47. De aquí a la eternidad

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—Papá, ¿no sabrás por casualidad dónde vive Jesús?—Preguntó Alejandro mientras intentaba hacer un hoyo en uno en el interior de un barco hundido. Jugaban al minigolf bajo el mar y su padre estaba teniendo mucha mejor puntería, debido en gran parte, a que ya tenía experiencia manipulando el cielo a su alrededor para obtener lo que deseaba. Habían comenzado el día jugando al tiro al blanco en la feria más grande jamás imaginada. Pero entonces no se había atrevido a llevar a cabo su plan. Su padre había muerto antes de que Alexa y él cumplieran los diecisiete. De modo que quería recuperar un poco del tiempo perdido.

— ¿Qué Jesús? —Inquirió su padre, mientras lanzaba su bola por debajo de las aletas de la sirena al interior del pico del pulpo—.   ¿Ortega, el que te invitó a la fiesta de disfraces el otro día? 

 —No, papá. Me refería a Jesucristo.

Su padre se detuvo por un momento y temió que fuera a hacer una pregunta o adivinar sus intenciones. En cambio, contestó tan feliz como siempre:

—Nunca se me había ocurrido visitarle. ¡Es una gran idea! ¡Me alegro mucho por ti! Tu bisabuela Cristina conoce a varios de los Evangelistas. Seguro que alguno de ellos te puede llevar hasta Jesús si eso es lo que quieres. 

Así, fue a ver a su bisabuela Cristina, que a su vez le llevó a conocer a Lucas y a Pedro, viejos amigos de la familia. Ellos, a su vez, le indicaron la dirección de la casa del hijo del Señor. Tuvo que coger un pegaso de alta distancia con el que cruzar varios portales dimensionales para hallar el hogar de Jesús. Resultó ser tan solo una cabaña en un campo de margaritas, con un porche bajo el cual un carpintero tallaba un oso de madera. Era un hombre poco más joven que Alejandro, de piel morena, cabello corto y barba negra. Vestía pantalones de tela blancos y una camiseta que le quedaba demasiado grande de color azul. No llevaba zapatos y mostraba sin preocupación las cicatrices en sus pies y manos. Álex se sorprendió por lo poco que se parecía a las estatuas que veía en todas las iglesias católicas. Aunque, claro, las religiones, en general, se habían equivocado respecto a tantas cosas...

— ¿Jesús? ¿Señor? —Preguntó Alex cuando desmontó del pegaso y se acercó. El hombre siguió tallando en la madera, sin volverse a mirarle, cuando respondió:

—Prefiero Yeshúa o Yes, si no te importa. Es el nombre con el que me crié.

Eso le extrañó aún más. ¿Quién le hubiese dicho que el Mesias podía ser borde?

—Sí, por supuesto—se apresuró a rectificar—. Discúlpeme.

—Estás disculpado—dijo Yeshúa,esta vez con algo de humor y calidez en la voz. Cuando hablaba así, sonaba como una manta caliente y una taza de chocolate.

—Me llamo Alejandro Cristian Ferreira—se presentó—   y soy descendiente de María de Magdalena. La conocí hace poco en la tierra.

Al oír aquello, algo cambió en el comportamiento de Jesús, levanto la vista con gran alegría y dejó de lado su madera para lanzarse a sus brazos. 

— ¡Qué alegría! —Exclamó entre risas—. Y yo aquí pensando que eras otro fan en busca de una Biblia firmada o un consejo para disfrutar mejor de la eternidad. ¡Pero si eres familia! ¿Por qué no lo has dicho antes? ¿Cómo está Maríam? Entremos y me lo explicas. Lleva meses en la tierra y le prometí que no la espiaría ni nada por el estilo. Aunque todo sea dicho, con las llamadas diarias uno no se entera de mucho.

Le llevó hasta el interior de su pequeña cabaña, decorada con imágenes y retratos familiares de generaciones pasadas. Álex reconoció a su bisabuela Cristina en una de ellas. Pero no salía ninguno de los miembros más recientes que había conocido. Todo estaba hecho de madera, tallada y  pulida con gran maestría. Aunque algunos de los objetos conservaban hojas que se mantenían vivas  e incluso florecían. Por lo demás, no parecía muy diferente a cualquier otra casa que hubiese visto. Tenía una televisión de plasma con un montón de videojugos instalados, una puerta que llevaba a la cocina, unas escaleras que probablemente subían hasta el dormitorio, y un toque femenino en la elección de las cortinas y alfombras.

Ángeles, demonios y otros seres de pesadillas (reeditando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora