Capítulo 1: Se acabó

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"Un día sacó valor y se fue"

Andrés Alfonso

En cuanto el coche atravesó el arco de entrada, Kushina sintió que estaba empeorando todo. La sensación de estar cometiendo un acto inefable la atormentaba desde que dio su consentimiento. No era la primera vez que Isao se lo proponía, pero sí la única ocasión en que, tentada por las emociones turbias que sobrellevaba desde que esa mañana salió de su vivienda, dio su aprobación.

Observó sobrecogida los altos edificios de apartamentos, encogiéndose por el retorcijón de su estomago. Ese que le amonestaba su falta de voluntad, su incapacidad de poner un alto, bajar del coche, desandar el camino y tomar un taxi hasta su hogar. Ese que decidió desatender en cuanto se adentraron en el oscuro estacionamiento del edificio A y su compañero abrió la puerta. Las palabras de advertencia que Mikoto se había afanado en lanzar al término de su jornada laboral, cuando vio con quién se iba y quizá a qué lugar, se desvanecieron en cuanto puso un pie fuera del coche y forzó una sonrisa a quien la esperaba.

Sentía algo extraño en sus dedos, un poderoso hormigueo de emoción, de expectativa. Un algo que llevaba meses sin sentir, a menos que estuviera precedido por una escena que exigía de ella toda esa entereza que perdía con el pasar de las semanas.

Sin decir palabra alguna, sintiéndose más confiada con cada segundo que pasaba ahí con él, empezaron a caminar con dirección al ascensor. Una vez dentro de las paredes metálicas ella se limitó a observar el tablero donde el número tres despedía un brillo verde. Respiró profundo ya con el nerviosismo superado y le dirigió una mirada a Isao, agarrando su bolso como si éste fuera el objeto que le brindaba esa serenidad que tan de repente sentía.

Su compañero se mostraba sereno, aunque ella creía atisbar en su mirada el brillo de la ansiedad. Sus manos grandes se encontraban en los bolsillos de su pantalón, uno de sus pies se cruzaba casualmente sobre el otro tobillo mientras su espalda se apoyaba en un costado del ascensor. En aquel reducido espacio, sus sentidos se embebían en el aroma de su penetrante colonia.

—¿Qué me ves? —preguntó él, girándose hacia ella con una sonrisa leve.

—Nada —contestó imitando su gesto, aunque cada diminuto poro de su piel se estremeció ante un nuevo pensamiento. Esos ojos oscuros, ese cabello engominado y aquel rostro anguloso era el de un desconocido a pesar de todo—. Sólo pensaba.

Él entreabrió los labios para responder, pero justo entonces las puertas se abrieron y ella salió como si el ascensor despidiera un calor punzante. Esperó a Isao en el helado pasillo y caminó luego a su lado sin encontrar un tema de conversación.

El edificio era enorme, de eso no le quedó duda cuando pasaron puertas tras puertas antes de doblar la primera esquina. Elegante como esos conjuntos residenciales solían ser, silenciosos, con colores sobrios y pisos impecables, pero para ella tan atípicos. Era de esos sitios en los que no se veía viviendo, ella prefería los lugares abiertos, amplios, con muchos pasillos, con jardines extensos que pudiera personalizar ella misma. Estanques, muchas flores, hierbas de olores y pérgolas bajo las cuales poder salir a leer un buen libro, recibir visitas, tomar el té o simplemente pasar un rato contemplando el cielo.

Todo eso que tenía en su vivienda, pero que ahora no se sentía con la entereza de encarar y disfrutar. Ese pensamiento más que derrumbar su confianza, la reforzó. Aún se encontraba calada, aunque en menor medida, por esas chocantes emociones que la llevaron a azotar aireada la puerta cuando salió a trabajar minutos antes que su esposo.

Sus latidos empezaron a incrementarse cuando Isao le señaló la puerta de su apartamento, contándole cómo para disminuir gastos había decidido trasladarse a vivir en un lugar mucho más reducido que su anterior residencia. Vivía sólo, así que al no tener que discutir la idea con nadie, no tuvo que pensarlo demasiado. La idea sólo llegó y él asintió ante ella.

Arena que lleva el vientoOnde histórias criam vida. Descubra agora