Olga caminaba de un lado para otro en su celda de paredes blancas, Teresa se acercó y ya no le sorprendió el acercamiento del pequeño dron.

—Ya va a salir libre hoy.

—Ya lo sé, gracias. Ahora dime tú, ¿ya sabes qué es lo que buscan?

—No, pero de seguro es algún otro establecimiento como el suyo.

—Esas cosas siempre habrán, a veces se necesita sentir presencia masculina. Y no me vengas con que esas cosas no lo son, que todas ustedes repiten lo mismo, todas ustedes. Son igualitas, remilgadas, aunque se quieran hacer las rudas. Eliminaron muchos deportes, han hecho que se estandarice una belleza bastante ridícula a mi parecer...

—No diga incoherencias. —Trasladó la información que necesitaba a la archivadora—. Y para que sepa —susurró—, en la prueba ataqué porque me di cuenta de que eran falsas... —Olga parpadeó sorprendida—. Así que no me mezcles con ellas.

—Vaya, se te fue lo formal. —Teresa gruñó bajo—. Para que se te vaya esa amargura, te recomiendo pasarte por mi casa un día, o pruebes lo que tienes...

—Estás diciendo que volverás a cometer infracciones. ¿Acaso no me da eso el poder de pedir que estés más tiempo encerrada?

—Es que no lo harás. Estás más cercana al género masculino que todas tus compañeras.

La chica se inquietó, tragó saliva con dificultad, pero no podía darse el lujo de parecer afectada.

—No sé por qué dices eso.

Olga soltó un pesado suspiro. El dron emitía una tenue lucecita azul sobre sí, así que sabía que era seguro hablar.

—Sería bueno si te escondes bien. Lo están buscando.

—N-no —fue lo único que atinó a decir mientras rebuscaba en su mente hecha un lío—, no sé a qué te refieres.

—Tranquila, no le diré a nadie. —El pequeño dron giró alrededor de la asustada chica—. Supe de él antes que tú... pero te me adelantaste.

Su cuerpo se le enfrió, literalmente, apretó la tableta archivadora contra su pecho.

—No se lo lleven —susurró angustiada.

—Ya dije que no le diré a nadie. Por cierto, ha de serte obvio, pero yo te mandé esos mensajes, no quería que me descubrieran. Debí suponer que sería rastreado. —La notó temblar apenas y soltó una leve risa—. No temas. La cosa es simple, tú no me delatas y ayudas a liberar a mis niños, y yo no te delato, pero también vas a tener que prestármelo o abriré la boca. —La luz del dron se volvió roja—. Ups. Tiempo fuera.

Se dirigió a sentarse a su cama mientras que el dron se escondía veloz. Teresa respiró hondo tratando de calmarse. Nausea, eso sintió.

—¿Ya lo tienes? —dijo Helen—. Bien —se dirigió a la prisionera—. Es tiempo de irte. Debes prometer no romper las reglas...

La pelinegra casi no escuchaba lo que decía, solo tenía la amargura quemándole la boca del estómago. Debió haber supuesto que un pequeño dron la seguía, debió haber supuesto que en tanto tiempo alguien podía haberse dado cuenta de la existencia de esa cápsula.

Prestarlo. Qué fea forma de hablar de otra persona. Prestarlo. No le prestaría a su Adrián para que esa loca rara le hiciera quién sabía qué. ¡No!

Olga sonrió de lado cuando el cristal se deslizó, pudiendo así salir de ese lugar. El dron de Carla unió sus brazaletes magnéticos para que no pudiera hacer nada, pero no le incomodó. Pasó por el lado de la perturbada pelinegra.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now