17: Desviando la atencion

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Se fue de prisa mientras que Teresa gruñía bajo y una de sus cejas temblaba. ¿Acaso no daba por hecho que el muchacho era de ella por estar viviendo en su casa?

—Tengo una pregunta para ti —su voz suave y varonil la sacó de su estrés.

Respiró hondo, dándose cuenta de que no sabía cómo lidiar con los celos, no sabía ni qué hacerse ante él a veces, era el colmo, no podía estar siendo tan posesiva. No podía estar queriendo hacer que su amiga se fuera pronto solo porque tenía tanta curiosidad como ella hacia el joven. No podía ser tan inmadura.

—¿Sí? —dijo volteando a verlo.

—¿Quién cuida a este animal? —cuestionó señalando a Rita que ladeó la cabeza.

—Pues la casa —respondió con extrañeza—, ella ya sabe en dónde está su comida, su agua, aparte de su ducha automática, en donde hace ejercicios y demás.

El joven arqueó una de sus oscuras cejas.

—¿Entonces la tienes de adorno?

—Claro que no, qué dices...

—Ven, te enseño algo.

La llevó al jardín posterior.

—¿Qué habrás hecho? —murmuró Teresa entrecerrando los ojos.

—Ya verás, mi dama. Rita, haz misión rescate.

La perra saltó en dos patas, se echó y avanzó a rastras para luego rodar y reincorporarse. La pelinegra quedó con los ojos bien abiertos.

—Cómo —sonrió mirándolo para luego mirar a Rita de nuevo—, ¿cómo?

—He tenido tiempo, eso es todo, y sabe más. ¿No es así, nena? —agregó dirigiéndose a Rita.

Teresa se intrigó.

—Ja, nena, vaya palabra.

—Qué puedo decir, estoy rodeado de ellas.

Lo vio acercarse e hincarse en una rodilla para felicitar a la perra sobeteándole la cabeza y dándole uno de sus bocadillos, recibiendo un par de lamidas en su mejilla y soltando esa risa que le causaba estragos, muy buenos estragos.

—Claro, qué mejor que estar rodeado de nenas —chistó dejando de lado los efectos de su risa—, pero que ni se te ocurra incluirme...

—No, tú no eres otra nena, eres mi pecosita. —Le guiñó un ojo.

Continuó jugueteando con la mascota sin ser consciente de haber disparado el pulso de la chica.

Solo cuando estaba Kariba sentía amenaza, pero estando sola con él, lo sentía solo para ella. Eso le hizo reaccionar ante otro detalle. Ya que estaba de pie de nuevo distraído con los bocadillos de la perra, decidió hablar.

—Ehm... Si soy tu dama... —Volteó a verla a los ojos esperando que continuara—, entonces tú... ¿eres mi damo o...? —Estalló en carcajadas—. Eh... Oye, no te rías —reclamó ruborizándose.

Lo peor era que no sabía qué hacer, si por un lado esa risa y los hoyuelos en las mejillas, la enloquecían, por otro lado, saber que de seguro había dicho algo mal o a él le parecía ridículo, si los textos decían que eran fríos... ¡Era un lío siempre!

—Damo —repitió entre risas empezando a calmarse.

La chica se había cruzado de brazos y le había dado la espalda con enojo, aparte de querer así ocultar su rubor.

—Bueno, búrlate todo lo que quieras, yo me voy.

—Aah, vamos, no puedes culparme, esa palabra no existe.

Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now