El ave fénix

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El ave que siempre resurge de sus cenizas recibe por nombre fénix, quien vive una y otra vez, durante milenios, ya que su vida nunca tiene fin.

El ave que siempre resurge de sus cenizas recibe por nombre fénix, quien vive una y otra vez, durante milenios, ya que su vida nunca tiene fin.

Una extraña enfermedad había afectado al ganado y de seguido una ola de calor asoló la cosecha, a pesar de estar en pleno abril. Mas no fue el único acontecimiento que sacudió la población; sin explicación alguna, los ríos y embalses se tiñeron de rojo, matando consigo a miles de peces.

El pueblo clamaba explicaciones, pero ante todo venganza y enfurecidos se encaminaban al acantilado.

Desde el interior de una pequeña casa, una joven de cabellos rojos y ojos ámbar, miraba asustada al gentío. Furiosos se dirigían a ella, hacia la "nueva" como la llamaban con desprecio.

Hacía un año que había huido de Londres debido a los cotilleos que hablaban sobre la fogosa noche que pasó con un libertino conde. Sin embargo, todo era mentira, producto del despecho, ya que ella se negó a bailar con tal caballero.

En ese momento empezó su pesadilla. Su reputación quedó por los suelos y su familia la repudió. Pensó —que al igual que hacían muchas jóvenes que vivían su misma situación— que la solución estaba en irse a vivir al campo, alejados de bailes de salón y la sociedad. Sin embargo, nunca imaginó que sus vecinos la acusarían de brujería tras los extraños sucesos.

Ahora todo el poblado se dirigía hacia ella y todos gritaban lo mismo:

¡Quemar a la bruja!

Esa gente iba a quemarla, de eso estaba segura, y asustada se adentró en un bosque cercano. Ella no era ninguna bruja, era una joven de diecinueve años aficionada a las plantas que había encontrado en estas solución a muchas enfermedades. En un principio todo conciudadano agradeció sus artes curativas. Pero cuando empezaron a suceder hechos extraños, la culparon a ella. El primero en hacerlo fue el médico local, quien aseguraba usar de las malas artes porque ni él, que era un experimentado médico, había sanado a enfermos que ella sí con sus extrañas hierbas.

Un ladrido devolvió a la joven en sí. Los perros seguían su rastro, pronto la alcanzarían, pero su huida se frustró cuando un acantilado se cruzó en su caminar. La caída terminaba a veinte metros en un agitado arrollo, pero no sabía nadar, no podía lanzarse al agua, ni siquiera pensaba escapar de sus fuertes corrientes, por lo que tuvo que buscar otra salida.

Se enfiló dirección sur; ya en la lejanía apreciaba un puente, podría internarse en otro bosque más espeso y con suerte escapar, pero entonces alguien la tomó del brazo haciéndola girar. Cara a cara se encontró con un hombre hosco, vecino del pueblo; junto a él iban sus perros, que salvajes, no dejaban de ladrarle.

La chica forcejeó, pero era incapaz de librarse de su opresor, quien la rodeó con su brazo. El hombre gruñía y con la joven apresada, se encaminó hacia sus vecinos, pero en un nuevo forcejeo la muchacha le mordisqueó el brazo quedando libre. Volvió a echar a correr pero su perseguidor de nuevo la atrapó donde la zarandeó y la abofeteó.

—¡Bruja, lamentarás haberme mordido! —la amenazó—. ¡La tengo!

La joven, con lágrimas en los ojos, volvió a defenderse, pero era imposible zaparse del hombre y en su agitar reparó en un arma que chocaba contra sus caderas. Durante un momento se quedó quieta mirando a las caderas del cazador reparando en un puñal. Con un rápido forcejeo logró arrebatarle el arma y herirlo. De nuevo libre, le amenazó.

—No quiero hacerlo, pero lo utilizaré..., solo déjame escapar y nadie saldrá herido.

—¡A por ella!

A su orden los perros se lanzaron a por ella. Esta agitó el arma incrustándolo en la yugular de uno de los animales; este gimió, cayó pesadamente al suelo y el otro perro, asustado, retrocedió.

Su vecino parecía demasiado impresionado. No reaccionaba. Entonces la joven se giró y cuando se dispuso a huir un desgarro la atravesó por detrás. Cuando se llevó la mano a la espalda la vio llena de sangre y con torpeza se giró. Quien la había acuchillado no era nada más ni menos que una joven de cabellos rubios trenzados; a su derecha esperaba su hermano, un muchacho apuesto de ojos azules, cabellos platinos y fuerte constitución...

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La portadora de LeyendasWo Geschichten leben. Entdecke jetzt