—Ve hacia la frontera, corre y no veas hacia atrás —le dijo a su madre mientras la liberaba. Esta comenzó a llorar, tomando sus manos y contestando:

—Cuídate, por favor. Esto es sólo una parte de tú vida, aprende, vive, ama.

—Mamá, sólo iré y conseguiré unos camellos para poder huir, podré alcanzarte —dijo él, rápidamente soltándola y yendo hasta el otro lado de la plaza, donde el regimiento aun discutía sin cesar.

No podría escapar sin los camellos, lo alcanzarían.

— ¡Tú! —gritó uno de los guardias, con fuerza—. ¡¿Cómo escapaste?! Entrégate antes de que tomemos acciones, ahora.

—No —respondió, inamovible. Sus ojos recorrieron el lugar buscando algo con lo que podría defenderse, encontrándose con una mesa en la que solían vender cosas los comerciantes.

Corrió hasta ella y antes de que arremetieran contra él la partió en dos y la usó como escudo.

No podían ensartar sus espadas en él, Skrain las evadía al igual que a las flechas que atravesaban la mesa.

Pasó a los militares con toda su fuerza, llegando rápidamente hasta los camellos y soltándolos en el acto, no sin antes subirse a uno de ellos.

Los sentimientos rondando en la mente de Skrain no eran más que de triunfo. Las aldeas del reino Uskus no estaban muy lejos unas de otras, podría huir y conseguir trabajo en otra de las minas de sal de la zona si era necesario.

«Sólo tenía que alcanzar a su madre y sería libre», pensó, justo antes de encontrarse con la peor imagen posible. Se trataba del general, que tenía a su madre agarrada del cuello con una mano y, con la otra, amenazaba su vida poniendo una daga contra su cuello.

— ¡Bájate de ese camello, ponte el collar que hay en su bolsa, y la dejaré ir! —gritó él, que no parecía demasiado confiado y hablaba con una rapidez que denotaba el miedo que le tenía al chico—. ¡Ya!

Skrain bajó con cuidado, su corazón repiqueteando por la incertidumbre, sus ojos fijos en el hombre que amenazaba a su madre.

Tomó el collar, se lo calzó y dijo:

—Ya está —esta vez no sintió tanto el bajón de energía como el de la vez anterior—. Déjala ir.

El general soltó a su madre de un movimiento brusco, haciendo que cayera al suelo con gran fuerza, golpeando su cabeza, de la que comenzó a salir un poco de sangre.

—Nunca podrás escapar de tú destino, joven Skrain. Lo que está cellado, está cellado, y pagarás por tus pecados.

—Lo haré —dijo él, con valentía.

—Yo antes solía ser como tú —dijo el general, deteniéndose frente a Skrain y tomando su barbilla—. Fuerte, valiente, orgulloso. La diferencia es que yo tomé buenas decisiones.

Dicho esto, el hombre fue de nuevo hasta la madre de Skrain, sacando su espada y insertándola en su espalda.

—Te quiero —fueron las últimas palabras de la mujer, sus ojos oscuros centrados en su hijo antes de que su último soplo de vida se esfumara.

—¡No! —gritó Skrain, furioso. Apretó los puños con fuerza, sacándose sangre en las palmas de las manos por mero impulso—. ¡Usted digo que la dejaría!

—No dije por cuánto tiempo —respondió el general, acercándose a Skrain y pateándolo para que cayera directamente al suelo.

La furia creciente en Skrain era incontenible. Su propio cuerpo estaba luchando contra el inhibidor de magia, manifestado en el sudor y el rápido latir de su corazón.

Una lágrima de enojo cayó por su mejilla, se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban y, tratando de demostrarle a mamá que era valiente y valeroso como ella le había enseñado, logró quitar el collar en su cuello.

El general no estaba acostumbrado a ver nada como eso. Generalmente las brujas y magos con los que se encontraba se rendían fácilmente sabiendo que no tenían una oportunidad contra todos sus hombres a pesar de todo el poder que pudieran tener.

—¿Cómo? —preguntó, incrédulo. 

Skrain gritó al sentir toda su ira manifestándose en un poder incontenible. El aire a su alrededor comenzó a formar un tornado, rayos caían al azar por toda la aldea provocando  gritos en el pueblo.

Skrain se derrumbó en el suelo, no pudiendo creer aun que su madre se había ido. Mientras más pensaba más crecía su furia, más fuerte se hacía la muestra de sus habilidades.

—Skrain, tranquilo —dijo Irina, que sin miedo se acercó a él chico haciendo uso de la poca magia que tenía—. Ya pasó, ya no puedes hacer nada. No es tú culpa, tú hiciste todo lo que...

A pesar de que Skrain sentía un gran amor por Irina, uno fuerte y bien fundado debido a todo el tiempo que llevaban conociéndose, él no pudo oírla a través de los pensamientos en su mente.

No oía nada, no era consciente de lo que hacía. Sólo la vió delante de él, hablando y hablando sin cesar. Skrain, con la poca cordura que le quedaba, gritó:

—¡Vete, déjame en paz!

Irina siguió acercándose, quedando a sólo dos metros de él, retrocediendo a medida que el tornado que lo rodeaba crecía más y más.

Skrain quería contenerse, pero mientras más lo intentaba más daño causaba.

—¡Ya! —gritó, causando una reacción en su cuerpo que lamentaría toda la vida.

Skrain era el Dios de la muerte, por lo que el dominio sobre esta se manifestó en el joven, llevándose la vida de todos los que estaban a unos cien metros de él.

Tiempo después, al describirlo, Skrain diría que se sintió como un tirón en el estómago, como si su mismo cuerpo sintiera que era necesario y se deleitara en cumplir los designios del destino.

Pero era una abominación, y él lo sabía. Lo supo mientras veía a Irina desvanecerse como la arena y a todos los demás a su alrededor también.

Lo supo mientras, en el suelo, se derrumbaba e intentaba controlarse, sin éxito.

Lo supo antes de desmayarse, y también cuando se despertó.

Lo supo mientras veía que ya no quedaba nada de la aldea en la que había vivido, todo era destrucción.

Skrain llegó hasta su casa, el único lugar en pie por encontrarse más lejos de la aldea, una fuente de melancolía inextinguible.

—¡¿Dónde estás, Señor del Viento?! —gritó, entre lágrimas—. ¡¿Dónde quedó tú apoyo?! ¡¿Dónde está la belleza en esto?! ¡¿Por qué permitiste que sucediera?! ¡Dejaste que él se llevará a mi madre!

«Yo no hice esto, hijo mío —respondió el Coloso—. Lo hicieron ustedes, los humanos, su devastación. Tú no tienes la culpa, ese hombre desató el caos en ti y lo pagó con su vida»

—¡Yo no soy tú hijo! —respondió Skrain, furioso—. ¡Él murió hace mucho tiempo, como todo el amor que nuestra familia sintió alguna vez por ti! ¡Aléjate, llévate todo lo que me has dado, y déjame ser normal!

«Oh, hijo mío, ojalá pudieras ver el gran error que estás cometiendo al alejarte de mí, pero recuerda, el camino siempre estará frente a tí»

SKRAINKde žijí příběhy. Začni objevovat