La Caida de los Cuatro Imperios

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literatura fantástica

Juego de tronos

El joven señor no parecía escucharlo. Observaba la creciente oscuridad del crepúsculo con aquella mirada suya, entre aburrida y distraída. Will había cabalgado el tiempo suficiente junto al caballero para saber que era mejor no interrumpirlo cuando mostraba aquella expresión. —Vuelve a contarme lo que viste, Will. Con todo detalle. No te dejes nada. Will había sido cazador antes de unirse a la Guardia de la Noche. Bueno, en realidad había sido furtivo. Los jinetes libres de los Mallister lo habían atrapado con las manos manchadas de sangre en los bosques de los Mallister, mientras despellejaba un ciervo de los Mallister, y tuvo que elegir entre vestir el negro o perder una mano. No había nadie capaz de moverse por los bosques tan sigilosamente como Will, y los hermanos negros no tardaron en explotar su talento. —El campamento está tres kilómetros más adelante, pasado aquel risco, justo al lado de un arroyo —dijo Will—. Me acerqué tanto como me atreví. Eran ocho, hombres y mujeres. Niños no, al menos no vi ninguno. Habían puesto una especie de tienda contra la roca. La nieve ya la había cubierto casi del todo, pero la vi. No había ninguna hoguera, aunque el lugar donde habían encendido una se distinguía claramente. Ninguno se movía, los observé un buen rato. Ningún ser vivo ha estado jamás tan quieto. —¿Viste sangre? —La verdad es que no —admitió Will. —¿Y armas? —Algunas espadas, unos cuantos arcos... Uno de los hombres tenía un hacha. De doble filo, parecía muy pesada, un buen trozo de hierro. Estaba en el suelo, junto a su mano. —¿Recuerdas en qué postura se encontraban los cuerpos? —Un par de ellos estaban sentados con la espalda contra la roca —contestó Will encogiéndose de hombros—. La mayoría, tendidos en el suelo. Como caídos. —O dormidos —sugirió Royce. —Caídos —insistió Will—. Había una mujer en la copa de un tamarindo, medio escondida entre las ramas.'Una vigía. —Esbozó una sonrisa—. Tuve buen cuidado de que no me viera. Cuando me acerqué, vi que ella tampoco se movía. —Muy a su pesar, se estremeció. —¿Tienes frío? —preguntó Royce. —Un poco —murmuró Will—. El viento, 'mi señor. El joven caballero se volvió hacia el guardia de pelo cano. Las hojas que la escarcha había hecho caer de los árboles pasaron susurrantes junto a ellos, y el corcel de Royce se movió, inquieto. —¿Qué crees que pudo matar a esos hombres, Gared? —preguntó Ser Waymar en tono despreocupado. Se ajustó el pliegue de la larga capa de marta. —El frío —replicó Gared con certeza férrea—. Vi a hombres morir congelados el pasado invierno, y también el anterior, cuando era casi un niño. Todo el mundo habla de nieve de quince metros de espesor, y de cómo el viento gélido llega aullando del norte, pero el verdadero enemigo es el frío. Se echa encima de uno más sigiloso que Will, al principio se tirita y castañetean los dientes, se dan pisotones contra el suelo, y se sueña con vino caliente y con una buena hoguera. Y quema, vaya si quema. No hay nada que queme como el frío. Pero sólo durante un tiempo. Luego se mete dentro y empieza a invadirlo todo, y al final no se tienen fuerzas para combatirlo. Es más fácil sentarse, o echarse a dormir. Dicen que al final no se siente ningún dolor. Primero se está débil y amodorrado, y todo se vuelve nebuloso, y luego es como hundirse en un mar de leche tibia. Como muy tranquilo todo. —Qué elocuencia, Gared —observó Ser Waymar—. No me imaginaba que te expresaras así. —Yo también he tenido el frío dentro, joven señor. —Gared se echó la capucha hacia atrás para que Ser Waymar le viera bien los muñones donde había tenido las orejas—. Las dos orejas, tres dedos de los pies, y el meñique de la mano izquierda. Salí bien parado. A mi hermano lo encontramos congelado en su turno de guardia, con una sonrisa en los labios. —Tendrías que usar ropa más abrigada —dijo Ser Waymar encogiéndose de hombros. Gared miró al joven señor y se le enrojecieron las cicatrices en torno a los oídos, allí donde el maestre Aemon le había amputado las orejas. —Ya veremos hasta qué punto podéis abrigaros cuando llegue el invierno. —Se subió la capucha y se encorvó sobre su montura, silencioso y hosco. —Si Gared dice que fue el frío... —empezó Will.

La Caida de los Cuatro ImperiosWhere stories live. Discover now