12. Pasado, presente, futuro

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Miró a su padre con altanería, aunque él ni siquiera pudo pestañear.

—¿Mi niño?

—Es un amargado que se tiene lástima a sí mismo. Mamá ha intentado todo pero... Ni siquiera le interesa tener novia. Tampoco tiene amigos, aunque se cree que sí, pero sus amigos son los que atropellan con la bici a los perros callejeros y les cortan el rabo.

No se inmutó ante el parpadeo atónito de su padre, quien estuvo a punto de pedirle que repitiera lo que acababa de decir, pero Cristina suspiró:

—Papá, no lo entiendo.

—¿El qué?

—¿Tú nos quieres? A Dave y a mí...

—¿Que si te quiero? —Confundido, su padre frunció el ceño—. Más que a mi vida.

Los ojos de Cristina se hundieron en los suyos como dos puñales verdes. Le dolía el alma porque su padre había sido el primero en romperle el corazón y el tiempo no había podido sanarlo.

—¿Y por qué no volviste? Nunca nos visitaste. No digo por nuestros cumpleaños o Navidad, que sé que tu trabajo no perdona, pero... un fin de semana, mi santo, ¡cualquier día! ¿Ni un minuto para llamar, papá?

No se daba cuenta, pero lo estaba torturando. Ella no conocía la historia, solo fragmentos que había hilado con la esperanza de encontrar una respuesta. Y quizá su explicación no era suficiente, por lo que la omitió:

—No quise complicarle las cosas a tu madre. Quería que fuera feliz.

—No lo es. No lo somos —rectificó Cristina; su rostro se había oscurecido—. Creía que me odiabas, papá. Mamá dice que no nos soportas, que eres cura y tienes a todas las mujeres que quieres. Y Dave piensa que mamá es la Mujer Maravilla y tú eres... Dave está muy ardido.

Su padre subió las cejas. Ni siquiera entendía a qué se refería.

—¿Dave...?

—Dave ha cambiado mucho —repitió la niña, firme—. Por eso no quiero que se entere.

—Es mi hijo —dijo, mirando fijamente a Cristina— y voy a ayudarle. Y a ti también. Si alguien os agrede, moveré lo que haga falta para investigarlo.

Cristina se colocó un lacio mechón castaño tras la oreja; volvió la vista al frente, mostrando sus brazos blancuzcos, y le preguntó si al día siguiente trabajaba.

—Tengo el día libre —admitió él—. ¿A dónde quieres ir?

En realidad, iba al servicio dominical, pero algo más importaba en ese momento. Su hija quería pasar la mañana en otro lugar donde pudieran hablar, no una banca de iglesia, de forma que a las nueve, Cristina se presentó en comisaría, su punto de encuentro, y él la subió al auto plata.

Cristina había salido un cuarto de hora antes de las nueve, mientras todos dormían, y dejó una nota en la cocina explicando que había ido al parque de patinaje con sus amigas.

El sol había teñido el cielo de un naranja rosado; tan temprano, solo se oían los trinos de los pájaros madrugadores. Mientras bajaba a través del parque en dirección a comisaría, los pulmones de Cristina por fin recogieron ese aire fresco que le había faltado el mes entero.

Su padre no llevaba el uniforme, pero no le resultó raro. Cuando él la vio con una blusa mostaza sin hombros y vaqueros ceñidos con agujeros en las rodillas, le preguntó si tenía frío y la niña admitió que sí.

Antes de bajarse del coche plateado, en el estacionamiento del parque de patinaje, donde Cristina había querido hablar con él, su padre la tomó del brazo para que no abriese la puerta.

𝐃𝐚𝐯𝐞 (EN FÍSICO)Where stories live. Discover now