CAPÍTULO TREINTA Y TRES

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Recuerdo claramente que ese fue el comienzo de su aventura. Una aventura con sabor a motivación para ayudarla y seguir ayudándome a mí misma.

Me esmeré en buscar trabajo y estuve semanas imprimiendo cartas laborales, para entregarlas en cada calle del centro. En peluquerías, restaurantes, boutiques, farmacias, supermercados... ¡Hasta me ofrecí de niñera! Pero nadie me contactó, y aquellos que sí lo hicieron sólo me causaron el doble de frustración. Ningún empleador se arriesgó a contratar a una chica sin experiencia laboral o por lo menos, buenas referencias de su empleo anterior.

El hecho de ver que pasaban los días y no avanzaba, me tentó a caer en depresión.
Quise derrumbarme cuándo los medios de comunicación empezaron a asediarme. Cuándo los paparazzi sin escrúpulo alguno comenzaron a perseguirme, ya que la noticia de haber sido prisionera de un empresario guapo, poderoso y adinerado se viralizó en canales de Youtube, y cuentas de Facebook, Twitter e Instagram.

Nadie se interesó por la crueldad que envolvió a mi vivencia. A los sujetos que me tomaban fotos saliendo de la casa o que me hacían preguntas inapropiadas, no les importó el dato de una chica traficada, violentada y privada de sus derechos como ser humano. A ellos les causó morbo, curiosidad y fascinación lo que se escondía detrás de eso.

El primer mes, me acecharon sin parar porque necesitaban darle al mundo una historia oscura, tóxica, enfermizamente romántica. Pretendían contar el relato de una muchacha hermosa, secuestrada por un empresario reconocido, y mantenida en cautiverio. Un cautiverio que definieron como Estocolmo; el clásico, perturbador y romantizado síndrome de Estocolmo.

A fin de cuentas, el agobio resultó desmesurado; tanto que decidí cerrar mis cuentas en redes sociales, dar de baja cada perfil en línea, y ponerme una meta clara; una meta que me alejara del cotilleo y del centro de atención de la prensa amarillista.

Ningún periodista mencionó dato alguno de Rashid Ghazaleh. Nunca supe qué sucedió con él, con su patrimonio, o con su vida amorosa. Sin embargo, se encargaron no sólo de atacar a la parte desprotegida y transformarla en diversión para miles de espectadores, sino que también lo mostraron a él como la representación en carne y hueso, del protagonista de uno de los cuentos más amados de Disney: "La Bestia".

Jamás vi nota televisiva dónde el magnate desmintiera los hechos y eso en cierto modo me enfadó. El hombre siempre cuidadoso en la imagen que brindaba al público, sencillamente desapareció por arte de magia, y a mí no me quedó más remedio que asumir, que ya no iba a volver.

No existió salida, más que dejar mi alma en el afán de encontrar empleo. Bajo el mediodía ardiente de Roma, entré a cada sitio hasta que milagrosamente una clínica de spa y centro estético se interesó en mis servicios.

Para los dueños yo era lo que ellos estaban buscando: la recepcionista sin experiencia, y con disponibilidad horaria.

Gracias al cielo, treinta días después de haber pisado suelo italiano, empecé a trabajar. Firmé un contrato con un salario notable, que alcanzó para ir remodelando nuestro hogar, comprar ropa y comida.

Junto a Bruna, la morada volvió a ser lo que era tiempo atrás: un hogar acogedor, lleno de vida, alegría, y con muchísimo sacrificio, lleno de comodidades. Con nuestros salarios unificados pudimos comprar camas nuevas, de dos plazas, con resortes y de alta densidad. También un refrigerador, la cocina eléctrica y un calentador. Colocamos internet, televisión por cable y teléfono fijo. Nos dimos el gusto de instalar aire acondicionado, regalarnos dos televisores smart, y una cafetera Dolce.

A base de sacrificio comencé a pagar un estudio de cosmetología que ofrecía la misma clínica donde trabajo, y le obsequié a mi mejor amiga los honorarios para apuntarse en las clases de pintura que se imparten en Gamma Studio, una conocida escuela de Bellas Artes.

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora