Canto de sirena

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¡Atrapado! Siempre había estado de esa forma. Tan sólo el ruido de las alarmas de aperturas de puerta era audible en aquellas instalaciones. No podía quejarse de su cuarto, era cómodo, pero seguía siendo eso... una jaula. Desde que nació, había estado allí encerrado, aguantando los experimentos que hacían en su cuerpo. Sin libertad, sin vida, sin amigos... excepto Ren.

No estaba seguro quién de los dos había sufrido más en aquellos laboratorios, era posible que Ren. Cogió una de las pelotas de la mesilla y, sentado en el suelo de su habitación como estaba, la lanzó una y otra vez contra la pared acolchada de enfrente. La pelota de tenis rebotó volviendo a su mano, apretándola durante un segundo antes de lanzarla una vez más. Ésa era su rutina constante, no tenía nada mejor que hacer.

Generalmente hablaba con Ren, su único amigo que residía en la celda a su lado. Tenía al menos la suerte de tener una pequeña rejilla de ventilación por la que llegaba el sonido. Al menos, cuando conversaban, ninguno se sentía tan solo, pero en ese instante, los científicos se lo habían llevado para practicar sus horribles experimentos en él.

La sirena sonó captando la atención de Aoba, levantándose del suelo para ir hacia el gran cristal que daba al pasillo, observando cómo los guardias traían de regreso a ese chico que apenas podía mantenerse en pie.

- Ren – gritó Aoba golpeando con sus manos en la pared pese a que aún tenía la pelota en una de ellas – Ren... - le siguió por el cristal hacia su celda hasta que chocó contra su pared perdiéndoles de vista.

Esperó unos segundos y entonces, volvió a ver a los guardias que se retiraban. Dejaban allí a Ren, en su cuarto, abandonado a su suerte hasta que tuvieran que volver a hacerle más pruebas. Aoba se acercó con rapidez a la rejilla de la pared y se arrodilló frente a ella.

- ¿Ren? – preguntó el chico intentando que ese joven moreno le respondiera – vamos, Ren... por favor. Contéstame.

- Estoy... bien – le respondió entre una profunda tos.

- Ren – susurró Aoba sentándose junto a la rejilla - ¿Qué te han hecho? – volvió a susurrar sin que él le escuchase.

Lo mejor era dejarle descansar un rato. Él mismo sabía lo que dolían aquellos experimentos, sus pinchazos, las heridas que les producían y sobre todo... los efectos que tenían en sus cuerpos. Él, por ejemplo, tenía una sensibilidad extrema en su cabello, ni siquiera podía cortarlo. Todo él estaba lleno de conexiones nerviosas, cortar su cabello era una auténtica tortura, como si le arrancasen una de sus extremidades, como si quisieran arrancarle un brazo o una pierna. No podía.

Ren, en cambio... su problema era mucho mayor. Esos experimentos habían transformado todo su cuerpo, su genética. Todo su ADN estaba mezclado con la de un dulce cachorrito, no podía controlar a voluntad su transformación, pasaba de perro a humano y se sentía repulsivo, algo que Aoba trataba por todos los medios de quitarle de la cabeza.

Para Aoba él era importante, un humano increíble, inteligente y protector, pero él no podía verse así. Se veía como un monstruo, ni humano ni perro, una variación genética que no sabía controlar pero que los investigadores trataban una y otra vez con sus pruebas que lo lograse. Aoba sabía muy bien que ni siquiera lo hacían por él, sino por ellos mismos, querían controlar a Ren a como diera lugar y no entendía el motivo, quizá para convertirlo en algún arma militar o un soldado sin sentimientos ni escrúpulos.

Sonrió porque se daba cuenta de que no habían acertado muy bien con el sujeto. Ren era atractivo y con un gran corazón, él no podía simplemente ser un arma. Le gustaba la lectura, aprender cosas, tenía una buena ética y unos sentimientos aún más hermosos, pero los científicos seguían luchando para que se volviera más agresivo, sin éxito aparente.

Canto de Sirena (Dramatical murder, Ren-Aoba)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora