Capítulo veinticuatro: La única paz que he conocido eres tú

5.9K 583 202
                                    

- Llevadlo al hospital – contesto a Brad por teléfono -. Si necesita sangre, Erik y yo tenemos el mismo grupo sanguíneo.

Jimena se ha sentado en el asiento del copiloto. Puedo verla a través del cristal mordiéndose los nudillos. Miento si digo que no estoy tremendamente preocupado. Me fumo un cigarro intentando calmar los nervios. Hemos estado a punto de morir.

Abro la puerta del coche y me siento junto a Jimena. Ella no se inmuta. Debería decir algo, pero no me salen las palabras. Nunca he sido bueno hablando. Arranco y decido que lo mejor es dejar que lo procese todo; no es momento para mis preguntas.

- Erik se va a poner bien, ¿verdad?

- Claro – contesto -. ¿Quieres comer algo?

- Vale.

La miro de reojo. Ella sigue con los ojos clavados en la carretera.

- ¿Qué te apetece? - pregunto.

- Tú me quieres mucho, ¿verdad?

Se ha girado hacia mí, inspeccionándome, como si fuera la primera vez que estamos frente a frente. Las palabras se me atoran en la garganta. ¿Acaso no es eso evidente?

- Supongo que sí.

Jimena se limita a entrecerrar los ojos un poco para después volver a reclinarse en el asiento. No sé qué se le debe estar pasando por la cabeza. Debo recordarme a mí mismo que no tengo que hacer preguntas, aunque me gustaría hacerlas. A montones.

- Gracias por venir a buscarnos. Y por ceder tu negocio en Nueva York.

- He perdido mucho dinero – me limito a decir.

No es un reproche. Es, más bien, una observación para mí mismo, como si intentara hacer malabares con una nueva economía en la que las redes de Nueva York ya no están disponibles. Estoy bastante jodido. California deja muchísimo dinero, pero también esta ciudad. No obstante, no me importa realmente. La pérdida de Jimena o de Erik habría supuesto un mayor daño para mí, más que cualquier otra cosa.

- Tengo que contarte algo. Me tienes que prometer que no te vas a enfadar ni vas a tomar ninguna medida al respecto.

Me quedo helado. Por la mente se me pasa lo peor. Haber encontrado a Jimena desnuda y magullada no es un aliciente para mi tranquilidad.

- No puedo prometerte eso – me limito a decir.

- Entonces no tienes por qué enterarte.

Arqueo las cejas. No estoy de humor para gilipolleces. Tengo los nervios a flor de piel y Jimena solo parece querer empeorarlo. ¿No entiende lo mal que lo he pasado estos días?

- Vale, lo prometo.

Jimena se mantiene unos segundos callada.

- Te he dicho que lo prometo.

- Erik tuvo que decirles algo de la entrada de tus cargamentos para que no me mataran. Me habían puesto una bolsa alrededor de la cabeza y no podía respirar. Fue culpa mía, yo los provoqué. Te juro que...

- No importa.

Tenso las manos alrededor del volante y doy un par de golpes sobre el salpicadero. Mierda. He perdido los puertos de entrada. He perdido los putos puertos de entrada. Esto puede hundirnos. ¿En qué coño estaba pensando Erik?

- Lo siento. Es culpa mía, todo - dice Jimena, con voz asustada.

- He dicho que no importa.

Jimena tensa la mandíbula, asiente, y mira por la ventanilla.

León Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu