22.2 El viaje de nuestras vidas.

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A lo lejos, Katherine y Stella se acercaban a nosotros, a paso lento. Caminaban a la par, pero hacían todo lo posible por evitarse. Durante un breve período de tiempo, ambas posaron su vista en nosotros. Stella nos sonrió, mientras que Katherine ahogó un gruñido de desagrado. La madre de Stella y el padre de Katherine se habían casado, por lo que desde hacía menos de un mes, ellas dos eran hermanas. Pobre Stella. Ella decía que en casa no era como en el instituto, que incluso podía llegar a ser amable. Me costaba mucho creerlo.

—Hola, chicas —saludé recalcando la s de chicas.

Nuevamente, la chica de los tacones de infarto y el top rosa que solo cubría lo justo para no ser tratado de bikini, volvió a gruñir. Sólo le faltaba ir a cuatro patas para ser un perro con rabia. Stella nos saludó y luego se marchó junto al perro rabioso a facturar las maletas.

Unos minutos después de que llegase James Doe, llegó John, que intercambió un golpe en el pecho con Devian a modo de saludo. Una voz anunció que en menos de media hora las compuertas del vuelo hacia Nueva York se abrirían. Eso estaría bien si no estuviésemos todos desperdigados por un aeropuerto gigante.

El chico que faltaba, Leo, se aproximó a nosotros con una maleta azul enana rodando y un estuche con forma de guitarra a sus cuestas. ¿Qué se traía entre manos? ¿Hacer suspirar a las chicas neoyorquinas con su aspecto de niño malo que toca una guitarra acústica? Sin duda, lo conseguiría. Justo detrás de él, apareció Lisa con todo nuestro equipaje. Si no había perdido la paciencia facturando todo, lo haría ahora, ya que avanzaba a paso de tortuga y nadie se dignaba a echarle una mano. Sí, éramos todos muy gentiles.

Cuando estaba a escasos metros de nosotros, no levantó un pie lo suficiente para subir un escalón y todo lo que llevaba agarrado salió volando. Varias maletas se abrieron sin remedio y todo su contenido se vertió en el suelo. Mientras tanto, Lisa estaba tirada en el suelo a punto de perder los nervios. Leo se acercó a ella con la inútil intención de ayudarla, le tendió una mano, ella la miró durante unos segundos para luego rechazarla.

Le ayudé a recoger el contenido del equipaje que se había extraviado: un cargador de un móvil, un zapato que había acabado a una distancia considerable, algunas prendas de ropa y una cartera con dibujos de osos.

Poco después nos dirigimos hacia la puerta de embarque, donde ya había una cuantiosa cola. Pero todavía faltaba alguien.

—¿Dónde diablos se ha metido Sarah? —preguntó Leo mientras abría y cerraba los cierres del estuche de su cremallera.

Miré de un lado a otro, en busca de Sarah. ¿No había ido a una tienda de chucherías? ¿Cuánto tiempo llevaba dentro.

—Bien está allí—dijo Devian señalando una tienda en cuyo escaparate se observaban bolas de chicles de cientos de colores—, o la han secuestrado. —Sacó su móvil del bolsillo para ver la hora—. A estas alturas, creo que lo más probable es que una banda de mafiosos italianos la hayan secuestrado.

Todos reímos su broma, aunque en el fondo estábamos preocupados; apenas quedaban cinco minutos para que cerraran las puertas. Nos quedaríamos en tierra por su culpa. Empezábamos a removernos inquietos, la fila no paraba de avanzar, cada vez más rápido, hasta llegar a nosotros. Un hombre con una camisa blanca, una corbata de cuadros y un pinganillo en la oreja, nos observaba con la frente arrugada y una mano tendida hacia nosotros, esperando a que alguien reaccionara y le tendiese el billete.

—Si no me dais el billete, no me quedará otro remedio que pediros que os vayáis por donde habéis venido —dijo con tono severo.

John fue el primero en reaccionar. Después Katherine. Después Stella. Después James. Después John. Después Leo. Después Devian. Después Lisa. Por último, yo. Después, Sarah apareció con una bolsa gigante llena de más bolsas que contenían chucherías, patatas fritas y chocolate a borbotones. Todos, incluso el hombre que nos había amenazado con echarnos del aeropuerto, la miramos con la boca abierta y los ojos como platos.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora