Se debatió entre sacar al hombre o correr a su casa para llamar a la policía, que sería un apoyo más apropiado. En su caso, la emoción superaba a la conciencia, por eso, decidió ayudar al herido antes de que su condición empeorara o volviera a desatarse la tormenta.

Como una horrible predicción sendos rayos atravesaron el firmamento y emitieron un ruido atronador. Esteban se apuró y buscó entre los desperdicios esparcidos en el suelo algo que lo ayudara a entrar en el lugar, pero en medio de su solidaria empresa fue sorprendido.

—No lo haga.

Una voz infantil retumbó a su espalda. Se giró para encarar al joven, apreciando la silueta delgada y pequeña de alguien que no debía ser mayor que su hijo de once años.

—Muchacho, este hombre debe estar a punto de morir, déjame ayudarlo. Si fuiste tú quién lo hirió no diré nada, te lo juro.

Otras tres siluetas se detuvieron junto al niño. Todos eran jóvenes, unos más grandes que otros, pero ninguno más alto que Esteban. El que se había dirigido a él era el menor, por lo menos en estatura.

Internos del colegio, pensó.

—Aléjese o se arrepentirá —le advirtió el chico con firmeza.

Esteban se estremeció por la dureza de aquellas palabras. Se alejó del contenedor con lentitud mientras escondía su navaja.

—No... Iván...

Los chicos se inquietaron al escuchar el lamento del moribundo. El más alto se acercó a Esteban con intención de agredirlo por haber oído el nombre de uno de ellos, pero el niño más bajo lo detuvo.

—Carnicero, váyase, y olvídese lo que vio y escuchó, o sus hijos pagaran por su error.

La sangre de Esteban se congeló al escuchar la amenaza hacia sus hijos. Él no sabía quiénes eran esos chicos, pero ellos sabían quién era él y conocían también a su familia.

Su conciencia enseguida silenció a su corazón solidario. Le era difícil ser noble cuando las circunstancias amenazaban a los suyos.

No le costó trabajo decidir a quién ayudar: si al hombre atacado por esos niños o a sus hijos, que estudiaban en ese colegio, vivían en esa zona y con seguridad, se cruzaban a diario con alguno de ellos. Se alejó sin mirar atrás, con el rostro bajo y los ojos inundados de lágrimas, fruto de una creciente ira.

Su actitud debía ser de indiferencia, tenía que alejarse y olvidarlo todo. Cómo si allí no hubiera sucedido nada. Y esconder en lo más profundo de su corazón la verdad.

***

La luz natural hizo evidente la triste mañana, con el sol escondido tras una capa espesa de nubes de lluvia. Esteban había decidido no abrir su carnicería y quedarse en casa con su familia, aún no tenía energía eléctrica y la falta de algo con qué silenciar sus pensamientos le carcomía la paciencia. No había dormido ni un segundo desde su llegada y las incontables tazas de café que había consumido lo tenían cada vez más nervioso.

Afuera, dos calles más abajo, frente al colegio San Juan: cinco patrullas de policía, más de quince oficiales motorizados, inspectores, médicos forenses y otros efectivos públicos investigaban los dos homicidios ocurridos durante la noche. Las cintas amarillas que prohibían el paso de los curiosos bloqueaban la vía para que los funcionarios inspeccionaran los contenedores de basura, donde habían hallado los cadáveres desangrados de dos mafiosos. Uno de ellos fue identificado como un fuerte contrabandista y narcotraficante de la ciudad, el otro, su hermano de diecinueve años, solicitado por el asesinato de dos adolescentes. Los golpearon hasta la muerte, pero la intensa lluvia se encargó de borrar las pistas que hubieran permitido ubicar al culpable.

La Mirada del Dragón (COMPLETA)Where stories live. Discover now