Sí quiero empezar una historia, tengo que mostrarles el inicio.

Porque ella no nació ayer, no nos conocimos hace dos años y no te empece a amar hace 2 meses.

Naciste un 8 de enero de 1999, y con ella nació un nosotros.

Nos conocimos hace 13 años, en inicios de abril. Tu estabas sentada en las mesas del recreo solo observando a todos pasar, tu pelo negro, y en ese entonces ondulado, estaba amarrado con un lazo rojo y vestías la falda roja vino del colegio junto con la camisa blanca, tus zapatillas negras y en tu cara se posaban leves cabellos rebeldes junto con tu enorme sonrisa. Mientras tenías una conversación distraída con las que en ese entonces llamabas amigas.

Yo estaba en un partido de basketball, con mi uniforme rojo y el número 6 estampado en la camisa, y parado a mitad de la cancha sin hacerle caso a mis compañeros gritando segundos antes de que la pelota estampará contra el lado de mi cabeza, no estabas tan lejos, te encontrabas como mucho a unos 10 metros.

Te volteaste con sorpresa al igual que todos, pero fue como si tu expresión se hubiera visto en cámara lenta y como si mi caída fuera lo de menos, te vi acercarte a mi con el resto de la multitud y al fijar mi vista en el maestro de educación física, cerré mi ojos, para despertarme en la enfermería, no me hablaste, no supe tu nombre. Tenia 10 y tu 9, no fue amor a primera vista, fue curiosidad.

Respondías sin pensar, sin ver a la persona y parecían respuestas vacías u obvias para ti, Ensayadas, aunque fácilmente se podrían confundir con seguridad.

Al día siguiente volví como si nada y sin prestarle atención a nada.
No pude, y los maestros me preguntaron si me sentía bien hasta que accedí a ir a enfermería.

El patio del colegio se encontraba en medio de las tres partes del edificio.
Y justo te encontrabas en la clase enfrente a la nuestra, al otro lado del edificio.

Ese día tu me volteaste a ver una vez, yo te vi las ocho horas de clases.

Al terminar las clases e ir al patio jugué basketball esperando que tu me voltearas a ver una sola vez, que me sonrieras.

No lo hiciste, y aunque hubiéramos ganado el partido, yo estaba frustrado.
Agarre la pelota y la tire a la canasta hasta que una vez me termino pegando en la cara y caí para atrás.

Llegó una chica de mi grado y me preguntó si estaba bien, me ayudó a levantarme y mencionó que mi labio estaba sangrando.

La chica se fue y antes de darme cuenta ya eran las 5 de la tarde y yo seguía en el colegio.

Mis padres habían olvidado irme a traer, para suerte o no, tenía más tiempo para inventarme una excusa para el labio roto.

EllaDove le storie prendono vita. Scoprilo ora