40: Un año después

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—Todo ha salido bien hasta ahora, estamos cada vez más cerca de tener a otro hombre entre nosotras. Claro que es un bebé.

—Uhm. Debo admitir que lo han hecho bien —dijo siendo sincera de verdad—, yo perdí la cabeza.

—Tranquila. Ha sido complicado, después de todo, ni siquiera yo hubiera creído en su momento lo que pasa ahora. Recuerda que todas crecimos temiéndoles. Alejar los prejuicios no es fácil.

—Me sorprende que no tomaran su esperma para fecundar a las mujeres que quisieran.

—Él dijo de forma rotunda que no necesitábamos tanto por ahora y que todos sus hijos serían con la mujer que ama y nos arruinó ese plan, pero ya qué se le va a hacer —se encogió de hombros presentando una leve sonrisa—, en casos como estos la moral interfiere, al igual que con la clonación. Por otro lado, es mejor así, debemos empezar de a poco, como ya se acordó. Tenemos todo el tiempo del mundo.

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Teresa iba con Adrián en el floter que seguía la ruta que él había puesto y que ella desconocía. La pelinegra le sonreía a su mamá que se comunicaba con ella por una video llamada 3D.

—Me alegra saber que el bebé está creciendo bien y fuerte —comentaba—, ¿y ustedes para cuándo?

—¡Mamá! —reclamó ruborizándose de golpe. Miró de reojo a Adrián a ver si había escuchado, él solo sonreía.

Olga se interpuso en el holograma, sonriente.

—Está genial todo eso de su bebé probeta pero quiero ver uno sacado bajo el método tradicional —se burló.

Teresa se cubrió la cara. No podía creer que su mamá había ido a vivir con esa mujer loca.

—Ya algún día —se excusó con rapidez—, buenas noches, descansen.

—¿Y mi «buenas noches, mamá»? —preguntó Olga.

—No te voy a decir mamá —renegó la chica haciéndola reír.

La llamada se acabó. Soltó un largo y pesado suspiro.

Quizá había sido algo ruda, total, estaba acompañando bien a su mamá. Ella no sabía si iba a tener la compañía de Adrián siempre. Nuevamente el veneno de su propia mente la hacía dudar. Le vio regresar su vista a la ruta, pensativo, tal vez se le cruzaba la idea de que su mamá pedía un imposible, porque quizá las cosas habían cambiado en él.

Apretó sus puños, temerosa. El floter se detuvo cerca un acantilado que miraba al mar. Las puertas se alzaron y bajaron, él tomó su mano ofreciéndole su sonrisa y avanzaron. Eso era todo, ahí le diría, estaba segura. Quizá hizo algo mal, quizá Helen se llevaba mejor con él al haber estado tanto tiempo juntos revisando los genes de másculos.

Le vio acercarse al borde y observar frunciendo el ceño, parecía preocupado. Un dron ascendió tomándolos por sorpresa y él lo mandó a que se guardara al floter con ligera molestia, vio a la pelinegra con cautela. Le había regalado ese nuevo dron, que diseñó desde cero solo para ella, con ayuda de la copia de respaldo de la tarjeta de memoria de DOPy.

Teresa parpadeó confundida.

Vivían juntos, y había sido el año más feliz de su vida, aunque a veces tuvieran sus altercados de siempre, sobre todo ella que se alteraba cuando él era desordenado, cosa solucionable con la casa y sus dispositivos que lo hacían casi todo. Él a veces terminaba riendo y escapando de ella al ver que la hacía enojar más, para luego terminar amándose con locura.

Otra idea se le clavó. No quería perderlo.

Sacudió la cabeza, se estaba montando un drama enooorme y de la nada. ¿Tenía que complicarlo todo? Era el colmo, con él todo era sencillo y al mismo tiempo complejo, pero no iba a hacerse más problemas.

Adán: el último hombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora