Parte Única.

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Llegué a casa con mi ropa empapada, ya que tuve que correr bajo el diluvio que caía sobre la ciudad mientras iba del subterráneo hasta la residencia con un paraguas (el cual no ayudó mucho).

Mi cuerpo temblaba haciendo difícil poner la llave en el cerrojo. Entre dejando mis zapatos en la entrada y fui directo a mi habitación dejando un rastro de agua por el pasillo. Cuando entre a la habitación, la luz estaba encendida y me maldije por haberla dejado así.

Quite toda prenda de mi cuerpo con dificultad ya que el agua la hacia apegar a mi piel, ganando varios escalofríos por la pegajosa sensación. Después me metí a la ducha aún temblando y gire el pomo de la regadera, dejando que la calidez del agua se deslizara por mi cuerpo relajándome, sintiendo como el frío provocado por el clima era remplazado con la calidez del vapor que emitía el agua.

Cuando iba a cerrar la ducha para poder secarme, escuche un ruido en la habitación, como si alguien hubiera cerrado la puerta. Con cautela salí y me vestí lo más rápido que pude con mis pijamas, para luego abrir la puerta del baño lentamente. Busqué con mis ojos sobre el lugar y no parecía haber nada fuera de su lugar. Tal vez había solo sido mi imaginación.

De repente, alguien rodeó mi cintura y pecho con sus brazos, acercando su rostro a mi cuello y antes de que pudiera reaccionar sentí un dolor en mi cuello que emblanqueció mi visión y me hizo chillar. Habían dos colmillos clavados en mi arteria succionando mi sangre hambrientos por más. Peleé y golpeé los brazos que me rodeaban, pero era inútil. El agarre de estos se volvía más firme cada vez que los golpeaba, hasta el punto en que mis costillas estaban siendo aplastadas contra mis pulmones.

Me estaba quedando sin oxígeno hasta que por fin me soltó con delicadeza, cayendo suavemente sobre mis rodillas y con mis pulmones demandando aire. Cuando recuperé un poco mi aliento volteé esperando que no fuera él, que no fuera el vampiro que me había hecho trizas y luego desechado, que no fuera Laito. Pero para mi desgracia, el castaño oji-verde con sombrero y colmillos estaba parado frente a mí con sus ojos penetrando los míos con intensidad.

— Tú... – Susurré en sorpresa que luego pasó a ser enojo. No quería que él estuviera aquí, no quería que él me tocara de nuevo. No quería caer en sus sucios juegos de nuevo.
El de tez pálida sonrió débilmente, podía ver tristeza y pena en su expresión. Me extendió su mano para ayudarme a parar pero la sangre subía a mi cabeza combinada con ira y rencor. Maldito seas Laito Sakamaki. Maldito sea el día en que naciste.
Con un movimiento brusco me paré golpeando su mano y empecé a caminar fuera del baño siendo seguida por sus pesados pasos. ¿Quién se cree para aparecer en mi casa después de lo que hizo?

— Bitch-Chan – Murmuró en súplica pero lo ignore por completo mientras me dirigía a la cocina dispuesta a tomar un cuchillo.

— Bitch-Chan.

— ¡Te he dicho que no me digas así! – Gire sobre mis talones dándole la cara y apretando mis puños fuertemente hasta el punto en que mis nudillos se mostraban totalmente blancos. Mi respiración se volvió más pesada y mis encías dolían por mis dientes que estaban siendo apretados por mi mandíbula.

— Pero... Dijiste que no te volviera a llamar por tu nombre nunca más – Susurró excusándose como si yo fuera la culpable aquí.

— ¡Exactamente! – Vociferé en rabia apretando mis puños aún más hasta no poder sentir mis dedos – ¡No quiero que me hables o me toques o que respires el mismo aire que yo! ¿¡No lo entiendes o es que tengo que explicarlo con dibujitos?! – Sentí mis ojos arder advirtiendo que lágrimas iban a salir pronto, mientras el tragaba mirándome con pena. Imbécil.

Laito SakamakiWhere stories live. Discover now