—No se puede tirar una bomba en Sílica, así, como si nada.

Ikino, que hasta el momento había permanecido al margen de la discusión, se incorporó de su asiento en la retaguardia y dio un par de pasos felinos hasta donde se encontraba Ciro. Era la única que tenía el rostro visible, puesto que una vez descubierta su condición era absurdo seguir fingiendo que le hacían falta gafas infrarrojas para ver en la oscuridad o un casco con el que proteger su cabeza. Sus ojos rasgados escrutaban el horizonte a través del poco cristal de la nave que quedaba sin cubrir por la arena de sílice.

—Una palabra más y te fundo el procesador que llevas, terminator.

—Sólo las puertas dimensionales de Sílica son lo suficientemente estables como para transportar a un centenar de personas al mismo tiempo; los misiles que destrozaron la Tierra fueron transportados a través de ellas —prosiguió la informante, haciendo caso omiso a la advertencia de Evey—. Las bombas que acabaron con vuestro planeta eran seguras y pequeñas; nada que ver con lo que pretenden transportar próximamente. No podréis teletransportar ni un triste cañón láser dada la inestabilidad de vuestras puertas dimensionales.

—¿Qué es lo que planean transportar? —Evey se giró hacia el humanoide con un rápido movimiento.

—Además, Sílica cuenta con una cúpula de protección que impide un ataque en altura, así como con instalaciones de defensa dotadas con misiles de intercepción, entre otras cosas. —Ikino parecía estar decidida a hacer como si Evey no estuviese allí presente—. Tiene demasiados enemigos como para no haber tomado ese tipo de precauciones.

Evey volvió a levantar su pistola de plasma, esta vez dirigiéndose a la joven oriental. El androide tardó menos de un segundo en desenfundar su arma y hacer lo propio contra la mujer que amenazaba con matarla.

—No te atrevas a apuntarme —susurró la informante en un tono de voz que consiguió poner los pelos de punta a Ciro—. Ahora que todos saben lo que soy, no dudaré en usar mis habilidades sin ningún tipo de restricción.

—Ikino. —Liria dio un par de pasos hacia su compañera de pelotón—. Por favor.

La simple petición de la mujer hizo que el humanoide terminase bajando el arma, algo que Evey no parecía tener pensado hacer. Ikino dio la espalda a todos para volver a ocupar su asiento en la parte trasera del aerodeslizador, donde se acomodó con un simple salto para a continuación examinarse las puntas de su cabello suelto en un gesto terriblemente humano. No parecía molestarla el hecho de tener una pistola de plasma apuntándola a escasos metros de distancia.

—Una bomba de agujero negro —terminó diciendo al cabo de unos segundos—. Eso es lo que pretenden transportar.

Evey bajó el arma con lentitud, gesto que inquietó a Ciro y al resto de sus compañeros. Estaba claro que la noticia había conseguido perturbar tanto a la mujer que hasta se había olvidado de maldecir en voz alta.

—No es posible —fue todo lo que alcanzó a decir.

—Comenzaron a crearla en el año 2035 terrestre y la última vez que supe de ella fue en el año 2038, con mi última transmisión —informó Ikino—. Por aquel entonces su diseño estaba terminado, pero no se atrevieron a moverla a través de sus puertas dimensionales por las posibles consecuencias catastróficas que pudiese tener.

—¿No han intentado transportarla? —quiso cerciorarse Evey.

Ikino negó con la cabeza un par de veces.

—No hasta donde yo sé. No querían arriesgarse a perder su planeta por un error de cálculo. No sabían si la bomba sería capaz de mantenerse estable una vez dentro de la puerta dimensional. Existía la posibilidad de que se desestabilizase y colisionase con el agujero negro de la puerta, creando un agujero negro supermasivo que acabase desintegrando a Sílica.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora