Prólogo

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La llama de la antorcha se estremeció cuando una corriente fría y húmeda la zarandeó bruscamente. Una mano pequeña y callosa cubrió el fuego en la dirección del aire para evitar que éste se extinguiera después, se apresuró a descender las escaleras medio derrumbadas y cubiertas de escombros que apenas podían distinguirse en las densas sombras.

El individuo trató de recordar el camino, pero era bastante difícil: derecha, todo recto, izquierda, tercera escalera a la derecha, torcer a la izquierda en la sala de las pinturas, esquivar los dos bloques negros desprendidos... Confió todas sus esperanzas de volver en el conocimiento que tuvieran los otros sobre aquel siniestro lugar.

Observó bajo la leve iluminación los grabados de las paredes: una alta y bellísima mujer sentada en el trono de su palacio daba pasó la escena de un paisaje nevado donde en él se dibujaban estatuas de una infinidad de criaturas. Parecía que los muros contaran un vetusto cuento para mandar a los pequeños centauros traviesos a la cama, sin embargo, él sabía que nada estaba más lejos de la realidad. Era historia, las crónicas de Narnia en la edad de hielo marcadas en piedra.

Era que todas las criaturas de la oscuridad deseaban y adoraban. Pero que había terminado con la llegada de cuatro simples e insignificantes humanos, cuatro mocosos estúpidos que desde hacía ya algunos años gobernaban Narnia, tiempo que había sido llamado como edad de oro.
El enano dibujó una mueca de desagrado y escupió en el suelo antes de seguir adelante, sumergiéndose en las cavernosas tinieblas.

Se reunió con dos sujetos más en la penumbra de una gran estancia, sus rostros yacían ocultos en el anonimato que proporcionaba la escasa iluminación. El enano sólo tuvo tiempo de recorrer brevemente con su mirada el espacio antes de que le hablaran.

- ¿Por qué tanta tardanza? Quizás deberíamos haber buscado alguien más competente para manejar esta situación - espetó una voz susurrante y apresurada.

- Los seguidores del Sumo Monarca patrullan la zona - se excusó el recién llegado de forma mordaz, alzando la antorcha para observar a su alrededor con curiosidad. - Me ha sido difícil esquivarlos sin ser visto... -

- Ya no importa, - intervino una tercera voz, calmada y etérea - estar aquí es el primer paso de toda una jugada a nuestro favor - 

El enano notó por vez primera el frío que sentía, lo cual no dejaba de ser extraño. Era bien sabido que a medida que uno se adentraba en las profundidades de la tierra el calor va aumentando, pero sin embargo allí reinaba un frío glacial, más agudo que en cualquier invierno que hubiera vivido.

Sus ojos, pequeños y oscuros, se posaron en algo que resplandecía levemente en un punto concreto de la estancia, una expresión boquiabierta se dibujó en sus toscos rasgos al contemplar un muro de hielo levantado entre dos pilares naturales, sostenidos en base a un precario equilibrio, no era un hielo blanco como el de los carámbanos que pendían de los árboles en las mañanas de invierno, era un hielo azul resplandeciente, como hecho por las manos de un artista no terrenal.

Quizás eran alucinaciones generadas por la confusión, pero hubiera asegurado que un rostro ya hacía tras aquella superficie, desdibujado y frágil, tan perfecto como si estuviera tallado en marfil.

Un miedo atroz hizo mella en él, acompañado de una total fascinación tan intensa que le llevó a caer de rodillas, sosteniendo a duras penas la antorcha con una mano temblorosa.

- No puede ser... Es imposible que sea ella... - musitó.

- Siempre podrá regresar a este mundo mientras haya alguien que le sea fiel y siga recordando la gloriosa centuria que Narnia vivió bajo su dominio - aseguró la voz impasible, perteneciente a un identificable ser femenino.

El enano titubeo antes de hablar. De pronto le pareció que todo lo que iban a hacer resultaba atroz y que aquellos actos podrían desencadenar en una catástrofe totalmente irreversible. Sin embargo, algo atemorizado, siguió a los otros dos hasta el centro del círculo trazado de forma rudimentaria en el suelo arenoso. 

- Oh, auténtica emperatriz de las islas solitarias, conquistadora del Erial del Farol y dueña del Sol del Sur. escucha la llamada de tus humildes servidores. Oh, verdadera reina de Narnia. vuelve a nosotros desde la profunda prisión en la que te confinó la acción de un traidor antes de la edad de oro - recitó solemnemente la voz de mujer. - Vuelve - 

En los segundos que siguieron a aquel cántico, pareció que nada había cambiado. El enano siguió observando con aprensión el rostro oculto tras un translúcido manto de hielo, hasta que este parpadeó.

Unos ojos claros como ufanos diamantes barrieron la oscura estancia, de las suaves pestañas pendían diminutas agujas de hielo, dándole un aspecto místico. Sin embargo, nada fue tan impactante como oírla articular.

- El letargo ha resultado largo como la oscuridad anterior al mundo - susurró la sutil voz femenina. - Exijo saber quién me ha sacado de él y con qué propósito -  

- Mi señora, somos seguidores de su majestad. Nosotros combatimos de vuestro lado en la batalla que os enfrentó al ejército del Sumo Monarca - repuso el ser femenino oculto tras la capucha. - Vinimos a vos para ofreceros la oportunidad de regresar... y tomar de nuevo Narnia -
El perfecto rostro desdibujado de Jadis pareció sonreír con regodeo con la mera mención a aquella idea. Sin embargo, seguía mostrando una férrea expresión, como esculpida en pura roca.

- Bien. Aslan olvidó una parte de la mágia insondable, o quizás le parecía tan improbable e inverosímil que yo accediera a ella que ni siquiera se preocupó de ello - aseguró la voz, reverberando en un cercano eco. - No obstante, puedo ponerla en práctica con una pequeña condición - 

Los tres encapuchados escucharon atentos, tratando de no perderse un solo detalle de las condiciones de la bruja.

- Sólo una sangre muy específica puede romper los barrotes de mi prisión. Solo un ser cumple ahora mismo los requisitos para traerme de vuelta a Narnia, y con el sacrificio de dicha sangre volveré a la vida... para siempre - susurró de nuevo, como en un huidizo murmullo.

Jadis sonrió, saboreando profundamente la sensación de estar cerca de la libertad. El mero pensamiento de que su ser inmortal obtuviera el poder para volverse corpóreo latía en su orgulloso y avaricioso corazón.

- Traedme al segundo hijo de Adan y Narnia será de nuevo mía - ordenó.


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Hola!!! Bueno, ¿qué os ha parecido el prólogo? ¿Ós ha gustado? ¿Si? ¿No? Dejadme vuestros votos y comentarios.

Otra cosa que os debo decir es que para esta nueva historia intentaré actualizar cada domingo, para que así la espera se ós haga más corta.

Muchos besos y hasta pronto!!  

Oro y Plata,Fuego y Hielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora