21.1 Corriendo bajo la lluvia.

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—Tienes que hacer que Roxy vaya al baile.

Me observó con complicidad, después me cerró la puerta. Tomaría eso como un sí.

Los días que faltaban para el baile pasaron con lentitud. No sabía si era porque el tiempo realmente se había ralentizado o porque estaba demasiado nervioso. ¡Oh, vamos! ¿Nervioso? Me había vuelto como una cría de doce años. Las clases terminaron más temprano de lo usual ya que sólo habíamos asistido a ellas para recoger nuestras notas finales. A la noche, todos estaríamos en una pista de baile improvisada en el pabellón, bailando como locos. Este año los profesores habían puesto un guardia en la entrada de este para que los alumnos proclives al consumo de alcohol, no pasasen bebidas dentro del recinto. Hacían lo mismo todos los años y siempre les salía mal, este año no iba ser la excepción. Mientras tanto, decenas de alumnos voluntarios ayudaban a montar toda la decoración, las sillas, las mesas, el ponche, los aperitivos, el equipo de música y demás cosas. Esta vez, el tema principal de la fiesta era el invierno, por lo que de vez en cuando, por las puertas del gimnasio salían prófugas bolitas de goma-espuma blanca que imitaban la nieve.

Estaba rodeado de algunos de los chicos del equipo de fútbol. Solía hablar con ellos, eran los mismos con los que había organizado la broma que le habíamos gastado a Roxy el día del concurso de talentos. Había sido un capullo, ya lo sé. A aquellas alturas continuaba sintiéndome raro rodeado de personas que vestían igual y que tenían una complexión física tan similar. Estábamos hablando de cosas banales, mientras que caminábamos por el parque con unas “brillantes” notas en la mano. Escuchaba en silencio sus conversaciones a la vez que pensaba si Lisa habría conseguido que aceptara ir al baile. Esperaba que sí. John McGwire estaba fanfarroneando de cómo pasaría una botella de ron sin apenas esfuerzo. Tampoco era algo tan dificultoso, el guardia solía quedarse roque a la media hora de empezar a vigilar. Poco después, me despedí de ellos y dejé que siguiesen hablando como idiotas de sus parejas.

Estaba delante del espejo, mirando a un chico con el pelo marrón engominado, con traje negro y ajustándose la pajarita al cuello. El chico del espejo parecía confiado, conforme con su aspecto, pero yo me sentía ridículo. Además, el pendiente que solía llevar en la oreja no me acababa de convencer con el traje. Empecé a dar vueltas de un lado a otro, con las manos apoyadas en la cabeza, cada vez más nervioso. Lisa se había negado a decirme si finalmente había aceptado o no. Me miré la punta de los zapatos. ¡Qué zapatos más horribles! ¿Por qué habría aceptado que Alban me prestase sus zapatos? Lo que más me preocupaba todavía es que tenía los pies tan grandes como los suyos.

Al final, salí de mi cuarto a punto de perder los nervios.

Me topé con Sarah por el pasillo, ya que todos teníamos nuestras habitaciones en la misma planta. Llevaba un vestido azul marino muy ajustado, sin apenas escote, con las mangas que le llegaban hasta los codos. En los pies, llevaba unos tacones de aguja negros. En las manos, varios anillos y pulseras. Estaba ligeramente maquillada, con el pelo negro natural. Era muy guapa, no entendía como no solía llamar la atención de los chicos.

Ella era consciente de que estaba a punto de perder los nervios.

—¿Me saco el pendiente o no? —pregunté agarrándome la oreja.

Se echó a reír, dando pequeños golpes sobre la pared.

—¿En serio? —articuló limpiándose las lágrimas que comenzaban a asomar de sus ojos—. ¿Esa cara de preocupación por un pendiente? Creí que hoy tendrías preocupaciones mayores que ese pequeño detalle.

Me sonrió ampliamente, por lo visto, Lisa le había ido con el cuento.

—¿La habéis convencido? —pregunté a punto de volverme loco.

Se encogió de hombros, abriendo los ojos como platos, a la vez que me ordenaba que bajara al piso de abajo para esperar por ellas.

Eran crueles.

Bajé hasta la sala de entrenamientos sin estar muy decidido sobre qué hacer. Me saqué la chaqueta y camisa. Empecé a golpear el saco de boxeo hasta que noté que los nudillos me ardían y gotas de sudor me bajaban por la columna. Me dirigí al vestuario para asearme un poco. Me detuve delante del espejo observándome el gran tatuaje de unas alas que tenía en la espalda y en parte de los brazos. Nunca había vuelto a ver mis alas desde el mismo día que habían nacido, tampoco sabía cómo poder verlas de nuevo. En aquel momento parecía un tipo duro, con un tatuaje negro cubriendo mi espalda, con un pendiente y con el sudor cubriendo mi cuerpo. Aunque los pantalones tan formales no ayudaban a completar la imagen.

Miré el reloj que teníamos en el vestuario. Diez menos diez, llevaba más de media hora allí abajo. Supuse que ya habrían terminado de prepararse. Ojalá.

Lisa me estaba esperando en la entrada de la sala de entrenamientos, apoyada contra la pared, con una falda rosa de tubo, una camiseta floja y unos tacones bajos, ya que era bastante alta como para ponerse tacones. Me miró lánguidamente. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal; aquella mirada no significaba nada bueno. Negó con la cabeza. Maldita sea. No la habían convencido.

Una oleada de sentimientos me inundó por completo, me sentía aliviado a la vez que frustrado, cabreado a la vez que desanimado. Me quité la chaqueta de nuevo, ya no tenía sentido ir al baile.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora