11. Más que suficiente tiempo

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Pero no fue sino hasta una noche en uno de los eventos de la escuela donde conmemoraban un aniversario más de su creación, que el entendimiento cayó sobre su cabeza con el mismo efecto gravitacional de un peñasco. Habían obligado a las muchachas de su grado a vestir sus mejores galas y lucirse en el estrado del patio para entonar una canción lo más angelicalmente posible. Por supuesto, fue una tortura para ellas, pero era la tradición.

Los chicos, que estaban encargados de los puestos de comidas, no les quedaba más que mimetizarse con los padres asistentes y vitorear. Dazi, que rondaba en la explanada con Lantés y Ulises, buscó con la vista a Gabi cuando las chicas ascendieron a la plataforma. Y algo sucedió durante los minutos que duró aquel cántico.

Él no sintió el tiempo, sólo se quedó prendado de la visión de ella en aquel vestido celeste, el cabello que caía por un lado como una seda, su rostro levemente sonrosado. Era como si la hubiera visto por primera vez.

"Ah, qué linda es". Fue el único pensamiento concreto que se dibujó en su mente.

—Eh, Dazi. ¿Por quién babeas? La comida está del otro lado.

—¿Ah?

Las palabras de Lantés lo sacaron de su embeleso, e inmediatamente después barbotó una excusa indefinida para marcharse a cualquier parte. Los siguientes minutos los pasó recostado en la pared del desierto salón de clases, verbalizando y aceptando el hecho de que ella le gustaba.

Nunca se había sentido así. Se sentía extraño. Pero una vez que pudo identificarlo, se sintió mejor. Era como haber estado experimentado los síntomas y por fin arribar a una acertada prognosis. Como reconocer el nombre de la enfermedad. Todo estaba claro por fin, sólo restaba decidir qué hacer. Con un poco de tiempo...

Dazi se sobresaltó tan violentamente que pegó un brinco en retroceso al casi estrellarse con Gabi en el umbral de la sala. Ella lo observó, enrarecida, un tanto alterada por la reacción exagerada.

—¿Qué haces aquí? —inquirió él, tratando de impermeabilizar su exaltación.

—Vine a recoger mis cosas y las de Nivia —señaló ella con un dejo de evidencia. Y Dazi advirtió que varias chicas habían dejado sus pertenencias en el salón, mientras durara su número.

Gabi tomó ambas mochilas, y mientras lo hacía le ofreció un semblante arrugado, como para dejar entrever que le parecía que estaba actuando extraño.

—Espera —emitió él cuando ella estuvo por marcharse y Gabi lo observó, interrogante, ante sus subsecuentes titubeos.

Dazi realmente no tenía planeado nada qué decir, y el que ambos estuvieran cerca del umbral que daba al corredor lo desconcentraba. Cualquiera que pasara por allí podría verlos. Entonces, sin ninguna premeditación tomó su mano para conducirla al fondo de la sala, donde las luces se desvanecían, creando una cortina umbría. Advirtió al momento que Gabi se tensaba.

—¿Qué pasa? Estoy a un pelo de sentirme incómoda —dijo ella, sus ojos enfocados en sus manos aún unidas.

—He estado pensando que tal vez sería mejor que ya no finjamos ante los demás —soltó Dazi, las palabras se le ocurrían sobre la marcha—. Nos llevamos bien, eso no tiene nada de malo ¿no?

—Oh —musitó ella, con un aire más relajado—. ¿Sabes? También he estado pensando en eso.

—¿En serio?

—Sí, ya se está poniendo un poco complicado. Además no creo que esté bien que le esté guardando tantas cosas a Nivia. Las mejores amigas no hacen eso.

—Todo sea por las mejores amigas.

—¿Pero qué vamos a decir? Nivia me va a preguntar sobre esto y mucho. Deberíamos tener una sola historia coherente.

—Bueno, somos los callados del grupo. Hacemos las cosas calladamente. —Dazi estaba teniendo algunos problemas en verla tan de cerca, radiante como estaba, era una visión de repente encantadora. Entonces, también sin pensar, estiró su mano para pasar sus dedos por el recorrido de su cabello. Gabi se envaró ante aquel impulso, como si se asustara. —Se nos puede ocurrir varias excusas.

—Estás un poco espeluznante hoy.

—Lo siento.

El ambiente se había tornado tenso, pero era una tensión especial, misteriosa e íntima. Sintió la mano de Gabi temblar casi imperceptiblemente bajo la suya. Ambos se miraron por un tiempo indefinido, tanto rato como para que las palabras se percibieran ajenas y forasteras a ese momento. Dazi realmente no estaba seguro, nunca antes lo había intentado y no sabía si había una forma de equivocarse y hacerlo mal, pero percibió que ella también quería. O al menos, no estaba en contra. El centelleo en sus ojos titilaba, una amalgama de aprehensión e invitación. Aquel fue un beso titubeante, sencillo y breve, como si ambos temieran espantar al otro.

Tal vez lo hubieran repetido, pero la bruma de una algarabía proveniente del pasillo los despertó de aquella burbuja de ensueño.

—Ya me tengo que ir —barbotó Gabi, tomando sus cosas y saliendo atolondrada del aula, ruborizada y nerviosa, dejando a Dazi en un estado similar.

Había sido tal vez apresurado, pero estaba hecho. Y él imaginó que tendrían tiempo para aclarar todas sus dudas y para intentar lo que sea que debían intentar. Habría tiempo, más que suficiente. No tenían que correr, podían hacer esto a la velocidad que se les acomodara. No estaba seguro de lo que estaba haciendo, pero sintió inevitable que sucediera.

Ambos tenían quince años, y aquello transcurrió poco antes de que iniciara el otoño. Aquel otoño que vendría con la revelación que revolcaría su vida por completo.

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⏰ Last updated: Jan 28, 2018 ⏰

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La doncella crepuscularWhere stories live. Discover now