—No me jodas que también han inventado eso.

El humanoide se encogió de hombros.

—No es tan difícil. Con un electroimán de corriente alterna puedes crear un escudo magnético que pare el rayo.

—¿Eso significa que nuestras pistolas de plasma no les harán nada? Porque el tío este ha caído tieso con un solo disparo.

—Es obvio que no lo llevaba activado. —Ikino rozó con el dedo índice la superficie del artilugio. Un haz de luz de color rosáceo recorrió el cuerpo de la chica de arriba abajo, y acto seguido la informante era rodeada por un material azulado y aparentemente viscoso, adaptado a su silueta—. Ahora que está activado —añadió.

Sin mediar palabra, Evey cargó su pistola de plasma y disparó en dirección a la cabeza de la exploradora, pero el rayo desapareció centímetros antes de rozar el escudo.

—Funciona, parece.

Ikino se mantuvo quieta en su sitio, contemplando a Evey con expresión inescrutable.

—En menos de cinco minutos tendremos a los soldados encima —murmuró sin desviar la mirada de la mujer—, así que será mejor que nos demos prisa. Ciro, coge esto.

La chica lanzó el dispositivo en dirección a Ciro para que éste lo cogiese, pero él estaba aún demasiado sorprendido por lo que acababa de ocurrir y no fue capaz de cogerlo a tiempo, por lo que el escudo cayó al suelo.

—Fascinante, tus reflejos son claramente dignos de un samurái. —Evey dejó la pistola de plasma en el suelo y se acercó al cadáver—. Anda, coge el chisme ese y actívalo sobre Mara en cuanto la hayamos vestido.

Ambas mujeres se agacharon y con manos ágiles desvistieron al silícola, dejándole únicamente con un mono negro y ajustado que parecía hacer las veces de ropa interior. Ciro por su parte bajó a Mara de sus espaldas y la apoyó contra la pared del pasillo.

—¿Estás bien? —preguntó mientras recogía el escudo del suelo.

La pregunta le pareció estúpida, pero era la primera frase que intercambiaba con ella tras varios meses y no se le ocurrió otra manera de iniciar una conversación. El hecho de que la chica se encontrase desnuda tampoco ayudaba.

Mara levantó la cabeza con lo que Ciro interpretó como una sonrisa dibujada en su cara.

Notó cómo la sangre le hervía por segunda vez consecutiva en el día, aunque en esta ocasión la razón era muy distinta. Si bien la primera vez había notado un calor sofocante al ver a Mara desnuda, en ese instante lo que sintió fue una rabia a duras penas contenida. Rabia por imaginarse la paliza por la que habría pasado la chica para tener los labios y los párpados hinchados hasta desfigurar su cara por completo; rabia por haber dejado que se arrastrase y se ahogase en sus propios deshechos. Mataría a esa tal Bóriva con sus propias manos. La haría sufrir el doble de lo que había sufrido Mara y todos los exploradores asesinados en la Tierra.

Sus instintos asesinos se apaciguaron en cuanto comprobó que la exploradora trataba a duras penas de ocultar su cuerpo ante su mirada. A pesar de que llevaba el casco silícola puesto, Ciro tuvo la sensación de que la chica podía ver más allá del cristal tintado y que había visto cómo sus ojos la recorrían de arriba a abajo.

—Perdón.

Su disculpa era sincera, pero la voz distorsionada a causa del casco hizo que no sonase como tal. Tras vacilar unos segundos, Ciro decidió ir a ayudar a Evey e Ikino a desvestir al silícola muerto. Ambas mujeres se encontraban en ese momento quitándole el casco, descubriendo así el rostro de un chico que apenas alcanzaría los veinte años de edad. Sus facciones eran aún suaves, casi adolescentes. Ni siquiera parecía tener barba. Era la primera vez que Ciro veía la cara real de uno de aquellos soldados que poblaban la superficie terrestre, y se sorprendió a sí mismo comparando a aquel chico con un explorador cualquiera del Cubo. El odio que sentía hacia aquella civilización era visceral y difícilmente desaparecería de su vida. Habían destrozado el mundo que conocía y eso era imperdonable, pero al ver la cara de aquel cadáver no pudo reprimir un ligero sentimiento de culpabilidad. Aquel chico tendría padres, hermanos, amigos y tal vez hasta pareja, y acababa de ser despojado de todo aquello con un disparo.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora