El pozo de todas las almas

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UNOS CUARENTA AÑOS ANTES, INGLATERRA

—Éste.

Mi padre me señaló a un chico de unos diecisiete años, un par más que yo.

—Pero…

—No dudes. Te he educado bien. Es hora de que tomes tu primera comida. Acércate a él, embáucalo y aliméntate. Será mi última lección.

No estaba segura. Ni siquiera quería, por más que el joven fuera un rubio bastante guapo. Pero yo siempre obedecía. Había sufrido en mis carnes las consecuencias de lo contrario. Así que avancé por el bar londinense hasta el chico, le sonreí, lo engatusé con mi mirada y lo llevé a un reservado. Salí dos horas después. Tras descubrir los gozos de la carne y el éxtasis de tomar un alma. No podía decir que fuese duro, pues para tratarse de mi primera vez él había sido muy dulce. Pese a estar embelesado con mi cuerpo perfecto, me había desvestido despacio y había intentado ocuparse de mí antes de buscar su placer. Y a cambio… lo maté. La teoría es que lo cacé, como si fuera una presa, y cuando lo llevé a la culminación y murió en mis brazos, su alma entró en mi cuerpo. No lo besé. Fue una de las lecciones que me dio mi progenitor. Besar, amar, nos hacía humanos. Y los humanos eran débiles. Pero al ver su cuerpo, joven y muerto, tan lleno de vida hasta ese momento, algo se rompió en mí. Y lloré. Desesperada. Unos minutos. Luego pensé en cómo se cebaría conmigo el sádico de mi tío si se llegaba a enterar y me enjuagué las lágrimas. Los demonios no llorábamos. Y yo, de manera oficial, ya era uno de ellos. Volví a la zona común del pub. Mi padre, el ser más arrebatador de todo el local, me observó, y me obsequió con un cabeceo aprobador tan sólo cuando vio el aura de poder que emanaba de mi ser.

—Muy bien, hija mía, ya estás preparada para seguir sin mí. Ahora haz que tu señor se sienta orgulloso.

UNO, ESPAÑA

Habían abierto una discoteca no demasiado lejos de mi casa y me apetecía probarla. Así que me duché intentando alejar los problemas del día de mi cabeza. Después me enfundé mis viejas botas, unos vaqueros y una camiseta azul claro de tirantes, y salí de casa. Como siempre que iba a un garito nuevo, el portero, una especie de armario 4x4 con cara de pocos amigos, se quedó mirando mi DNI con desconfianza.

—¿Dieciocho? ¿Seguro?

Reconocí que tenía motivos para sentirse escéptico: mi carné era falso. Pero había pagado lo suficiente por él como para que nadie que no fuese un experto pudiera verificarlo.

—Claro.

Lo miré desde el fondo de mis largas pestañas con la actitud más angelical que mis ojos azules, mis facciones de adolescente y mi melena rubia por los hombros pudieron darme. Y sabía que eso lo exasperaría aún más. Debería ser lo suficientemente madura como para no disfrutar de estas situaciones, pero no podía evitarlo. Había tenido un día malo y sabía apreciar una pequeña diversión cuando me la ofrecían. ¿Que aparentaba menos de dieciséis? Si tú supieras...

—Ya —murmuró mientras escudriñaba mi DNI. Como si éste pudiera decirle que yo era lo que parecía, una baby con un carné falso. Por más que las curvas que ceñían mi ajustada camiseta no estuvieran de acuerdo.

Me mordí el labio en actitud insegura, y conseguí no reírme cuando no le quedó más remedio que dejarme entrar, pese a estar convencido de que le estaba dando el pego. Chico listo. Reprimí el impulso de soltar una risita de colegiala al pasar por su lado. Tampoco era cuestión de excederse.

Nada más cruzar la puerta, mi cuerpo vibró con el sonido de la música. La discoteca estaba llena. Quizás pudiera desconectar un rato antes de comenzar a trabajar. Había tenido un día frustrante.

El pozo de todas las almasWhere stories live. Discover now