Capitulo 1

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Mis ojos pesaban, mi cuerpo ardía gracias al malestar, abrí los ojos con pereza. La mañana era muy gélida, me congeló la piel más que el alma, la vida me dolía y el hueco en mi pecho se hacía más grande por segundo.
Me levanté con dificultad, arrastrando las sábanas blancas por el suelo en busca de un cigarro, me senté en la ventana, con los pies colgando al jardín, la casa se vestía de luto para recibir la tragedia.
Encendí el cigarrillo con habilidad, y respiré hondo al recordar la fecha. Era 31 de marzo, y el ambiente se sentía pesado, mientas sentía que el cuerpo de mi difunta madre me abrazaba y vagaba por la casa como unos años atrás, 4 para ser exactos. Mi cigarro se acabó más rápido de los esperado, me aferré a mis delgadas piernas y lloré, lloré... Por mi vida que se había acabado ya hacía cuatro años.

Siempre fui una niña mimada, que vivía en un hogar  muy bueno.
Mi infancia fue relativamente buena, crecí en un hogar de amor y tranquilidad, nunca me faltó nada.
Cuando tenía 11 años, la carrera de mi madre como escritora floreció de ahí mi amor por la lectura, por la escritura. Mi padre, enfermó de cáncer y al cumplir 13, murió. Tan solo dos años después, mi madre fue asesinada en una balacera.

El universo, conspiraba en mi contra para matar a mis padres y a la dulce niña que habitaba en mi, el mismo día. Ese día, conocí la crueldad de la vida... Y aquí estoy, andando a pedazos por el camino infinito que he creado.

Busqué un vestido blanco y zapatos que hicieran juego, me vestí rápidamente y luego salí en busca de flores marchitas. Mi madre, solía decir que a los muertos no se les otorga más que cosas muertas, para que acompañen su belleza del otro lado de la vida, también decía que no había porque vestir de negro para los difuntos porque el negro no es más que un simple color que genera elegancia, ella decía que a los cementerios se iba como si fuera a otro lugar. Decía que no había porque condenar el color negro a la muerte, cuando es un color hermoso y que el fallecimiento no lo es, por tanto condenar a un color a cargar con tal desdicha era pecado.

Por el contrario, mi padre consideraba el color negro como respeto, y las flores vivas a los difuntos para hacerles compañía en el camino infinito que se convertían sus vidas. El era un tanto más cuerdo que mi madre, pero su amor era tan perfecto que sus diferencias pasaban a segundo plano.
Cuando iba a visitarlos, siempre me vestía de blanco, así guardaba respeto a ambas memorias. Compraba flores marchitas y las más resplandecientes y vivas del mercado, así cada año el 31 de marzo se había convertido en una rutina.

Salí de casa ignorando a mi familia, que estaba ahí supuestamente para hacerme compañía, decidí ir caminando, mis tacones rechinaron en el asfalto mojado de la fría tarde y cada flor dejaba un pétalo de camino al cementerio, al llegar, busqué la cripta familiar, puse las flores con cuidado sintiendo como si ellos me lo agradecerían, el nudo en mi garganta se hizo presente y me dejé caer de rodillas a ellos, y lloré por el simple de hecho de no recordar lo que era su amor hacia mi, sus abrazos, no podía recordar ni siquiera sus rostros, sus voces... Sentía una impotencia terrible, mientras las saladas lágrimas recorrían mi rostro con tranquilidad, ni siquiera me molesté en maquillarme pues sabía que no hubiera servido de nada, pues mis finas lágrimas habrían removido cada centímetro del mismo.

—Mamá, papá. Tengo mucho que contarles— dije sorbiendo mis nariz—  Dejaré vuestra casa a la familia, quiero vivir en otro lugar, fui admitida en la universidad para estudiar Periodismo... Tal como ustedes hubiesen querido, también me inscribí a clases de violín, e idiomas. Comenzaré una nueva vida, prometo que los visitaré cada que pueda, aunque ya estaré lejos... Si tan solo pudieran...— gruñí al sentir mi voz quebrarse— Si tan solo pudieran, abrazarme y decirme que lo estoy haciendo bien— golpeé el frío cemento, apreté los dientes por el dolor— No sé si se sentirían orgullosos de lo que soy como mujer, no se que pensaran si me vieran en lo que me he convertido. Pero, de algo estoy segura y es que al emprender este nuevo proyecto para mi vida, cambiarán muchas cosas y por fin, después de tanto tiempo es hora de volar lejos de aquí, tal como siempre me lo dijiste Madre— me puse en pie, besé sus respectivas tumbas, los abracé, aunque fuese madera, era lo más cercano que estoy de darles un abrazo y mostrarles mi eterna gratitud por ellos.

"Scarleth" Where stories live. Discover now