Los Cofres del Saber (capítulo 12 y 13)

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—Ella…ella…ella -balbuceó Svet con una voz aguda y un tanto exaltada—. Fue…ella. –Tres jadeos angustiosos la detuvieron—. Fue…ella. Ella me pegó. ¡Ella está viva!

La claridad de mente se impuso de repente. Fue como si una chispa prendiera en su mente y todo un arsenal de luces halógenas apuntara directamente al interior de la cueva negra y tenebrosa donde atesoraba los recuerdos del incendio.

Volvió a ser la pequeña Svet, espiando a Fiona, a la espera de demostrar a sus padres que era una persona de la que no se podían fiar. Se escondió en un armario de la cocina mientras su hermana mayor se dedicaba a moverse de un lado a otro de la casa.

La escuchó trajinar en la cocina, sin saber muy bien qué hacía. Tarareaba una canción que no conocía con aquella voz nasal que reconocería en cualquier lugar del mundo. Era una canción un tanto exaltada, con una melodía alegre y rápida, que parecía el preludio de algo grande.

Cuando las primeras huellas del humo se colaron por el respiradero del armario Svet salió de su escondite para descubrir un fuego de gran envergadura que se iniciaba en los fogones. La cocina olía a gas de una manera un tanto exagerada, así que si no lograba apagar las llamas la casa ardería. Y no había rastro de Fiona.

Se lanzó contra el fuego con el delantal que se asentaba colgado de un gancho en la puerta del armario e intentó por todos los medios deshacerse de él. Pero un golpe contundente en la cabeza la detuvo. Por unos minutos perdió el conocimiento y se quedó estirada en el suelo. Al fin logró abrir los ojos y arrastrarse fuera de la cocina para impedir que sus pulmones tragaran más humo. Tosía, se ahogaba y le dolía el chichón de la cabeza.

Reptó por el suelo hasta llegar al salón. Su mente estaba embotada por el efecto del humo y del golpe, pero descubrió claramente cómo la figura de su hermana salía por la puerta de acceso al exterior y la cerraba tras de sí. ¡Ella estaba viva!

13

Todo sucedió tan rápido que apenas tuvo tiempo de asimilar los extraños acontecimientos que sacudieron los últimos minutos de mi existencia. Ignacio se encargó de advertirme que me mantuviera en silencio y a su lado con una simple mirada. Luego tiró de mí fuera del autobús en la parada siguiente, cuando la calle Santaló se inicia en Travesera de Gracia, y me arrastró por la calle Avenir hasta un portal cercano a Muntaner.

Su porte erguido y tenso me anunciaba a gritos que algo le sucedía. Tenía todos los músculos apretados, con una expresión de esfuerzo extremo extenuando su cara, el sudor le perlaba la frente y la mano con la que me sujetaba, respiraba con dificultad y casi parecía que la circulación de la sangre se le espesara y le costara andar con pasos rápidos y ágiles.

—Coge…la…llave —tableteó entre jadeos inquietos y me señaló el bolsillo de su pantalón.

Obedecí sin mediar palabra. Sentía que su esfuerzo sobrepasaba con creces los límites de su resistencia, que si no conseguía llevarlo a un lugar seguro se desplomaría sobre la acera fría y compacta que aparecía desierta a esas horas tardías. Localicé el llavero sin dificultad y lo utilicé para abrir la puerta de cristal y hierro forjado que chirrió un poco al abrirse.

El rellano era antiguo, con loseta pequeña color crema en el suelo que dibujaba unas filigranas multicolores enroscadas alrededor de unas flores rojas que perdieron la fuerza del color años atrás. La luz consistía en una única bombilla un tanto tenue que se asentaba al lado de la caja de un ascensor de madera de factura antigua.

—Piso tres…puerta dos.  —Ignacio hablaba con tanta dificultad que casi parecía que expulsara las palabras entre soplidos medio ahogados.

El rictus de Ignacio se contrajo todavía más. La palidez de su rostro cobró un color plomizo que denotaba la falta de fuerzas y su mirada estaba al límite, apagada, enrojecida, casi sin vida. Lo arrastré dentro de la caja del ascensor que traqueteó con dificultad hasta el tercer piso.

Los Cofres del SaberWhere stories live. Discover now