Desolación

2K 84 0
                                    


El puente sobre río Coln en el poblado de Bibury, Gloucestershire–Inglaterra, parecía solo un cruce blanco de nieve sólida que lo atravesaba. Abajo el agua corría caudalosa pero lenta. El movimiento del agua oscura combinada con la nieve que había caído copiosamente durante varios días, hacía que la capa de hielo que se formó en la superficie avanzara con lentitud. Una lentitud amenazante que presagiaba que ese invierno sería más frío de lo habitual.


La niebla que se colaba por la ladera de la montaña que estaba al fondo y las tenues lucecitas de las casas que se encontraban a un costado, cual típica postal navideña, con tejados blancos por la nieve caída durante el día (algunos villancicos que se escuchaban a los lejos), daban el escenario perfecto de un apacible atardecer de invierno. Sin mencionar, que el informe meteorológico pronosticaba que dentro de unas horas regresaría la ventisca.

La pareja de enamorados caminaba pausadamente por el puente tanto para evitar resbalar como para no caer. También para recordar la cantidad de veces que lo habían cruzado siendo amigos. Se criaron y crecieron juntos, pero la vida se había encargado de separarlos pero también de volverlos unir. Ambos habían ido a estudiar sus respectivas carreras a universidades alejadas de su pueblo. Sin embargo, tanto William como Anne sabían que sus destinos estaban en ese hermoso pueblo. Era la ensoñación de cualquiera: un pueblo tranquilo, de casas bajas, con mucha historia para las futuras generaciones y tantas leyendas que se tejían en torno a los restos del antiguo fuerte que se divisaba en las colinas, que les era imposible pensar en abandonarlo alguna vez.

El avance del río caudaloso a paso lento por la nieve caída en los últimos tres días hacía que en agua hubiese más hielo que líquido. Era obvio que el lago cercano, al cual no habían ido por temor a quedar aislados por las tantas ventiscas, estaría congelado.

Era raro que nevara tanto. Por lo general y, a pesar de ser invierno, su clima era templado la mayor parte del año y por lo que para los pueblerinos era totalmente extraño que durante tantos días la nieve, el frío y la oscuridad se hubiese apoderado del lugar.

Sus colinas, verdes y frondosas, hoy solo eran un manto blanco que rodeaba el poblado que se esmeraba en celebrar una navidad más. Este año: una blanca navidad.

William apoyó sus manos en el barandal raído y vetusto, pero fornido del antiguo puente. Dio una bocanada de aire y luego giró hacia Anne. El vaho de su cuerpo se vio reflejado en el aire que los separaba. Ella sintió frío al tocar las manos de él. Las había guardado dentro su abrigo pero William quería tomarlas.

Él las oprimió con suavidad depositando un suave beso sobre el guante de lana celeste que ella traía. La miró a los ojos, esos bellos ojos verdes de pestañas largas y que por tantos años había amado. Sí, Anne era la mujer por la que había vuelto. Al enterarse de que ella estaba de regreso y de que se había hecho cargo del periódico del pueblo, se apresuró en terminar su residencia y hoy era el médico de Bibury. Ambos jóvenes profesionales eran queridos y respetados en el lugar, tanto que hacía tiempo la iglesia estaba reservada para la boda y los familiares y amigos tenían todo planeado para cuando ellos dieran la fecha del matrimonio para echar todo a correr... Esos arreglos que hacía meses tenían listos. Sería la boda del siglo. Pero ellos aún no se atrevían a dar el paso, sabían que tarde o temprano terminarían casados, aunque ambos entendían que ya era hora de formalizar y de tener al fin una familia juntos. Se conocían desde siempre, no había secretos entre ambos y para nadie era noticia el amor que ambos se profesaban.

—Anne, cásate conmigo —dijo esbozando una sonrisa mientras ella comenzó a temblar y respondiendo con su habitual fina expresión de alegría, pero luego su sonrisa se apagó y sus ojos quedaron quietos mirando al cielo—. ¿Qué ocurre, amor? —pero ahora él lo experimentó. El frío era más fuerte, sentía que sus huesos se quebraban en su interior. Miles de agujas lo clavaban y el hielo lo comenzara a congelar. No obstante, su pecho le dolía, pero no era físico, era del alma, como si todas las penas y momentos tristes de su vida se hicieran presentes e hicieran presa de él.

El Secreto de tu MiradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora