1. La chica del Diablo

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 –¿Qué estás tramando? –preguntó Pablo después de tantos datos que le había dado.

–Una locura –murmuró con más desenvoltura de la que se hubiera es­perado–. Una jodida locura.

Casandra estaba calmada como en la noche del baile, a pesar de que no oliera a Sedatio. Aunque tampoco estaba exactamente igual, había recuperado el aplomo y la sangre fría que el Coleccionista le había prometido que tenía antes de que le borraran la memoria. Ahora pensaba con lógica, había dejado de ser una shen'almen llorica para redirigir su frustración hacia la ira y un comportamiento racional. Aunque el Coleccionista había exagerado en lo que a oscuridad y malicia se trataba, se había pasado prometiendo que aquella chica era una sharzaden hasta para los humanos.

–¿Qué locura? –quiso saber Pablo.

Casandra no respondió, apoyó los codos en los muslos y se encorvó para ocultarse la cara con las manos. No se echó a llorar, tan sólo guardó silencio. Pese a la ausencia total de luz, Pablo podía verla gracias a sus otros sentidos; el oído, el olfato y la percepción de calor le daban una imagen bastante clara de la chica. Mientras esperaba a que respondiera, prestó aten­ción a su alrededor, no estaban solos en aquella gran mazmorra.

–¿Te has muerto ya? –le preguntó para sacarla de su mutismo.

–¿Qué clase de pregunta es ésa? Sabes que mi corazón sigue latiendo –respondió ella sin apartar la cara de las manos.

"Sí, y por qué sigue haciéndolo es un misterio para mí".

–¿Entonces vas a aclararme de qué va esa locura? ¿O es que consiste en quedarte aquí hasta morir envenenada?

Más silencio por parte de la humana. Hacía una semana le habría respondido de mal humor, ahora era capaz de hacer oídos sordos a comentarios escabrosos. Hacía una semana se habría encogido por su sola presencia, ahora estaba sentada a su lado, con un ritmo cardíaco estable, de hecho, más lento de lo normal. El Coleccionista no había exagerado al decir que prometía ser mucho más interesante que la petarda shen'almen.

–¿Por qué no... me has convertido?

–Va en contra de las leyes el convertir en contra de su voluntad a un candidato de primer nivel –le confirmó irónico.

Ella dejó escapar una risita cáustica.

–Las leyes dicen que, si estoy al borde de la muerte, no tienes opción –respondió con un tonillo que lo superaba en ironía–. ¿Por qué no me he convertido? –añadió con seriedad.

–Lo reconozco, he intentado convertirte dos veces, al encontrarme que te estabas muriendo...

–¿Sabes que las leyes también dicen que no puedes llevarme al borde de la muerte para tener la excusa ideal?

–Lo sé, pero no lo hice queriendo, fue un accidente. No podía dejar de beber...

–Es la excusa más cutre que se te podría haber ocurrido –le reprochó–. Pero, de momento, me lo creeré porque encaja.

–Créetelo porque es verdad. Por muy patético que sea... –murmuró abochornado–. Si no hubiera sido por esos escoltas tan pesados que tie­nes, te habría secado por completo.

–¿Has pensado en ir a terapia de autocontrol? –preguntó desdeñosa.

Sí, aquella era una nueva Casandra, capaz de no inmutarse al hablar de las dos veces que había muerto.

–Sólo me pasa contigo –le aseguró cortante y serio.

–Perdona que no agradezca la exclusividad –le respondió con el mis­mo tono.

Lirio de Sangre - 3 - LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora