Asiente y, logro percibir su angustia, el impacto negativo que tal escena le genera.
Se acerca hacia dónde estoy sentado, prendado de Nicci y rodeado de trozos de vidrio; con nerviosismo tantea el bolsillo delantero del pantalón y, saca rápidamente el móvil.
Noto que los dedos le tiemblan y su semblante ha palidecido varios tonos.

—¡Apúrate! —aúllo—. Apúrate, Mer —murmuro en un lamento.

Desbloqueando la pantalla, marca los dígitos de emergencias. Toma distancia y, balbucea lo sucedido apenas le atienden. Pide con suma urgencia una ambulancia, pues una chica de veintitantos, extranjera, sin documentación, de nombre Nicci Geovanna Leombardi Costas, ha intentado quitarse la vida.

De forma escalofriante, informa de un posible suicidio.

Muerdo mis labios y dejo de oírla.
Sólo me limito a actuar con determinación y seguir la indicación que Meredith repite de la telefonista: sentirle el pulso. Si hay pulso, por más débil que sea... Entonces hay chance; hay una pequeña luz al final del sendero.

Mis dedos se impregnan de su sangre mientras toco la zona del cuello. El aroma a hierro me descompone, revuelve mi estómago y el hecho de no sentir pulso aumenta mi desasosiego.

—¡No puedo! —sollozo hundiendo la cabeza entre su cuello y el hombro —¡Nicci! —grito cayendo sigilosamente en la tristeza de una despedida que no quiero darle —. ¡No me hagas ésto y despierta, maldita sea!

—Rashid... —dice Meredith entrecortada — Las muñecas. No te rindas, toca sus muñecas.

Sobo por la nariz y sin demorarme, obedezco. Aprieto su piel suave y aguardo unos segundos.
Intento concentrarme; concentrarme en ella y no en la circunstancia.

—Está... ¡Está viva! —chillo con ronquera—, ¡está viva!

La nana esboza una tenue sonrisa y comunica al pie de la letra mis palabras. Corta la llamada y me informa en primer lugar que la ambulancia llegará en pocos minutos y segundo, que de ninguna manera mueva su cuerpo o la cargue; que de eso se encargarán los paramédicos apenas pisen el dormitorio.

—¿Cómo fue que ocurrió ésto, mi niño? —cuestiona con aprehensión; arrodillándose a mi lado, limpiando con su blanco pañuelo mis facciones manchadas de sangre.

Alzo el mentón y, le señalo el revólver que se encuentra al costado del brazo femenino.
La pistola que me regaló mi padre hace unos cuántos años atrás.
Un fiel amante de las armas de fuego, quién terminó con su existencia gracias a una.

—La descubrió en uno de los cajones —respondo a secas; alternando la mirada desde el rostro que más amo a sus piernas llenas de cortes, a sus muslos mal heridos y a sus pies descalzos cubiertos de tierra—. No me lo voy a perdonar nunca —siseo al tiempo que mi ama de llaves, amiga, segunda madre, frota mis pómulos con la tela.

—No cargues con esa culpa —susurra conciliadora—. Ustedes dos no están bien y eso no es novedad. Arrastran demasiado dolor. Tú te lo devoras y fermenta; te envenena —observa acongojada, el cuerpo lastimado de mi pequeña y roza sus dedos en los nudillos fríos —. Ella necesitaba exteriorizarlo y, eso no la hace menos valiente. Hay que tener mucho coraje para tomar una decisión tan trascendental —sus labios se fruncen en una mueca consternada y sentencia —. La diferencia, Rashid, es que a ti, tus padres te amaron hasta el último respiro. A Nicci, simplemente se olvidaron de amarla.

—¡Yo no me olvidé de amarla! —musito embravecido. Como un niño caprichoso en pleno berrinche —Yo no...

—Rashid —interrumpe Stefano desde el umbral. No lo oí llegar y, tampoco pretendo verle. No deseo enfrentarme a una cara igual de descompuesta que la de Meredith. —. Muchacho...

Al Mejor Postor © (FETICHES I) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora