar una respuesta, resopló.

—Eres un maricón.

Sin previo aviso le asestó un puñetazo en la cara con tanta fuerza que Dave se tambaleó y, antes de recuperarse, Álvaro lo había arrojado al suelo.

Dave trató de forcejear bajo Álvaro, pero estaba tan aturdido que no logró apartarlo. Y cuando quiso darse cuenta, Sergio había dejado pasar a Ciro Santos. Por la esquina del ojo reconoció su cabello negro desordenado y el chándal de deporte.

Santos gritó algo que Dave no comprendió; luego soltó la mochila y pateó con todas sus fuerzas el costado de Dave, uniéndose a Álvaro.

Y allí, desde el frío suelo, Dave se dio cuenta de quiénes eran sus amigos.

—¡Suéltame!

Álvaro lo había agarrado del cuello para estrellarle la cabeza contra el suelo; lo agarró de la camiseta y lo forzó a sentarse. Y antes de reaccionar, Ciro lo pateó en la boca.

El grito ahogado de Dave taladró los oídos de Sergio, que se volvió desde la puerta a tiempo de ver a Dave caer sobre los antebrazos contra las losas.

El sabor metálico le empalagaba la lengua; se había mordido sin querer. No se movió porque Álvaro le pisó la espalda, sin saber que Dave la tenía abierta, y él gritó de dolor. Recibió otra patada, pero, más que los insultos, le dolía no poder defenderse.

—¡Lo vas a matar, cabrón!

Entonces Álvaro y Ciro se detuvieron, jadeando y con la sangre revuelta en las venas; Ciro se quedó observando a Dave toser, debilitado, Álvaro se volvió a Sergio.

—Es una broma —masculló Álvaro entre dientes.

—¡Está inconsciente, imbécil! ¿Cuál es la broma?

Sergio se había acercado rápidamente para arrebatarle la pistola de las manos a Álvaro. Le preguntó si estaba cargada y Álvaro, todavía respirando con dificultad, negó.

—Solo quería asustarlo —protestó, pero Sergio revisó la recámara para asegurarse de que no mentía.

En efecto, estaba descargada. De nuevo miró a Álvaro, quien clavó en él sus pupilas vacías, y le preguntó si estaba loco.

Álvaro chasqueó la lengua.

—No, tonto. Solo quiero que pague por todos los favores que le hice y no me ha devuelto.

—¿De qué mierda hablas?

—¿Por qué te estás rajando ahora? Nadie te está obligando a que te quedes. Si vas a joder, vete.

—No, Álvaro. Sé de lo que eres capaz.

No le sorprendería. Álvaro y él ya habían castrado a sangre fría a perros callejeros que luego abandonaban desangrándose debajo de cualquier auto. Además, había visto la navaja en la mano de Santos y no permitiría que tocasen a Dave.

—¿Por qué no? No nos van a atrapar.

Sergio pareció petrificarse una milésima de segundo, porque entreabrió los labios, fruncido el ceño; había comenzado a respirar agitado.

—¿Eso es lo único que te importa? —inquirió.

—Me importa no acabar en la cárcel —repuso Álvaro.

—¿Y si dejamos de discutir y le rajamos la cara? —sugirió Santos, que tras ellos, pisaba de vez en cuando el cuerpo de Dave por puro placer.

Sergio le escupió que se callara, a lo que Álvaro replicó:

—Tendrías que haberlo visto, Sergio. —Por un segundo elevó una comisura, y su sonrisa de lado heló a Sergio—. Estaba muerto de miedo, iba a llorar...

—No tiene gracia —lo interrumpió el otro—. Deja de ver tanta mierda, tío, te pudre el cerebro. La vida no es un puto juego. Matar está mal. Si Dave se muere...

—Si se muere, ¿a ti qué, gilipollas? —estalló Álvaro, alzando la voz, y sus ojos verdes se encendieron en las llamas del mismo infierno—. ¿Estás enamorado de él o qué?

Entonces Sergio lo golpeó.

En un arrebato de furia, lo empujó, a base de manotazos, y lo estampó contra la pared; Álvaro, encogido, le gritó que era broma. Y Santos, viendo que los puñetazos y patadas se salían de control, intervino en defensa de Álvaro.

Ciro amenazó a Sergio con incendiarle la casa con él dentro si hablaba, mientras Álvaro, cubriéndose con la mano los labios, que palpitaban con la intensidad de un tambor, recuperaba el aliento.

Al final Sergio se colgó al hombro la mochila y se paró entre el cuerpo de Dave y sus amigos.

—Tenéis cinco putos segundos para salir de aquí —sentenció—. No os preocupéis, no diré nada. El que ha muerto aquí soy yo, no él.

Santos estuvo a punto de protestar, pero Álvaro, limpiándose la boca, tiró de su brazo y lo sacó de allí.

Dave iba a desvanecerse. Había oído la discusión distorsionada, como un barullo al fondo de un túnel, por lo que no supo que Sergio se marchó poco después de los otros dos muchachos.

Aparte de saltarle una muela, su nariz parecía un grifo de sangre. Sentía sus sentidos apagarse tan despacio que incluso creyó que dejaría de respirar.

Quedó desplomado como muerto al fondo del salón de clases, con la vista nubosa, y se desmayó.

No oyó los gritos, ni los pasos presurosos, ni sintió las manos sacudirlo casi veinte minutos después, cuando finalizó el recreo, cuando la delegada regresó y halló la puerta abierta y a Dave en ese estado.

Los dientes de Dave se habían impregnado de sangre a causa de la muela y el mordisco en la lengua.

Nerea lo llamó a gritos, le dio palmaditas en la cara y hasta agarró su muñeca para tomarle el pulso, pero lo soltó de inmediato, congelada hasta los huesos. Había visto las cicatrices rojizas en su piel, irregulares y sobresalientes.

A medida que llegaban, los demás estudiantes se asomaban alrededor de Dave y Nerea, tratando de averiguar qué había pasado, pero Marta fue la única que salió corriendo despavorida hacia Jefatura de Estudios para pedir ayuda.

Nerea, agachaba junto al muchacho, reaccionó y le giró la cabeza para que no se atragantase.

—Aguanta, Dave. Quédate con nosotros.

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