Capitulo 1• Tendría que trabajar.

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Capítulo I

Me dejé caer en el sillón, frustrada y exhausta, con la mirada dura e imperturbable de mis padres sobre mí. Tenía que admitir que nunca había sido testigo de una furia como aquella librando en sus ojos y en los gestos de sus cansados rostros por el trabajo duro que probablemente habían acarreado todo el día y que yo me encargaba de empeorar de mil formas diferentes, pero era algo natural, ni siquiera lo intentaba. Ellos me habían advertido un montón de veces que tenía que preguntar antes de usar su tarjeta de crédito y que cuando lo hiciera, lo hiciera con consideración a sus cuentas bancarias e intentara no sobresaturarla, pero yo no conocía la palabra límites en absoluto, y no estaba arrepentida de ello. Puede que aceptara que haber comprado un deportivo de 600.000 dólares era un uso excesivo e irresponsable, pero ellos habían expuesto literalmente luego de que yo les pidiera compañía en mi presentación, que podía tomar la tarjeta y comprarme algo que no fuera demasiado caro, pero el concepto caro era mucho más subjetivo de lo que ellos querían aceptar.

—Ya no sabemos qué hacer contigo —musitó mi padre entre dientes con ira contenida. Ninguno de los dos estaba gritándome hasta el cansancio como solían hacer, así que supe que sería malo—. He intentado de todo pero parece que jamás vas a aprender a ser un ejemplo de hija.

—Ni ustedes de padres —me defendí en voz baja.

—¿Ejemplo de padres? —espetó mi madre ardiendo de rabia—. ¡Te damos todo lo que necesitas! Intentamos complacer cada una de tus mañas para que puedas vivir feliz.

—¡Lo sé! —chillé—. Creo que todo Estados Unidos es consciente del buen papel que hacen en los temas económicos, ¿pero qué hay de mí? Prometieron estar en mi presentación.

—¡Las promesas no siempre pueden cumplirse! —dijo mi padre con cólera. No pude evitar no mirarlo con odio—. A veces suceden cosas que cambian las circunstancias.

—Las promesas no se rompen, no puedes prometer algo si existe la mínima posibilidad de que no puedas cumplirlo —dije duramente—. Si hay algo que no puede ser roto son las promesas, y ustedes han roto una tras otra. ¡Nunca han estado ahí para mí! Siempre es acerca de su maldito trabajo.

—¡Si no fuera por ese maldito trabajo no tendrías nada de lo que te gusta tener! —gritó mi madre—. No tendrías tus bolsos, no tendrías tus zapatos, ni tus vestidos, ni tu auto, ni habrías tenido tus clases de baile. Trabajamos porque queremos lo mejor para ti.

—¡Lo entiendo! ¿Sí? Solo que el dinero no va a traerme apoyo paternal —gruñí—. He bailado desde que tengo cinco años, ¿a cuántas presentaciones han asistido? ¡Oh, sí, ninguna!

La culpa pareció brillar en sus ojos durante una milésima de segundo, pero enseguida volvieron a adaptar su posición fría anterior. Ambos se cruzaron de brazos y parecieron analizarme durante varios segundos, evaluando qué hacer conmigo, pero sospechaba que ya tenían un plan elaborado que solo necesitaban una excusa para poner en marcha.

—Esta vez fuiste muy lejos, ______ —dijo mi padre más calmado—. Un Ferrari que está bastante cerca de costar un millón de dólares es más de lo que podemos soportar solo porque te enoja que no hayamos ido a tu presentación de baile. Ya tienes veintidós años, es hora de que empieces a actuar como la mujer responsable y respetable que se supone deberías ser.

Estuve a punto de pedir disculpas como siempre hacía. Siempre terminaban perdonándome pero como ellos, yo también estaba harta de buscar pretextos para llamar su atención. Ellos tenían razón, ya era grande como para necesitar que mis padres fueran a alguna de mis presentaciones alguna vez, era una causa perdida e igual lo era yo, así que estábamos a mano.

—Comenzarás a trabajar —espetó mi padre, y casi pude sentir un cuchillo etéreo rebanándome los dedos.

—¿¡Qué!? —chillé—. ¡No puedo trabajar! No... yo... yo no soy buena trabajando en absoluto, el baile es mi vida y no tengo tiempo para...

La Preferida del Jefe✵|j.b|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora