–No te enojes, no tienes el derecho cuando me has observados por ocho años. – Sonrojado escondió su mirada con un asqueroso gesto que aprendió observando a su madre. –Naruto Uzumaki.

¿Su oído era tan sensible? Se sonrojo a más no poder, incluso sus orejas adquirieron el tono rojizo de sus mejillas. No volvió a hablar, pero Naruto no le dejaba de hablar de cuanta cosa se le ocurriera, hacía malabares con las botellas de licores frente a él o le mandaba besos, o le giñaba el ojo. Todo un coqueto.

Al finalizar la noche, no le encontró, un tanto abatido regresó al lado de su madre. No discutió ninguna orden de esta y mucho menos evitó los gritos de su padre o las burlas de su madrastra. Siempre metido en sus recuerdos de aquella noche. Sonreía cuando veía cualquier cosa azul, pues estas le recordaban a Naruto.

Noveno año, se encontraba en su habitación, portando un simple disfraz. No comprendía por qué se sentía inquieto, quizá no le encuentre o sólo le ignorará. Respiró hondo, era hijo de Hades y Afrodita, no podía haber cabida a la duda. Al menos, no de su corazón.

Entró. Apenas puso un pie dentro de la fiesta sus caderas fueron tomadas con una mezcla extraña de fuerza y suavidad. Al girarse para golpear al osado, su determinación quedó hecha añicos. Naruto le sujetaba sonriendo de oreja a oreja, con aquellos ojos azules con toques rojizos que comenzaba a adorar. A extrañar.

–¿Tengo que esperar un año para verte?

–¿Importa? – Le observó serio.

–Es mucho tiempo Sasuke. –Dio un par de pasos hacia atrás, más no quitó sus manos de su cuerpo. –Seamos amigos. – Le sonrío.

Él no contestó nada, se dejó arrastrar como un muñeco sin razón por la vivacidad de Naruto. Paso lo mismo que la última fiesta, el rubio centraba su atención entre las bebidas que le pedían y él. Al final no se perdieron de vista, se fueron a un parque con un par de cafés apreciando el amanecer sobre la ciudad. Poco hablo, evitó contestar preguntas sobre su familia y su procedencia. No quería ser tratado diferente, pues incluso en su mundo existían las jerarquías, la cuales eran más notorias que en el mundo humano. No. Sólo quería conocer al chico. Saciar su curiosidad y poder seguir experimentando todo aquello de lo que hablaban los seres y su madre.

Esa misma mañana, Naruto le llevó a comprar un celular, le enseñó lo básico, desde ahí comenzaron a mensajearse a toda hora. Se ponían de acuerdo para verse o simplemente hablaban por horas. Ambos sabían que eran seres de los cuales los humanos investigaban o se disfrazaban, pero ninguno revelaba detalles de su verdadera naturaleza. Para Sasuke, aquello estaba bien. Darle un toque de misterio a su relación, que tampoco tenía nombre, le gustaba.

Le encantaba muchísimo ser el primero en enviar un buenos días o un simple emoticono. La diversión de sus respuestas era algo que no se perdía. ¿Acaso te levantas al son del sol? ¡Duerme más! Sasuke son las cinco de la mañana, duerme y déjame dormir. Todas las respuestas mal escritas o los audios apenas audibles por los constantes gimoteos o bostezos de Naruto.

Todo era nuevo.

Sus sentimientos eran una constante montaña rusa. Hasta que nuevamente todo a su alrededor se transformó en pequeñas mariposas.

El baile del universo, una fiesta celebrada cada veinte años por la Madre Tierra, el dios de la creación. En aquel salón, donde sólo las estrellas se observan, se congregaban dos mundos. Los dioses solares y los lunares. Uno era el clan de luz y el otro demoníaco. Si así se les puede catalogar. Pero para Sasuke lo único que los diferenciaba era la forma de su procedencia de poder y el mundo que les tocaba regir y cuidar. Uno era dado por el día y el otro la noche, y porque tomaban la forma de un animal al momento de liberar su poder.

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