La maldición

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Coordina:  @HaimiSnown (Haimi Snown)

Maya se quedó mirando cómo goteaba la sangre desde la hoja afilada. No era sangre roja, sino verde. La sangre de un trol. El feo cuerpo aún quedaba a su espalda, podía olerlo. Arrugó la nariz y frunció los labios para dejar de notar el hedor, pero no funcionó. Al final tuvo que coger una bocanada de aire para atreverse a mirar a los ojos a Matthew.

Sabía que iba a enfadarse, incluso antes de haber cogido su espada para matar al trol.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó él otra vez. Ya se lo había preguntado varias veces pero ella no encontraba una respuesta que lo pusiera contento—. Sabías que es la espada de mi abuelo, pensaba regalártela el día de nuestra boda. ¿No quieres que nos casemos? ¿Has cambiado de opinión?

—¡No! ¡Matthew! ¡Te juro que no lo sé! El trol apareció de la nada. Estaba en el jardín, esperándote, cuando la tierra empezó a temblar. La puerta del muro del castillo estaba abierta. No tenía tiempo a cerrarla. Ha sido una situación de matar o morir.

—¿Por qué mi espada? La armería está llena de armas, algunas muchas más adecuadas para luchar contra un trol.

—Ha sido lo primero que he visto. Siempre está al lado de la puerta, en honor a lo grande que fue el rey, tu abuelo.

—Esta espada no debería haber tocado sangre. Lo sabes, conoces la leyenda.

—¿Aunque fuera la de un trol? —Maya inquirió con esperanza en la voz.

Las hermosas facciones de Matthew se contorsionaron en una mueca que ella conocía bien. No estaba dispuesto a escucharla o entenderla. El enfado le pasaría en poco tiempo, pero si la leyenda era verdadera, no contaban con tiempo.

—No tienes respeto por nada. No te la mereces —finalizó él.

Se largó con zancadas largas y Maya lo perdió de vista cuando la puerta del castillo se cerró detrás de él.

Un rayo de luz brilló en el acero de la espada, recordándole una vez más su error. Miró la hoja manchada, con la idea de hacer entrar en razón a Matthew, pero al levantar la vista, el castillo había desaparecido.

¡La maldición era real! Pero si lo era, el hechizo que la rompería debía ser real también.

No iba a perder a Matthew para siempre, se dijo.

El castillo desapareció a la vez con el crepúsculo. Le quedaban solo unas horas para salvarlo, hasta que el sol se alzara.

Maya levantó la espada hacia el astro culpable de su desgracia. Los últimos rayos de luna la bañaron. Aceptó su error. No había modo de luchar contra maldiciones y hechizos. Sangre por sangre era la solución. No permitiría dejar a la aldea sin el rey, destrozar su pequeño mundo que continuaría girar sin ella, pero no sin él.

Tendría que morir para que Matthew siguiera viviendo.

No lo dudo ni un momento.

Empuñó la espada con las dos manos, con la punta apoyada sobre su vientre. Entonces se demoró un segundo que utilizó para pedirle perdón, en silencio, a su amado. Cuando la hoja se hundió en su carne, las lágrimas calentaron sus mejillas.

No sintió frío, solo la calidez de la sensación dada por el hecho de que estaba haciendo lo correcto.

Con un último aliento, vio cómo las piedras del castillo empezaban a aparecer ante sus ojos. ¡Lo había logrado! No era una heroína, era una estúpida que no creía en maldiciones.

«Todo lo antiguo es sagrado», recordó las palabras del abuelo de Matthew y cerró los ojos.

Cuando Matthew le levantó el torso, rodeándole los hombros, creyó que había alcanzado las tierras de Más Allá.

—¡Mi amor! —dijo él con los ojos humedecidos por la emoción—. Lo has conseguido. Nos has salvado a los dos. A todos.

Maya no lo entendió, menos aún cuando volvió a dejarla en el suelo. Miró atontada cómo quitaba la espada de su barriga con un gesto tan suave que podría haber sido una caricia. La herida se iluminó como si fuera cosida por el mismísimo Sol.

Estaba curada, en brazos de su amado y habían roto el hechizo del rey fallecido.

A partir de entonces, nada iba a poder separarlos. Aunque se tratara de una legión de troles.

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⏰ Last updated: Mar 20, 2018 ⏰

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