Capítulo 1

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          Iba yo caminando hacia mi casa una tarde soleada cuando comenzó la pesadilla que cambió mi vida para siempre.

          Yo vivía en una casa pequeña, situada a las afueras de Londres y rodeada de bosques de frondosos árboles, a la cuál la única manera posible de acceder era por un estrecho y largo camino de piedras.

          Todos los días recorría el mismo camino dos veces al volver a casa desde el colegio y todos los días el mismo interminable y aburrido camino. Interminable porque mi colegio estaba a más de dos kilómetros y tenía que ir andando lloviera o nevara.

          Mi padre no se podía permitir una bicicleta para mí y mucho menos un coche. Éramos una familia más bien pobre. Mi madre se fue a vivir a Nueva York hace once años y nos abandonó a mi padre y a mí. Lo peor de todo es que a pesar de que ella conocía nuestra situación económica no nos mandaba dinero, y a ella le sobraba. Era redactora- jefa del Times y vivía en uno de los conocidos y caros apartamentos en el Midtown de Manhattan.

          Mi padre trabajaba en su huerto los trescientos sesenta y cinco días del año y vendía lo que podía en los mercados de pueblos y ciudades de los al rededores. Por las tardes trabajaba unas horas en un bar de Londres, pero lo que le pagaban de camarero no le daba ni para comer. En definitiva, mi padre y yo sobrevivíamos por el huerto.

          El caso es, que ese día no fue como otro cualquiera. Como estaba diciendo antes, volvía por el tan familiar camino de piedras a casa, con la mochila colgando sobre mi hombro derecho y mis dos auriculares colocados en mis oídos. Eran las cinco y media de una tarde a simple vista normal y soleada. No me quedaba mucho camino por recorrer para llegar. Yo tenía una manera de calcular el tiempo que me faltaba por llegar casa cuando caminaba por aquel camino. El camino se dividía en cinco secciones. Es decir, caminabas un trozo de camino en línea recta y a los quince minutos el camino daba un giro de noventa grados hacia la izquierda. Así ocurría en cada tramo de camino excepto en el tercero, que giraba a la derecha en vez de a la izquierda.

          Ya iba por el cuarto tramo, cuando de repente escuché un silbido. Al principio lo ignoré, pero empezó a sonar más fuerte. Giré hacia la izquierda para entrar en el quinto tramo del camino y un viento frío me azotó en la cara. Entonces me di cuenta de que el silbido procedía del viento que al rozar con mis auriculares producían un ruido extraño.

          Seguí ignorando el viento y el ruido, pensando que el viento cesaría y sería algún tipo de corriente, pero el viento empezó a soplar tan fuerte hasta el punto en que se me caían los auriculares y decidí quitármelos. Caminé a contra corriente por el último tramo del camino. El viento era demasiado pesado para mí y yo estaba haciendo una fuerza inhumana hacia delante para que el viento no ganase la batalla y me arrastrase. Lo que pasó a continuación, ocurrió tan rápidamente que no tuve ni tiempo para reaccionar. De repente, el viento cesó. Esto ocurrió tan rápido que me caí hacia delante por la fuerza que estaba haciendo. Me rocé un poco el pantalón y mi mano derecha, que empezó a sangrar. Me apreté la mano con fuerza contra el regazo y cuando alcé la cabeza con intención de levantarme, vi un cielo completamente rosa. Sí, he dicho rosa. Lo curioso es que hacía un momento estaba de un azul claro muy bonito y despejado. Y de repente estaba rosa. Intenté incorporarme para levantarme pero no me podía mover.

          Por un momento pensé que era un sueño, aunque sabía que no lo era porque me dolía la mano. Estuve arrodillada en el suelo durante un minuto y decidí abrir el bolsillo pequeño de mi mochila que yacía a mi derecha y sacar el móvil para llamar a alguien. Y con alguien me refería a mi padre.

          Aquello no era normal. Quizás al caerme me había golpeado la cabeza y estaba especulando.

          "No es real" me repetía una y otra vez a mí misma. Pero lo triste era que aunque cabía la posibilidad de que todo aquello fuera una especulación, mi intuición me decía lo contrario.

          Comencé a teclear el primer número del móvil de mi padre y de repente una luz cegadora naranja, que pasó a ser amarilla para terminar siendo blanca, me arrastró en un sopor inimaginable.

          Esa luz había salido de la nada. Por un momento llegué a pensar que aquello era a lo que llamaban muerte.

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