El Informe Armagedón

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Los famosos experimentos del «casco de Dios», iniciados por el neurólogo Michael Persinger en la década de los noventa del pasado siglo, implicaban también a los lóbulos temporales. En estos experimentos se le colocaba al sujeto de experimentación, en una sala aislada, un casco que emitía pequeños campos magnéticos de oscilaciones muy débiles, y se registraban los efectos en la activación de las distintas zonas del cerebro. El ochenta por ciento de los sujetos sometidos al experimento declararon haber sentido la presencia de alguien o algo en la habitación. Incluso algunos sostenían haber tenido la visión de un ángel o un familiar fallecido. Los experimentos de Persinger, aunque muy controvertidos, señalaban a la actividad de los lóbulos temporales como esenciales en las experiencias místicas y los estados alterados de conciencia. Para muchos, estos resultados indicaban que las creencias religiosas no eran más que un subproducto de la actividad neuronal del cerebro.

Con estos antecedentes, quizás no debería parecer extraño el ulterior desarrollo de los acontecimientos.

Al principio, los investigadores del MIT se sintieron perplejos, sin saber cómo interpretar los resultados del experimento. Hasta que un becario de tercera fila y mediocre currículo propuso una insólita explicación al fenómeno. Nadie pudo imaginar en aquel momento el alcance que aquellas palabras iban a tener para el mundo.

Los resultados fueron por primera vez publicados a finales de abril del año siguiente en una revista técnica de edición limitada. Pero, por una de esas casualidades imposibles de predecir y que nadie supo explicar más tarde, la noticia saltó con rapidez a los medios de comunicación y fue consumida de forma ardiente por las masas. Nunca se han presentado pruebas ni evidencias al respecto; ni tampoco se han realizado investigaciones, al menos de manera oficial, ni se ha llevado el caso ante tribunal alguno. Pero existen muchos rumores que afirman la influencia de ciertas grandes compañías internacionales, con el beneplácito de ciertos gobiernos, en el sorprendente salto que dio a los medios de comunicación de masas una investigación de un carácter tan eminentemente especializado y técnico como esta.

Casi idénticos titulares en gruesas letras de imprenta se repitieron en todos los periódicos del mundo: por fin, después de siglos de investigación y de una forma totalmente fortuita, la ciencia había encontrado la primera prueba de la existencia del alma humana.

Esto, en sí mismo, hubiese supuesto una revolución suficiente para cambiar el paradigma metafísico de la época, el concepto del universo compartido por la mayoría de los habitantes del planeta. Sin embargo, las consecuencias fueron mucho peor de lo que ningún análisis pudo predecir.

Tras la publicación del histórico artículo en el Journal of Neuroscience, en abril del 2026, un buen número de laboratorios y centros médicos del mundo se lanzaron a la búsqueda de esas perturbaciones neuronales que podrían significar el tanto tiempo buscado receptáculo del espíritu del hombre.

Los resultados fueron devastadores.

Para finales de año ya se había confirmado que tan sólo el uno por ciento (1%) de la población muestreada presentaba los patrones característicos. El resto no producían más que una línea plana en la pantalla del escáner.

La publicación de los datos de la investigación supuso una convulsión a nivel planetario. Todos los medios de comunicación, se centraron en el tema durante semanas. Acaloradas discusiones con académicos, políticos, supuestos expertos y embaucadores de diversa calaña coparon las horas de máxima audiencia de las cadenas de televisión, las portadas de los periódicos, las redes sociales y multitud de blogs y páginas web. La histeria duró hasta que un científico de segunda categoría, profesor de bioquímica en una oscura universidad de provincias, dijo en voz alta a los medios lo que a nadie se le había ocurrido evaluar. Los estudios publicados en los artículos científicos tan sólo habían examinado a poco más de doscientas personas, en su mayoría americanos de raza caucásica, pero, ¿eran esos pocos individuos representativos de toda la población mundial? ¿Qué pasaba con el resto de la gente? ¿Ocurría lo mismo en otros países? ¿Ocurriría lo mismo en todas las razas?

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