Capítulo 1

100 8 1
                                    

Las calles de Madrid se iluminaban tan solo por un par de farolas y la luz de la Luna, complementando con el frío de la temporada invernal creaban el escenario perfecto para cualquier desgracia y no precisamente para accidentes automovilísticos.

Un joven de estatura baja se veía caminando por aquellas calles, solo con una sudadera roja que apenas y lo cubría del frío, un frío que llegaba a calar los huesos. ¿Pero qué más le daba el frío? Alejandro ya había decidido lo que haría esa noche.

Camino lo suficiente para llegar a uno de esos puentes, precisamente uno muy alto fue el que escogió, mientras más alto mejor ¿no es así? Al menos así pensaba aquel chico. Se subió al límite del puente, comprobando la altura que tenía solo con una mirada.

—Vaya, chaval. Que si está alto. —dijo para sí mismo, tragando saliva.

Aunque no quisiera admitirlo, estaba acojonado. Se quedó pensando varios segundos si eso realmente solucionaría sus problemas, pero el tan solo recordar por lo que estaba pasando le daba el valor suficiente. Tenía que hacerlo, si saltaba sería una muerte rápida, ni la sentiría.

—Bum y ya, no hay más dolor, ¿no? —estaba temeroso, seguía dudando.

Sacó un bote de pastillas de su bolsillo, el de la farmacia le había dicho que con un par de esas caería dormido en un santiamén. Abrió el bote con sus manos temblorosas, sacando cuatro pastillas, pero no contaba que el frasco con las demás se caería al vacío. Tragó saliva una vez más e ingirió las pastillas de golpe.

—Para estar seguros de que no me va a doler. Hahaha. —rio con nerviosismo.

Ese era Alejandro Bravo, un chaval de sólo 17 años intentando suicidarse. Alex (para los amigos, aunque no tenga ninguno) es alguien querido por pocos y odiado por muchos, no lleva el mejor estilo de vida y bueno, no le faltan razones para no hacer lo que haría esa noche.

Cerró los ojos y sus puños de igual forma, ya estaba mentalmente preparado...

—Uno... Dos... Tre—las luces y el sonido de la bocina de un auto lo hizo volver a la realidad, haciéndolo perder el equilibrio y caer.

La mano de alguien atrapó la suya, Alejandro no sabía que hacer ¿dejarse caer o agarrar a aquel desconocido? Salió de sus pensamientos al percibir que una fuerza tiraba de su brazo.

—¡Joder, chaval! ¡Que si no te agarras bien te vas a morir! —habló una voz masculina, regañándolo.

—Yo... No quiero, no necesito más de esto. ¡Déjame morir! —suplicó Alejandro, al borde del llanto.

—¡Que no seas gillipollas! ¿Qué has de saber tú sobre la vida? ¡Eres un maldito criajo! ¡Así que sostente de una puta vez o nos vamos a caer los dos, macho! —gritó Samuel, soltando quejidos por lo difícil que era subir al contrario con una mano.

—No... ¿Por qué? —siguió negándose Alejandro.

—¡Maldición! ¡Por favor! —suplicó mirándole a los ojos.

Alex no pudo hacer nada más que agarrarse con las dos manos del brazo ajeno, mientras sentía como el mayor lo jalaba hacia arriba hasta llegar al puente otra vez. Ambos cayeron al suelo, Samuel tratando de recuperar el aliento y Alejandro dejando salir todas las lágrimas que había estado conteniendo. El más fuerte de los dos no supo qué decir ante la reacción del menor, nunca había tenido que consolar a alguien así que le dio un par de palmadas en la espalda.

—No llores chico, ya estás bien. —dijo con tono maternal.

Alex no dijo nada, solo se limitó a llorar y sacar todo el dolor de su pecho. Hasta que sintió como lo cubrían con un abrigo, provocando que alzara la mirada y notase que su salvador se lo estaba dando, ni siquiera él mismo se había percatado de que su cuerpo titiritaba de frío.

—Estás temblando, ¿en dónde es tu casa? Puedo llevarte en mi auto. —propuso con una sonrisa.

Y todo se volvió negro para el menor, al parecer las pastillas habían surtido efecto.

Samuel no sabía qué hacer, el chico se había desmayado, no podía dejarlo abandonado en un puente a la mitad de la noche. ¡Mucho menos lo haría en una noche tan fría como esa! Terminó decidiendo que lo llevaría a su casa, ya le preguntaría cuando despertara.

Cargó al joven y lo recostó en el asiento del copiloto, cubriéndolo con el abrigo que le había brindado anteriormente.

—Pues nada, a casa. —dijo al aire, subiéndose al coche y conduciendo.

[...]

El suicida abrió los ojos con dificultad, viéndose cegado por la claridad de las luces, se sentó y talló los ojos con el objetivo que redefinir su visión. Una vez que pudo ver no reconoció el lugar en donde estaba, definitivamente no era su casa; un fuerte dolor de cabeza lo invadió por lo dirigió su mano a su sien, masajeándola lentamente.

—Chico, no deberías hacer movimientos tan bruscos. Que tienes fiebre. —le regañó el desconocido.

—¿Tú eres...? —preguntó un Alex confundido.

—¡Tu salvador! Jaja, es broma. Samuel. ¿Cuál es tu nombre? —bromeó para amenizar el ambiente.

—Alejandro. —respondió con dificultad el enfermo.

—Vale, Alejandro. Recuéstate y duerme un poco más, aún no está listo el almuerzo. —le dijo Samuel, empujándolo levemente para que descansara.

—Gracias y perdón... —musitó cansado.

—No hay de qué chaval, tendrás tus razones. —respondió el castaño, haciendo un ademán para que no se preocupara. 

Alejandro decide morir [Vegexby]Where stories live. Discover now