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Ella había arreglado aquel vestido rojo, un centenar de veces y seguía sin gustarle. Se había puesto un suéter que la hacía lucir como una vaca—después de todo nadie se salva de las navidades—, intentó ponerse un chaleco que le parecía más para una oficina que para un baile, así que optó por un simple pareo [1] rosa amarrado a su cuello.

Ella acomodó su cabello rubio detrás de las orejas—aún viéndose en el espejo—, y acomodó el pronunciado escote del vestido que su novio Bruno, eligió para ella.

El pareo desviaba un poco la atención de sus pechos y eso le tranquilizaba un poco.

—Ni se te ocurra ponerte eso—dice Bruno, que derrepente se encuentra detrás de ella quitándole el trozo de tela—.Quiero que todos vean lo sexy que eres.

«Quiere que todo el mundo vea lo que tienes», pensó ella.

Lilian odiaba esos eventos a los que solía acudir en compañía de Bruno. Sólo asistían personas completamente falsas, que trataban de llenar los vacíos de sus pechos con dinero y propiedades. Dónde los hombres presumían a sus plásticas esposas más como objetos que como personas. Una de las actividades favoritas de Bruno, a las que Lilian debía formar parte en contra de su voluntad.

Ella solo logra asentir—Tengo algo para tí—Bruno susurra en su oído.

Saca una caja roja de terciopelo de su costoso traje. La cara de Lilian se ilumina gracias a las luces que logra desprender aquel collar de diamantes.

—«Los diamantes son los mejores amigos de la mujer»[2]—dice Bruno mientras coloca la red de brillantes cristales que cubren todo su cuello y parte de su pecho—. Perfecta.

En eso él estaba en lo cierto, ella lucía absolutamente hermosa y sería la envidia de todas las mujeres que asistieran a la gala.

¿Así se vestiría ella de ser la que tomara las elecciones de su persona? ¿Quién era ella en realidad?

Son preguntas que Lilian no podía responder, simplemente no tenía respuesta para ello. Se había convertido en el títere de Bruno Castellón desde que tenía memoria.

Sus familias al ser socios en los negocios, se obsesionaron en hacer de ellos una pareja. El señor Wellington, le decía a su joven hija lo importante de las alianzas para los negocios, y la joven Lilian—siendo una total ingenua—, sonreía con gusto de saber, que muy pronto sería la novia del chico más atractivo, atlético y popular de su escuela.

A muy temprana edad aprendió que las apariencias engañan a cualquiera, pues Bruno, no era aquel príncipe que  leía en aquellas novelas de romance, ya que de esos ya no quedan en este mundo de codicia.

—¿Es tan importante que vaya?—dice Lilian con la esperanza de poder quedarse.

Él la voltea para que así sus miradas puedan enfrentarse—Hoy más que nunca debes ir, y lucir espectacular. La familia real estará allí. Quiero que se les grabe en sus reales cerebros, el rostro de la mujer más hermosa que jamás verán.

Eso logró sacar una sonrisa en ella, que se desvaneció tan rápido como vino, por sus siguientes palabras:

—Seré la envidia cuando sepan que eres sólo mía.

Y ahí está su trofeo—no su novia o prometida—, su juguete, marioneta, su cosa.

—Lúcete está noche preciosa y serás recompensada. Arruínalo y conocerás las consecuencias.

Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la mujer, Bruno jamás le ha puesto una mano encima,—no sería tan estúpido—después de todo dañaría a la mujer oficial. Lilian lo había visto golpear a sus amantes múltiples veces, pero no era un idiota de hacerlo con la que presentaba como su pertenencia. Sus castigos se basaban en ignorarlarla al punto de hacerla sentir como un cuadro más de la habitación, dejarla sin comer o darle comida podrida, u obligarla a asistir a esas reuniones privadas donde Bruno y sus drogadictos amigos la hacían sentir como una mujer de baja moral.

Princesa por conveniencia.Where stories live. Discover now