capítulo uno

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BABY

—¿Qué día es hoy?-Escucho de frente, yo sonrió. Su voz suena tan animada hoy. Me hace tan completamente feliz verlo, hace mucho no nos veíamos. Mi corazón late fuerte, sus rizos carbón brillan en la luz mañanera.

—¿Sábado?-Me hago el tonto, con una voz ligeramente idiota. A Soraru-san le estresa esa voz, y a mí simplemente me gusta verlo hastiado. Mientras une sus manos con las mías, mira mis muñecas disimuladamente. Yo muevo mis brazos en un vaivén infantil, sonrío al ver que sus movimientos siguen a los míos. Está tan ensimismado en verme feliz, que olvida sus largas jornadas sin dormir por soportar mis llantos por llamada, y yo también de alguna manera las olvido, porque sus ojos celestes me miran dulces, como un niño.

—¿Oh? Sí, hoy es sábado, pero es algo más~

Cierro los ojos, esperando un beso. Con una sonrisa cerrada de mi parte, nuestras narices se unen. Espero su respuesta apretando más sus dedos contra los míos.

—Cinco de mayo, el día del niño.





—Waah, ¡son muchas cosas!-expreso, sonrío instantáneamente. Doy un par de saltos por todos lados, la euforia me consume tiernamente cada vez que Soraru-san pone una mueca de satisfacción en su rostro. Sé que no gana mucho dinero en su trabajo de medio tiempo, y el hecho de que gaste tanto en mí me hace sentir importante (a la vez, una carga involuntaria).-¡Muchísimas, muchas, muchas gracias!

Me escondo entre sus clavículas marcadas a través de la tela. Tiene una camisa a cuadros celeste, combina con el suéter de conejos color pastel que me regaló hace un momento (¿quizás fue algo planeado este juego de tonos del cual sabe que adoro completamente?), junto a un par de peluches. Uno de Rilakkuma y otro de Kirby. Siento sus brazos recorrer mis costillas por sobre mi ropa, el frío de sus dedos me preocupa, subo mi vista y lo admiro. Soraru-san tapa su rostro, la vergüenza lo vence cada vez que llego a sus ojos en forma de almendra partida.

—Pero por favor, la próxima vez no gastes tanto por mí-digo, siempre tengo que arruinar las cosas. A pesar de mis sentimientos derrotistas, sus mejillas se tornan rojas cuando separa mi cuerpo del suyo y me endereza la columna. Tristemente para revelar el hecho de que usa zapatos con una plataforma de cinco o seis centímetros para verse de mi misma altura.

—Hey-murmura-gastaré todo mi sueldo para verte feliz si es necesario, no me importa, sólo quiero verte sonreír.

Mi rostro se torna triste, porque ninguno de los dos gana lo suficiente para costear cosas mutuas. Soraru-san trabaja en una cafetería del centro en las mañanas de la semana, en las tardes va a la universidad. Las pocas pinturas que vendo no me dan para lograr ir a una escuela superior de arte. Nuestro sueño juntos es hacer un libro de poemas ilustrados, que cada una de mis pequeñas obras sean para él, y sus escritos, para mí.

—El amor no nutre cuerpos.—Escupo, él toma mi rostro en sus manos grandes. Me siento amado, perdido y completamente acompañado. Mi corazón late fuerte, como cada día que paso cerca de él. Soraru-san acerca su rostro al mío, junta nuestros labios suavemente, como todo lo que hace. Mis torpes berrinches se ven sorprendidos por sus acciones románticas, convirtiendo mi rostro en una auténtica fresa madura.

—Pero sí almas.

Me derrito tristemente, en sus brazos, en su cuello, en sus hombros. Y dormimos sobre el sofá de su sala, nos miramos a los ojos por horas como amantes novedosos. Yo dibujé su perfil con carbón en una hoja de papel olor a café, cigarrillos y chicle de menta, como él. Me recitó poemas hasta las tres de la mañana. Me regaló una pequeña libreta llena de anotaciones positivas para las veces que quiera llorar y él no esté a mi lado. Miré el suéter en el espejo del baño, con la puerta abierta, sintiéndome un niño nuevamente, sonriendo socarronamente, moviendo mis piernas largas tapadas por pantalones de polar blanco, de un lado a otro.

—¿Por qué me regalas cosas cuando ya no soy un niño?

La televisión está apagada, el humo del cigarrillo barato en su mano choca con el techo escueto. El reflejo de sus ojos en la pantalla me atraviesa, sin siquiera tener necesidad de girarse. Procuro mirar mi reflejo para no aguantar la espera de sus palabras. Él murmura: "eres mi bebé y siempre lo serás". Y yo sonrío feliz, también quizás muy enamorado. Hoy volví a ser su atracción principal.

Mis suéter se cae al piso, y sus ojos me miran atentos de pies a cabeza.

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Honey boy | 2 | soramafu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora