11: Un pasado preocupante

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Por un segundo pensó que tal vez ese hombre, considerado bicho por las mujeres, era más listo que ella y su madre juntas. Incluso Kariba estaba anonadada. Tal y como lo había supuesto al leer sobre las condiciones para estar en «Futuro nuevo», él no era cualquiera.

—Pero entraste a la cápsula —murmuró bajo.

¿Por qué? ¿Por qué abandonó sus pasiones?

—Síp. Ahora, ¿vienes o debo ir por ti?

Sonrió y asintió. Fue y se sentó a su lado, siendo rodeada por su brazo, gesto que la llenó de gozo. La película ya empezaba. Su mano le acarició el antebrazo, haciendo revolotear mariposas en su estómago, se tomó la libertad de tomarla y juguetear con sus dedos, fuertes y tibios.

—¿Cómo te fue? —le preguntó en susurro.

—Bien, confiscaron cosas pero los másculos escaparon, han doblado la guardia.

—Será hasta que los encuentren, de seguro no tardan...

Kariba no pasó desapercibida la extraña cercanía entre ellos. Pidió las palomitas así que le pasaron el pote sin dejar de hablarse bajo. No entendió, Teresa solo se quejaba y ahora lo dejaba estar tan cerca, cuando ni con la novia que tuvo había sido así.

Si ella hubiera aceptado quedárselo desde un inicio en vez de ceder a sus prejuicios tal vez estaría en su lugar, si justamente quiso estar lejos porque los textos de historia la habían llenado de miedo hacia los hombres, pero ya veía que no era de temer, al contrario, parecía tenerlo todo para atraer a una mujer, incluyendo el aroma, la voz. Quizá estaba bañado en feromonas de másculo, ya ni sabía, solo era consciente de estar hechizada.

Teresa no podía estar igual, a ella no le gustaba nada ni nadie, no entendía entonces por qué.

De pronto, la máquina achatada y blanca en forma de cuadrado que limpiaba el piso, salió de su rincón mostrando una lucecita roja. Solo algo podía significar eso. Vio a sus pies.

—¡ARAÑA! —chilló la rubia pegando un brinco, espantando a sus acompañantes.

Se pusieron de pie pero ella se aferró al torso de Adrián al segundo, haciéndolo retroceder un par de pasos. El cuadrado de limpieza pasó sobre la araña y se retiró sin dejar huella en la alfombra.

—¿La mató?

—No, se la lleva al jardín —murmuró Teresa.

El estómago le quemó de forma terrible al ver a Kariba siendo consolada con suaves palmadas en la espalda por su Adrián, que no parecía percatarse, solo observaba con curiosidad a la máquina que se iba hacia la puerta trasera.

La rubia hizo puchero cuando él le preguntó si estaba bien, ya que parecía muy, muy afectada, afianzando su agarre alrededor de su cuerpo, negándose a soltarlo. Le encantó la sensación que le daba el saberle preocupado por ella, disfrutando de su aroma otra vez, y recibiendo sus consuelos.

 Le encantó la sensación que le daba el saberle preocupado por ella, disfrutando de su aroma otra vez, y recibiendo sus consuelos

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Adán: el último hombreWhere stories live. Discover now